LII

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El impulso de sus pulmones por recuperar el aire fue abrupto. Su cuerpo se sintió liviano cuando se sentó en su lugar lentamente, unas manos que se colocaron en su espalda acompañaron el recorrido de su cuerpo, y a la vez le brindaban un poco de calor entre todo el frío que sentía. Abrió los ojos y los cerró un par de veces mientras su cabeza dejaba de doler.

—Por fín, hoy... lo conseguí.

La voz habló entre su propia penumbra.

Amanda apareció frente a su mirada, sus manos tomaron las suyas y las sostuvieron con suavidad, la miró a los ojos con preocupación y un gesto marcado por la pena.

—Tenemos que irnos. Ya.

Las voces de fondo aturdían sus oidos, las manos en su espalda desaparecieron, ahora tenía una en el hombro.

— Deben irse, corran hasta Luna Nova lo más rápido que puedan.

El cielo se tiñó de rojo. Camilo miró a Amanda con una seriedad imperturbable, Amanda asintió en modo de respuesta.
Comenzó a llover desaforadamente sobre sus cabezas, todo tenía una preciosa tonalidad rojiza sobre sí. Algo malo ocurría... algo muy malo.

—Nadie se va de aquí hasta que yo lo diga.

Habló una voz profunda, grotesca entre los cielos. Por fín pudo salir de su ensoñación, cuando un trueno rompió contra el piso.

—Todavía tenemos cuentas pendientes, hermana.

Amanda tomó su brazo con fuerza y la levantó del suelo con rapidez, apenas puso los pies en la tierra comenzaron a correr.

—¿Pero qué sucede?

Su voz subía y bajaba en cada paso que llegaban a dar sus piernas. Pronto, el bosque se tiñó de naranja a su paso, los árboles, el césped, las ramas y hasta el polvo que subía en el aire, todo comenzó a desdibujarse a su alrededor.

— Dentro de nada lo sabrás.

Nunca se detuvieron, hacía tiempo que Camilo había quedado atrás, sus pies comenzaban a arder. Al mirar el suelo notó que aquello no era un ardor y por un momento sintió que su cuerpo no era sullo, que era una simple espectadora de su situación, hasta que la quemasón escaló hasta sus rodillas como pequeñas hormigas entre latigazos de fuego. Soltó un pequeño grito de angustia, levantó la cabeza hacia Amanda, su rostro sudoroso y serio se enmarcaba por el cansancio, la desesperación y la decisión a seguir corriendo, acompañando a aquellas lágrimas que se estancaron en su dolor. También pudo notar que de alguna forma, aquel fuego abrazaba más al dolor de Amanda que el suyo propio. El fuego le ardía, pero no le quemaba, había creado agujeros en sus botas, chamuscado la tela de su uniforme, le brindaba calor, pero no la lastimaba. Y antes de poder alarmarse o siquiera sentirse confundida, se giró a Amanda y gritó entre los alaridos de los árboles desintregrandose.

—¡Detente Amanda!

Siguieron corriendo mientras aquella la miraba un poco más adelantada, hasta que abruptamente se frenó en el lugar, Amanda no tuvo más remedio que hacer lo mismo entre gestos de profundo dolor y desesperación.

—¡No me quema!

Y por consiguiente, y a pesar de la diferencia de estatura, se agachó agilmente y enganchó los brazos de la mayor entre su cuello. Así comenzó a correr, por lo que Amanda se vió obligada a levantar sus piernas y dejarse llevar en la espalda de su amor.

— Estás completamente loca.

Dijo en su oído para que lograra escucharla por encima de su propia respiración y el fuego que rugía entre lenguetazos.

—Por tí.

El fuego arremetió sin piedad, deboraba todo a su paso y avanzaba con vehemencia, el cielo rojo se abría a su paso como un camino entre las nubes, y aunque no sabía a dónde se dirigía, sus pasos avanzaban rápidamente entre las nuevas cenizas.

—Allí.

Amanda levantó el brazo señalando entre las nubes a su alrededor. De repente, a su vista se abrió paso una torre de piedra, elegante y firme entre todo el casos, con sus puertas abiertas dispuesta a recibirlas y acojerlas dentro, no dudó ni un segundo en dirigirse allí.

Apenas cruzaron esa puerta, la obscuridad las abrazó como una bruma, el corazón le latía a mil por hora y parpadeaba los ojos una y otra vez alejando el ardor del humo.

Cansada, dejó a Amanda lentamente en el suelo, ninguna habló, y apenas la mano de  la pelinaranja tocó su hombro, las luces se prendieron y se apagaron como un estallido. Sus cuerpos temblaron al igual que todo a su alrededor, y desde sus pies hasta el centro del edificio, una ola de luz terminó en avanzar hasta un pequeño podio de madera tallada.

El ruido de las chispas, los saltos y el de los árboles ardiendo se camufló entre su asombro. En primer plano, aquel libro de lomo grueso, abierto, colocado específicamente en una página, con una luz nítida apuntándole, siendo el centro de la escena, de su visión, sede de su verdad. En segundo plano, su entorno obscuro, intrigante, infinito.

Una parte suya, propia, avanzó con pasos firmes, lentos, contracturados, como si derepente se hubiese olvidado de como se camina, de como se coloca el pie o como se mueve la rodilla. Con la boca seca, las pestañas perturbando su vista y su respiración chocando su labio superior, tocó el libro de páginas espesas y amarillas, de letras antiguas y palabras eruditas.

Comenzó a leer, como si la vida le ubiece dado como total neto ese punto, como si la vida no continuara de allí. Clavó las uñas en los bordes del libro y el podio. Lo cerró, se giró.

— Tú lo sabías.— Dijo en afirmación, ya no había lugar para las preguntas.

— Sí.

— ¿Por qué no lo dijiste antes?

— Ella quería que lo descubrieras por ti misma.

— ¿Quién es "ella"?

— Tú, o lo que eras tú.

— ¿Y aún así me amas?

— Más que nunca.

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⏰ Última actualización: Jun 16, 2023 ⏰

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No Seas Su Sumisa~Amanda xAkko Donde viven las historias. Descúbrelo ahora