🥑XXXII🥑

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Los músculos de su abdomen dolían por la posición en la que se encontraba y su cuerpo era sacudido por un entumecimiento incómodo que iba subiendo de nivel con cada parpadeo.

Miro detrás suyo, buscando para ver a alguien, queria ver a la persona que le había ayudado a levantarse antes de llegar al suelo, pero pudo ver por ella misma la soledad que había en aquel cuarto soleado.

Quitó el pelo que le obstruia los ojos y con aún más lentitud observó la sala en soledad, tratando de reconocer donde se encontraba, pero un escalofrío le sacudió el cuerpo al ver que aquella tenía los mismos pisos de madera, la misma penumbra silenciosa y las mismas paredes que el cuarto de Irisis... Y es que nunca había salido de allí.

Un viento frío le sacudió la nuca, sintió unas manos tocarle los hombros, sentía una sensación de alguien, pero sus ojos no podían mentirle, ella estaba sola.

Con desconfianza puso un pie sobre el suelo siguiéndole por el otro, parándose sobre su lugar con suma discreción. Ahora de pie echó una segunda mirada por el lugar, esta vez sin pasarse nada por alto, observando todos los rincones con tal detenimiento que hasta podía ver la tierra impregnada por todo el lugar, era como un polvo grisáceo, como si la bolsa de una aspiradora hubiese explotado en el lugar.

Luego de estar segura de estar completamente sola y con la angustia transformada en una bola en su garganta, se dirigió al espejo en frente de la cama y observó su cuello lleno de colores violetacios y rojizos, para que luego de verse el cuello tomara su propio cabello y lo tirara con ímpetu, como castigandose por lo que había echo, o más bien por lo que no.

Tanto en su cara como en su cuerpo se notó la profunda tristeza que estaba arrancandole la piel. Sentía algo tan intenso que le dolía, algo tan pero tan feo que hasta podía oír y deplorar como su corazón dejaba de funcionar, sentía que en su pecho había algo tan pesado que sus piernas no podía soportarlo y simplemente se tiró de rodillas al suelo, como clamando por aliviar ese profundo dolor que vivía.

Un enojo tenebroso nació de ella como una explosión, algo que nacía de lo que sentía, que se instalaba inmediatamente en su corazón y que se aferraba a no ser arrancado de ahí. Ese enojo sólo lograba echarle más sal a lo salado y hacia que la herida doliera más y más fuerte.

Sacó su manos de su cabello y miró junto con estas hacia el piso, una suave alfombra descansaba sutilmente allí y allí fue donde calló mirando hacia el techo, una sensación extraña le hizo poner la piel de gallina y con un movimiento errático puso una mano en su pecho justo donde debía descansar el collar que Úrsula le había obsequiado.

Un escalofrío le recorrió el cuerpo abruptamente y el pánico se extendió por todo su cuerpo haciendo que su corazón latiera al ritmo de un compás frenético e incesante. En otras palabras, sentía que se le salía el alma del cuerpo. Se sentó rápidamente y comenzó a palmar su pecho para sentir el collar y luego admitir que su ausencia no era más que un error, pero al palmar su cuello y no sentir la cadena, la respuesta vino por si sola, el colgante no estaba.

Se paró en su lugar y buscó el colgante volviendo en sus pasos, aún así también buscó debajo de la cama, en las cajoneras, entre los libros y hasta detrás del espejo, pero no encontró más que tierra y polvo. Con cada minuto más que seguía allí, el pánico le consumía de manera más rapida.
Aquella habitación solo le ponía los pelos de punta y le traía malos recuerdos, era muy excesiva la manera en la que las paredes destilaban esa fragancia a tristeza, y en cada esquina la soledad deslumbrada a borbotones.

Una vez más, echó una ojeada por debajo de la cama, se agachó en sus rodillas y bajó su cabeza subiendo el edredón con una de sus manos, pero aún así no fue suficiente, se acostó en el suelo y arrastrándose se fue a lo más profundo de la cama, cuando sintió algo tocarle el pie. Dirigió su mano a su tobillo y lo golpeó despacio para asegurarse de que no fuese un bicho, pero al llevar su mano ahí sintió algo más, algo extraño que le acariciaba la piel.

—¿Acaso es esto lo que buscas?

Luego se escuchó solo el silencio sepulcral tan característico de la habitación, se quedó como una piedra en su lugar sin mover siquiera un pelo, su cuerpo estaba enteramente tenso y hasta había pausado la respiración por un instante. Esa no era nada más ni nada menos, que la voz de Irisis, que ahora reía suave y calmadamente.

—¿Te han cortado la lengua o es que acaso te pongo nerviosa?

Sintió su mano aferrarse con fuerza a su pie para ser arrastrada de debajo de la cama.

—¡No, no, no, no!

Su voz se escuchaba tomada por su garganta, trató de levantarse desesperadamente del suelo, pero la fuerza de ella era claramente mayor a la suya. Una vez fuera Irisis le dio vuelta hacia arriba de una patada en el estómago. En su mano colgaba aquella piedra preciosa y en su cara se veía la gracia que eso le hacía.

—¡Devuelvemelo Irisis!

Próximo a eso, una patada en el rostro le desencajó completamente, pudo sentir como su bota se estrellaba en su mejilla y como sus oídos sunbavan por el golpe repentino.

No entendía nada de lo que acababa de pasar, no entendía por qué el repentino interés por el collar, no entendía por qué debía golpearla tanto y menos comprendía por qué se reía. La situación era una completa locura y no sabía si era por el golpe o por algo más pero tampoco entendía que era lo que Irisis quería.

La situación le sobrepasaba, su cara dolía y estaba desorientada, pero sería una estúpida si dejara que se saliera con la suya. En este momento, recordaba todas las veces que había dicho y había deseado ser más fuerte, y en este momento recordaba lo que se venía después.

No, está vez no. Ya no más.

Estaba cansada, exhausta.

Solo quería calma y tranquilidad, eso fue lo que quiso todo el tiempo, poder ser normal, poder sonreír, poder estar en paz y ser feliz.

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No Seas Su Sumisa~Amanda xAkko Donde viven las historias. Descúbrelo ahora