Capítulo 12. Jane

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—¿Está bien con nosotros dos aquí?

Asiento, abriendo la puerta para que acceda con su hijo. Retrocedo y él se para dentro de mi apartamento. Dash me sigue con la mirada y se detiene frente al armario del recibidor.

Dejo las llaves colgadas, y marco el paso hasta señalar el pasillo.

—Puedes llevarlo a mi habitación. Ambos podéis quedaros allí.

—No hace falta, podemos ocupar el sofá... Quiero decir, puedo ocupar el sofá.

Meneo la cabeza y suspiro, dejando la caja de cartón con las cosas de Tasha en el salón. Quise tirarlas, sin embargo, no fui capaz. Esta es la única que no pude desechar.

—No, está bien —claudico.

El pequeño no debería dormir en un sofá.

—De ninguna manera, no tomaré tu cama.

—Por favor, no discutas, y toma la cama.

—¿Estás segura?

—Absolutamente. ¿Tienes sueño?

Al parecer, encuentra eso divertido, porque niega con la cabeza, con una sonrisa curvándose en un lado de su mejilla.

—No.

—Puedes mirar la televisión o algo así, si quieres. Solo necesito un segundo.

Le hago señas hacia la sala de estar, y me meto en el cuarto de Tasha, preguntándome cuánta mejora podría perpetuarse en cinco minutos. Tengo una tarrina de helado de galletas con chispas de chocolate en la nevera en espera para ciertas ocasiones, y planeaba que esta noche fuera esa ocasión.

Escucho los pasos de Dash desplazarse a mi cuarto y, después de oír el cierre de la puerta, dejo salir una exhalación antes de abandonar la habitación vacía de Tasha. Me siento en un extremo del sofá y, tras encender la televisión y suponer que él no vendrá al salón, aparece con paso sigiloso hasta asentarse a unos centímetros de mí.

Por mucho que me estuviera volviendo loca antes, se siente natural tenerlo aquí.

—¿Quieres hielo? —interpelo, mientras me levanto, señalando hacia sus manos.

Deja el hilo con el que jugueteaba.

—¿Qué, esto? —Se examina los nudillos—. Estoy bien. Solo tuve un día complicado en mi trabajo y me corté accidentalmente.

—¿Quieres que me vaya?

Me inquieto con el dobladillo de mis pantalones. Sus ojos siguen el movimiento, luego suben por mi cuerpo hasta que su vista se fija en la mía.

—No —su tono es firme, pero no profundiza.

Mi estómago se revuelve en nervios, y asiento, mordiéndome la comisura del labio.

—¿Te apetece... ver una película?

Un encogimiento de hombros.

—Claro.

—¿Qué quieres ver?

—Tú eliges.

Cambio de canal y pongo uno en el que emiten 24/ películas, y poso el comando en la mesa de café antes de volver a sentarme. Sus pies se extienden hasta dejarse reposar sobre la mesita frente a mí, y un silencio se asienta entre ambos. Mis ojos se dirigen a la caja empapada de cartón devuelta por la madre de Tasha con las pertenencias que creí que a su familia le gustaría tener.

Al parecer, no ha sido así.

—¿Estás...?

No puedo escuchar lo que va a decir. Si tengo que oírlo preguntar, terminaré llorando y haciendo el ridículo.

Así que lo interrumpo.

—¿Qué harás ahora?

Emite un suspiro y estoy segura de que sabe que oculto algo, de que puede ver dentro de mi ser, mi revuelto estómago.

—No lo sé. He estado buscando apartamentos por meses en esta zona y la cosa no va muy bien.

Muerdo mi labio y giro el cuello en su dirección, su vista clavada en el televisor.

—Quizás... Puedes quedarte el tiempo que necesites aquí. Desde que Tasha, mi antigua compañera, se fue, se sintió vacío. No me iría mal tener nuevos compañeros de piso y... yo no tengo problema con los niños. Soy propietaria del apartamento, así que, soy quien pone las normas.

Su mirada se encuentra con la mía y las pequeñas arrugas aparecen a los costados.

—Entonces, deberíamos intercambiar nuestros números. Pero me temo que voy a tener que ponerte un nombre secreto para que nadie sepa quién eres cuando me envíes cosas sucias.

Me río y sus ojos se abren ampliamente.

—¿Planeas mandar mensajes de ese tipo? —inquiero, abrazándome a uno de los cojines blancos—. Por favor, no. A este paso no sabrás ni mi nombre.

Coloco una sonrisa en mi cara. Cuando él sonríe de regreso, me cuesta mucho menos mantenerla allí. Se halla a unos centímetros, sentado muy cerca de mí, lo que me permite captar el aroma de su colonia. Mis párpados se cierran y algo en mí me obliga a recordarlo, como si ese olor ahora perteneciese a mi interior. Pero los abro al oír un chasquido, y es en ese momento en el que me encuentro con Dash observándome, estudiando mi rostro.

¿Cómo se puede explicar que estaba intentando memorizar el olor de alguien sin parecer lunática o pirada de la cabeza?

—Me has salvado el trasero, prometo que te pagaré todo lo que digas... Aún más. Juro que no te molestaré y, a finales de primavera, nos habremos ido —apalabra, antes de hacer una pausa—. ¿Estás segura de esto?

¿Lo estoy?

—Sí.

—¿Tienes sueño?

Mantengo la boca cerrada hasta encontrar las palabras adecuadas.

—Un poco... Si hacemos esto... —digo, deteniéndome. Su postura corporal ha cambiado, igual que la mía lo ha hecho—. Si llevamos a cabo esto, tenemos que ser cuidadosos y, bajo ningún concepto, pasar la línea de compañeros.

—Cariño, ahora mismo te ves como la adorable hermana de alguien. Ningún hombre quiere follar a su hermanita. Y si lo hace, no quieres estar cerca de él.

Sí, definitivamente me parece bien.

—Buen punto. Estamos en el mismo nivel.

—¿Compañeros temporales, Janette?

Sacudo mi cabeza ante el estúpido nombre.

—Sí, Blackford.

Dash se inclina, poniendo las manos sobre sus rodillas.

—Con una condición.

—¿Cuál? —inquiero.

Levanta la barbilla hacia mí.

—Que no vas a enamorarte de mí.

Me muerdo los labios y lo miro fijamente, mientras él sigue sonriendo.

—Eres una amenaza, Blackford, pero me temo que serás tú quien acabe prendido de mí y mi gran copa de vino. Te lo aseguro —garantizo con un suspiro—. Tengo el mejor vino de Sacramento en mi posesión. Y, por cierto, has estado cerca.

Enarca una de sus cejas.

—¿Qué?

Me yergo del sofá, estirando mis piernas antes de apagar la televisión.

—Mi nombre —menciono, dejando que la sorpresa se apodere de sus rasgos—. Jane. Así me llamo.

—Jane.

Asiento.

—Jane. Igual que Jane Austen, Jane Eyre, Jane Campion o la de Tarzán. Pero más bien Jane Austen, dado que ese es mi apellido —Alzo mis cejas—. Mis padres, unas personas muy originales, ¿no? No puedo decir que comparto el color de piel con esa mujer, pero sí el apellido.

Él también se levanta, y uno de sus tirabuzones cae sobre su frente.

—Jane Austen. Me gusta.

Y Entonces Tú [TERMINADO] (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora