VI. Miel

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En la vida había muchas situaciones inesperadas. Desgraciadamente, para mí esta era una de ellas. Se suponía que la lluvia había cesado anoche, con ello el amanecer había recibido un cielo de suave aguamarina y nubes cremosas. Sin embargo, como solía suceder en un otoño inestable, en tan sólo un parpadeo, la calma flaqueante de septiembre había dado paso a una violenta lluvia. Era tan intensa que las plantas de mamá comenzaron a inundarse en sus macetas y me demoré un largo tiempo en refugiarlas bajo techo. También, recordé tarde que los cactus no debían ser regados y los salvé de su muerte. Seguro que mamá me lo agradecería luego.

Por si fuera poco, no sólo era el nubarrón inmenso que me seguía en todo el camino del jardín hasta el quincho, sino que también Nemo había hecho un desastre con las lanas de la abuela. ¡Creí que simplemente jugaría un instante mientras tomaba una ducha! Eso también había ocurrido en un segundo, y ahora mi buena voluntad se había transformado en un sillón lleno de pequeñas garras y en hilos de lana multicolor dispersos por todos lados.

Al menos Nemo había hecho una linda obra de arte en telar. ¡Pero por Dios, no era el mejor momento! Me había estresado tanto entre el desorden y la tormenta que no noté, por remate, que dejé olvidados los apuntes de Teoría Musical I sobre la mesa. Ya estaba en la parada del bus cuando noté que mi mochila se sentía más liviana de lo usual. Extrañado, revisé tras el cierre. Por supuesto, siempre puede ser peor.

Lo próximo que hice fue correr con todas mis fuerzas hasta casa. Ahora mismo, me encontraba con los apuntes de Teoría Musical I efectivamente en la mochila, resguardándose de la lluvia. Había olvidado mi paraguas y por eso me encontraba corriendo con ímpetu bajo la tormenta la escasa cuadra de distancia hacia la residencia del profesor Min que me dejaba el bus.

No quise revisar la hora en ningún momento. De hecho, ni siquiera podría sacar mi celular sin mojarlo por completo. Había corrido resguardando la mochila con mi cuerpo, porque si el profesor Min se enfadaba por la impuntualidad, no quería imaginar si llegara con los apuntes mojados.

Reposé el peso de mi cuerpo en mis rodillas por un momento, respirando agitadamente. Frente a mí se imponía una casa hermosa, de apariencia colonial por sus afueras pero que mi madre diría que le faltaba un poco de verde. Sentía que estaba a punto de morir de los nervios, pero al mismo tiempo no podía seguir mojándome bajo la lluvia.

Con la vista borrosa y los oídos tapados por el fuerte viento que arrastraba las ramas con violencia, toqué timbre en el negro portón de rejas y aguardé unos segundos. Maldije en mis adentros, sintiendo que mi ropa comenzaba a escurrir y el cuerpo sintiéndose helado.

Justo cuando estuve por presionar el botón de nueva cuenta, vi la puerta blanca abrirse y suspiré de alivio. Allí estaba el profesor Min, con una camisa de seda en tono vino y unos pantalones de mezclilla azul marino. Llevaba unos lentes de pasta gruesa esta vez y parecía observarme en silencio, sin apenas parpadear.

—¡Apresúrese, me estoy congelando! —bramé al ver que no se movía, todavía abrazando la mochila húmeda.

—¿Sabe usted qué hora es?

Apenas había logrado oírlo en medio de la tormenta. Tenía los oídos tapados y mis sentidos se entremezclaban con el rumor de las hojas y la tierra fría en mis zapatos.

—¡Me estoy mojando como un perro! ¡No puede importarme menos la hora! —mugí sin pensar.

Realmente no estaba midiendo las consecuencias de mis palabras. Hoy no había sido un buen día y yo odiaba cuando las cosas no salían como planeaba. Porque realmente me había esforzado, pero todo se arruinó sin quererlo.

Song Request (Y.M)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora