-XLVII (II)-

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Las gotas de lluvia comenzaron a caer con brutalidad hacía el suelo, golpeando las hojas de las plantas, las flores, el cesped y la piel de sus piernas. Muy rápidamente su alrededor se envolvió en un ruido calmo y relajante, aquellas primeras gotas fueron amortiguadas por su cabello, las siguientes se desparramaron por su cuerpo, se deslizaban de arriba hacia abajo recorriendo un camino fugás, mezclandose entre sus poros, entre su desesperación, ante aquel dolor agudo, latente, que la infectaba como un veneno por sus venas y que terminaba por fugarse hacia el suelo.

—N-no, no, no...¿Qué hic-ce?

Levantó la cabeza y miró al cielo, las gotas mojaron su cara en pequeños toques que acariciaban sus mejillas, cuando sintió que estas comenzaban a mezclarse con sus propias lágrimas agachó la cabeza, rindiendose ante aquella tortura a la que se aferraba su corazón, ante aquella ridiculés que era su vida, a aquel dolor en sus manos que  sentía que palpitaba al compás de su vida, que palpitaba como las grietas en sus piernas, como lo hacía el dolor que habitaba en su alma.

Por que nada iba a ser como antes, por que sentía que la luz del mundo se había apagado, por su culpa.

De esa forma también gritó de rabia, de impotencia, de egoísmo, por que la quería con ella tanto como quería que fuera mentira, que el tiempo volviera atrás, que no la conociera y que nunca ubiece tomado su mano, que nunca le ubiece mirado con aquellos ojos como rubíes directo al alma y le dijiera que la amaba, quería decirle que la amaba.

El aliento comenzó a fallarle, sus pulmones impulsaban su lamento, perdía el aire como la había perdido a  ella, como también así había perdido la esperanza que la abandonaba como sus gritos a su garganta.

Pasos.

Sintió morir, sintió desfallecer, sintió horas, minutos y años allí, atada a aquel árbol, atada a aquella melancolía, a su propio dolor, aún que más bien, ante este último se encontraba encadenada.

Los pasos se convirtieron en pisadas, las pisadas en una persona, y aquella persona en un monstruo, uno que vestía de escarlata, lluvia bajaba por su rostro entres lagrimas y lágrimas imparables, que hacían un recorrido certero desde sus cejas cruzadas y sus labios temblorosos, y es que el monstruo se lamentaba.

— Ya está echo.

Y murió.




























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No Seas Su Sumisa~Amanda xAkko Donde viven las historias. Descúbrelo ahora