XXII. Chocolate

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Este mes ha sido uno especialmente solitario para Min Yoongi.

Su esposa le había dado la espalda, y con buenas razones, pues era insoportable la insinceridad que él solía cometer, a menudo tachándolo de "un laberinto sin salida" el cual sólo él podía habitar. Porque a menudo, todo aquel que se acercaba a Min Yoongi quedaba atrapado en su jaula de eterno misterio, lo que lo volvía alguien difícil de amar. Para él, no era noticia nueva, desde siempre tenía la máquina de sentimientos rota, una imposibilidad que lo volvía demasiado poco para una mujer como Min Sana.

No era la primera vez que sucedía algo como esto, por lo que resultaba natural que se hubiera cansado de que siempre fuera lo mismo; él escondiéndose como un gato escurridizo y ella teniendo que atraparlo. En cierto punto, Yoongi estaba agradecido por su valentía.

Se había escudado en el trabajo, como era habitual. Allí no sentía soledad, ni culpa posible, sólo era él y aquel tren en el que volvía a subirse cada mañana hacia la estación de sus sueños, lo único que lo mantenía cuerdo. Algunas mañanas se convertía en su propio charco de barro que le impedía avanzar. Otros era capaz de ver el paisaje tan claro como el curso de un río alumbrado por los rayos de un arcoíris. Se preguntaba cuál de sus dos yo ganaría primero.

Últimamente su animal interior estaba prácticamente dormido. Los días se volvían tan amargos como un trago de cerveza con el estómago vacío. Pero de vez en cuando, en momentos como estos, recibía una cálida caricia en el alma. Sucedía en los pasillos del tercer piso de la Universidad, específicamente en la puerta del aula 109-B. Jimin no sabía que lo oía cantar en secreto y se regocijaba, sintiendo que aquel pequeño gatito volvía a despertar de un ensueño profundo, atraído por las suaves olas de su voz en las que flotaba y se creía capaz de ver el mar más preciado cada vez que cerraba los ojos.

Tal vez fue aquel terco gato el que le dio el coraje que necesitaba para finalmente hablar con el profesor Jeon. No quería incomodar a su alumno, sabía que las cosas entre los dos no habían terminado en los mejores términos y había sido únicamente su culpa, su infortunado baño de estupidez con el que había crecido, esa indignidad para merecerlo. Empero, nada de eso fue capaz de frenar el aprecio que sentía por Park Jimin. Si no podía estar cerca de él, lo ayudaría entonces desde lejos.

Habían surgido de ese modo. Con la sensación húmeda de septiembre, los colores dorado y marrón en las hojas y los abrigos de lluvia, en medio de una avenida de paraguas transparentes. Siempre el recuerdo del otoño le traería el perfume de Park Jimin, porque el clima parecía haberse congelado de ese modo.

—Sólo hablaré con el director, nada más. No creas que esto lo hago con otras intenciones, pienso que tienes un buen grupo —le había dicho al profesor Jeon luego de su última lección, algo casparreante ocultando su incomodidad.

El cambiaformas de conejo soltó una risa estrambótica.

—Claro que no lo haces por un inicio de amistad conmigo. De ser así, lo habrías intentado hace tiempo, ¿no crees? —se burló él—. Se trata de Park Jimin, ¿no es así? Lo estás haciendo por él más que por cualquiera de nosotros.

—No sé de qué hablas —negó, cruzándose de brazos.

—Hasta donde sé, ambos han empezado a cambiar desde que fuiste su profesor. Es demasiada coincidencia que de la nada el profesor más cascarrabias tenga una idea como esta. ¿Nosotros, presentándonos en el salón de música? ¡Pff! —Jeon batió su mano, todavía incrédulo.

—Estoy hablando en serio. Lo harán, y Park Jimin no tiene nada que ver —sentenció, prolongándose un largo silencio—. Tal vez tenga una voz maravillosa y si puedo ayudar a que el resto lo sepa, no me cuesta nada. Creo que él lo merece más que nadie.

Song Request (Y.M)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora