VII. Uvas

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Podía sentir la mirada del profesor Min recorrer desde la avellana de mis ojos hasta la uva en mis labios. No supe si eso era correcto, si debía sentirse de ese modo, pero los ojos del hombre me exploraban en silencio, siempre en silencio, mientras una línea imaginaria se dibujaba entre los dos sólo por el movimiento de sus ojos que se había quebrado.

Justo cuando mordí la uva, sintiendo el jugoso néctar brillar mis labios de estimulante dulce. Alcé una ceja interrogante y el profesor Min retiró su mirada.

Habíamos estado tocando el piano por casi dos horas hasta que finalmente nos detuvimos, por el santo bien de mis tendones. Para el profesor Min, yo había encontrado mi género. Para mí, nada se sentía muy distinto, pero decidí confiar.

—Te daré una canción diferente. Es posible que haya casos así, no tienes que sentirte mal por eso. La música debe adaptarse al músico y no al revés —el profesor volvía a su faceta de inmediato, obviando algo que sólo estaba en la imaginación de su alumno—. Como profesor, no debo exigirte algo diferente. Lo que puedas estará bien.

—Suena usted como alguien convincente y empático. ¿Puedo hacerle una pregunta, profesor Min? —inquirí, recibiendo su asertiva—. ¿Por qué de pronto me tutea y me ofrece uvas?

—Dijiste que me tenías miedo. Si debo ser amable para que entres en confianza conmigo, puedo hacerlo.

—¿Lo hace con todos sus alumnos?

—Hasta ahora, nadie me trajo este problema. De presentarse, lo haría por cualquiera de mis alumnos —respondió sin inmutarse.

—De acuerdo. Puede ser que lo haya juzgado muy pronto, pero aún sigue sin agradarme —sonreí cómplice, a lo que el mayor negó con su cabeza.

El profesor Min arrancó una uva y la llevó a su boca. Para ese momento, rehuía mi mirada y fingía prestar su atención a la ligera llovizna. En ese momento yo me pregunté si sus oídos también serían sensibles a los ruidos naturales.

—Profesor Min, ¿puedo hacerle otra pregunta?

—Adelante.

—¿Por qué hay bellotas en su canasta de uvas? De pronto, pensé que usted quizás es una ardilla.

Descubrí una nueva expresión en el hombre, una de desagrado. A medida que iba explorando su repertorio, no podía evitar atesorarlas en mi mente. Tenía expresiones muy transparentes a pesar de su seriedad natural. En ese momento, su nariz se había arrugado con su pequeño lunar y su boca se torcía de forma graciosa. Me hizo sonreír sin quererlo.

—No vuelvas a insinuarlo. Las bellotas son de un amigo, no he tenido la desgracia de ser un roedor para mi buena fortuna.

—Parece usted tener algo personal contra las ardillas —señalé entre risas.

El mayor no volvió a decir nada al respecto. Aunque sentía curiosidad, no creí adecuado preguntarle sobre su naturaleza. No sentía la suficiente confianza ni por asomo y como el profesor no me había insinuado nada, pensé que quizá no era alguien que lo compartiera con el resto. Había casos así.

En aquel silencio que compartíamos, propio del cierre de la clase, podía sentir como si flotara en una nube de polvo mágico. Como si las estrellas bajaran del cielo otra vez y algo se pausara. La lluvia cesaba de a poco y yo comenzaba a sentir la humedad de la piel del profesor Min más de cerca. Él olería a lluvia al momento que recibió una llamada y sus pies se alejaron del espacio, esbozando una rápida disculpa.

Asentí sin remedio, poniéndome de pie para preparar mi mochila e irme. Desde la sala de estar podía observar al profesor Min recluido en el balcón, pequeñas gotas de lluvia caían en sus ondulados cabellos de chocolate amargo y café espresso.

Song Request (Y.M)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora