XXVII. Duraznos

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¿Quién en su sano juicio sabría amar como nosotros dos?

Aquel fue el pensamiento que le sobrevino a Min Yoongi de inmediato al verlo y persistió durante toda la noche. Era gratificante.

Como si esa cama se hubiera convertido en un ring de pelea, sus cuerpos luchaban por pertenecerse en carne y alma. Yoongi tenía bastante experiencia luchando consigo mismo, pero nunca con alguien más, sobre todo de una manera tan íntima como la de ellos dos.

Justo cuando empezaba a resentirlo se despedazaban, lo hacía gemir bajo su tacto como una música que nunca es lo suficientemente alta. La noche se había vuelto peligrosa, porque eran infinitas las cosas que se podían ver con los ojos cerrados mientras las manos de Yoongi escalaban en su cuerpo, en su piel él sentía las ajenas recorrerlo y todo se apagaba de súbito cuando sus sentidos se estimulaban. El perfume cambiaba drásticamente de una escena a otra.

Yoongi lo besaría despacio y el aire se volvería ligeramente azul. Luego lo apretaría con fuerza, marcándole los dedos en los brazos, en la cadera, en la piel sensible de sus muslos, y todo se encendería de rojo repentinamente, ¿no era esa la mejor manera de olvidar?

Para ese momento Jimin estaba entre sus piernas y lo hacía exquisitamente bien. El mayor tenía los muslos abiertos y estaba de pie, con el cinturón colgándole del pantalón todavía sin bajar, empero la camisa había quedado atrás hacía tiempo. Las marcas de los besos de Jimin estaban en todo retazo de su blanco torso. Lo había mordido, succionado, lamido, como si temiera que él pudiera escaparse en cualquier momento.

Yoongi tomó la cabeza del menor, enredándose en su pelo fucsia, ligeramente violáceo bajo la luz de la noche y las sábanas desarmadas, plegadas de ropa, como si se hubiera desatado una hermosa guerra.

Le penetró los labios suavemente, ejerciendo movimientos circulares con la cabeza rosa. Jimin parecía disfrutarlo demasiado. Ponía los ojos en blanco cuando el miembro de Yoongi llegaba al final de su garganta y emitía arcadas que lo hacían lamer con mayor rapidez. Yoongi no podía soportarlo y sus piernas temblaban, lo agarraba con fuerza y le tironeaba del pelo, importándole poco que él pudiera ahogarse con su longitud.

Los ojos de Yoongi se volvían de un dorado brillante, casi acaramelado cuando lo veía gozar de su esencia.

—Jimin-ie... ¿Te duelen las rodillas? —preguntó por tercera vez, mientras movía la cabeza más despacio.

El menor lamía la extensión venosa de su miembro condescendiente, succionando la punta cubierta de un mojado aceite, mucho más hinchada que minutos atrás. Yoongi estaba en su límite.

En el fondo, todo esto le estaba dando demasiado morbo. Jimin era un niño de veinte años, pero le estaba dando el mejor oral de su maldita vida y lo disfrutaba en su cara sin pudor alguno.

Jimin negó con el falo en su boca, lo que emitió cierta vibración que lo hizo suspirar.

—Quiero el sabor de Yoongi...

—Ah, bebé. Si me lo pones así, será difícil no dártelo.

El pelirrosa sonrió, acariciándolo con los labios antes de llenar de besos desde sus testículos hasta el glande. Yoongi no podría perderse de esa vista, sobre todo aquella mirada inocente que poco a poco empezaba a corromperse y él no podría estar más satisfecho con ser el causante.

—¿Estoy siendo muy rudo para ser tu primera vez haciendo esto? No olvido que sólo eres joven, Jimin-ie —preguntó, un poco tarde, mientras corría algunos flequillos rosas sudados de su frente.

—Para nada. He esperado meses para hacerle esto. Me gusta mucho el sabor de Yoongi hyung... Y sé que a Yoongi hyung le gusta mucho hacerlo fuerte. No se contenga... —las manos de Jimin acariciaron sus muslos níveos y cerró sus ojos mientras lo absorbía hasta la base.

Song Request (Y.M)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora