XVII. Gomitas de fresa

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Aquella hora de karaoke se había convertido, en un abrir y cerrar de ojos, en unas tres horas fácilmente. Sólo pudimos dar por finalizada a nuestra tarde cuando a mi amigo quokka empezó a entrarle sueño y casi creí que se quedaría profundamente dormido con mi voz, acurrucado como un ovillo en el sillón de la sala. Tuve que tomarlo de los hombros y sacudirlo varias veces para que él se despertara.

—Ah, sí, ahí voy... Cinco minutitos más —se desperezó él.

—Hyung, nos están echando. Estuvimos por tres horas y sólo pagaste una hora —lo miré apenado.

—¿¡Qué!? Ah... Lo siento, Jimin-ie —se levantó de pronto, casi golpeándome la cabeza. Afortunadamente tengo buenos reflejos—. Es que me salteé la siesta hoy por salir contigo y mi quokka está dormido.

—No es nada, Seokjin-ie. Pero puedes disculparte luego, vámonos ya —lo tomé del brazo y ambos salimos del lugar.

Mi hyung insistió otra vez en pagar las dos horas de más que nos quedamos y yo no pude hacer más que aceptar resignado. Cuando salimos del centro comercial, no olvidé pedirle el paraguas del profesor Kim al guardia de seguridad. Mi amigo iba tan dormido que lo había olvidado por completo y apenas veía por dónde pisaba. Me tomé el atrevimiento de abrazarlo por la cintura hasta que dimos con el exterior.

Había anochecido por completo alrededor de las seis de la tarde. El cielo de un cobalto oscuro se extendía sobre nosotros con el firmamento salpicado de estrellas y ligeras nubes pintándose de un índigo profundo. Todavía caía una ligera llovizna fría entre los asfaltos brillantes y los charcos de agua acumulados salpicaban gotas concéntricas.

Era un paisaje que me llenaba de calma junto al resoplo frío. Tomamos asiento en las gradas de la entrada hasta que mi amigo pudiera despabilarse del todo.

—Por estas cosas nunca salgo de mi casa —confesó, ahogando un nuevo bostezo—. Tu voz me terminó de relajar, pequeño Jimin-ah. ¿Te parece que llamemos a un taxi? Nuestras bolsas pueden mojarse. Pediré un taxi y te llevaré a casa primero —sacó su celular, cubriéndolo de la llovizna.

—No es necesario, hyung. Puedo tomar el transporte. Ve a casa tú primero y descansa que mañana tenemos clases —lo miré, un poco preocupado por su somnolencia.

Seokjin era un hyung muy amable conmigo, pero yo también quería que él estuviera bien. Se oía el ligero salpicar de la lluvia y soplaba un viento que traía el aroma de las hojas húmedas. De pronto, observé en el semblante de mi hyung una expresión sorprendida.

—¿Está todo bien? —pregunté.

Él no dejaba de ver su celular con grandes ojos.

—¿Llamaste a Yoongi a propósito?

—¿Qué?

Él me mostró la pantalla de su teléfono. Marcaba una llamada que había finalizado hace apenas unos minutos, con dos horas y treinta y dos minutos de duración.

—Vaya, parece que alguien se entretuvo bastante escuchándote cantar, que ni siquiera pudo terminar la llamada —se burló de Yoongi, completamente despierto cuando le convenía.

—¡No puedes hablar en serio! ¡Dios, qué vergüenza, qué vergüenza, quiero desaparecer de la tierra! —comencé a escandalizar, sintiendo mi rostro arder.

De pronto la idea de lanzarme de cara a la avenida, con los cientos de autos circundando, parecía sumamente tentadora. Las luces multicolores parpadeaban en mis ojos, los cuales debían estar reflejando la más pura humillación.

—Tampoco es para tanto, Jimin-ie. Él quiso quedarse escuchándote —sonrió el de cabellos lila, batiendo su mano como si no fuera nada.

—Llama al taxi pronto. Quiero irme, hundirme en mi almohada, y pensar en la mejor manera de hacer desaparecer esto de mi cabeza. ¡No puedo ser tan torpe, hyung! —pataleé en mi lugar, chillando en silencio mientras escondía mi cabeza entre las piernas.

Song Request (Y.M)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora