XIII. Leche

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No supe por qué el tiempo se había detenido desde que lo vi otra vez. Llamarlo Yoongi se sentía tan natural que realmente no era capaz de entender lo que nos estaba sucediendo, en especial a mí, pues el profesor no parecía tan afectado como yo. Tras sus últimas palabras, lo vi desaparecer en el piso de arriba, donde probablemente estaba su habitación y bajó con una muda de ropa limpia. Me dijo como si nada que iba a tomarse una ducha y que yo podía esperarlo ahí o tomar las llaves e irme, podría decidir lo que creyera correcto.

¿Qué estaba sucediendo? El profesor Min que yo conocía hasta ahora era uno que no cuadraba con esta imagen en ninguno de sus vértices. Creí que él me echaría como un perro, que me cerraría la puerta en la cara y me repetiría hartas veces que no me metiera en sus asuntos y que sobre todo, no trasgrediera la línea de la vida privada de un profesor adulto.

Sin embargo ahora todo daba vueltas y en la espera yo no supe qué hacer. Si me quedaba, no estaba seguro de poder afrontar lo que sea que aguardara, pero al mismo tiempo todavía no quería irme. Era estúpido pero había pensado tanto en él estos días que ahora tenerlo realmente aquí, materializándose frente a mí hasta que podía precisarlo otra vez, se sentía como ganarle una maratón a la vida y yo ya no quería bajar mis pies a la tierra.

Podría soñar un poco más si él me lo permitía.

Mientras oía el afable sonido de la regadera en el cuarto de baño, comencé a ojear las revistas que Yoongi tenía en la mesa de la sala, pues no tenía nada mejor que hacer hasta esperarlo.

Le di un sorbo al café, el cual sabía tan amargo que supe que me recordaría a él desde este día, pero eso no parecía importarme suficiente. Yo estaba bien con eso porque era algo diferente naciendo en mí y no me importaba darle su nombre. Al igual que la música, yo tampoco esperaba nada a cambio de Min Yoongi.

La primera revista que tomé era de Vogue Korea y salía una hermosa mujer en la tapa. Sedosos cabellos tan negros como una noche sin luna caían lacios hasta su cintura y volvían llamativa una tersa piel de muñeca con un lunar bajo los labios, suaves y finamente rosas como si estuviesen hechos por un artesano. La mujer de unos treinta años vestía una belleza de la que no podías huir al verla, pues era innegable y eso me había generado una incómoda sensación, porque ella luciría bella incluso sin ese brillante vestido azul y los ostentosos pasadores en su cabello.

No tuve que pensarlo mucho para darme cuenta de quién se trataba. Unas grandes letras indicaban su nombre. Ella era Sana, la esposa de mi profesor.

Vaya.

Por más que lo intentara, no pude imaginármelos juntos. Era imposible, como si sus bellezas se repelieran. Las revistas estaban llenas de sus fotos, ella saldría en todas las portadas con las luces alumbrándole el cuerpo de porcelana. Y yo pensé que dos personas tan diferentes no podían estar casadas, al menos en mi cabeza. La realidad era completamente distinta. Me pregunté si era sólo mi impresión. Tal vez estaba juzgando sin conocer.

Y sé que no debería haberme sentido de ese modo, pero algo amargo se resarcía en mi boca, y yo sabía que no era aquel agrio café que mis papilas descubrieron con inusitado regocijo, sino que había sido precisamente lo que más temía.

Alguien como yo no podría estar mirándola de ese modo en su propia casa, como si su marido no estuviese a algunos pasos de mí y yo de vez en cuando deseara precisarlo, conocerlo, trasgredir un poco más esas reglas. Era inmaduro, sumamente inmaduro y egoísta. Realizarlo fue tan perturbador que lancé las revistas sobre la mesa y me puse de pie sintiéndome sucio en el alma.

En ese momento Yoongi salió del baño, con una pequeña toalla blanca secándose los cabellos completamente mojados y unas ropas de entrecasa. Olía a jazmines y coco. Olía a algo que yo no podría alcanzar ni debería estar pensando con tanta fuerza.

Song Request (Y.M)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora