Capítulo 22. Tasha

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Diciembre 2012

Siempre supe lo que quería... O mejor dicho, lo que no quería en mi vida. Estaba cansada de que se repitieran las pesadillas que me atormentaban. No quiero tener que volver al pasado y vivir con el temor de que el suelo bajo mis pies se abra de nuevo, una vez más...

Es curioso cómo, aquello de lo que te pasas la vida huyendo, encuentra la manera de alcanzarte una y otra vez. Lo peor es que sucede cuando menos lo esperas. Cuando crees que volvías a respirar, a soñar. Aparece de la nada, te toca la espalda, desafiándote a que mires por encima de tu hombro. Y ahora que todo está por terminar, todo a mi alrededor se siente evidente.

Más claro.

Lo he sabido desde que tenía veinte años.

Mi mente intentó convencerme de que extrañaría este lugar una vez que lo dejase y comenzase mi vida en Sacramento, pero eso siempre fue imposible.

Mi vida ya no estaba aquí, y lo que antes me pertenecía, mi infancia, dejó de hacerlo cuando me fui. Aquí empezó todo, aunque no me percaté de ello hasta hace unos meses, cuando mi madre me pidió que viniera.

Caminé por el pueblo, y observé esa librería en la que pasé gran parte de mi infancia. La dueña del establecimiento, se solía sentar todas las noches con su marido con un libro en la mano y leían juntos, uno al lado del otro, frente a la que, unos años después, sería su librería... Y, a pesar de los años, siguieron haciéndolo; siempre se los veía agarrados de la mano o con un tomo. Se refugiaban entre las letras y su propio amor.

Pasé gran parte de mis años dentro de aquella tienda, cuando mi madre trabajaba doble turno y eran esa pareja la que me cuidaba. Me sentaba en una esquina del fondo, enamorándome de historias de lugares lejanos, de personajes que jamás se materializarían. La única norma era el silencio, y lo único que se podía escuchar era a la gente caminar de puntillas por la sala, buscando su siguiente lectura.

Amaba ese tipo de soledad que este sitio me brindaba.

Fue allí, donde descubrí la existencia de las revistas y donde supe en qué me quería convertir. Y, en ocasiones, aquel sitio me hizo sentir más en casa que en la mía propia.

Era mi refugio.

Sin embargo, todo cambió de la noche a la mañana, cuando el que era mi paraje seguro, dejó de serlo, para ser invadido por malos recuerdos.

Sigo mi paseo hasta alcanzar a verla; la vieja casa tiene ese aire de hogar verdadero, vívido y cálido, con estilo de rancho, con suelos de madera oscura antigua. Sobre todo en esta época del año, la chimenea de piedra siempre está en funcionamiento, dándole ese aspecto más hogareño, el aire adquiriendo el olor a leña y a las tartas que mi madre prepara. Está a solo diez metros de la playa, por lo que la sal de esta también puede ser inhalada desde aquí. Se encuentra ubicada en un terreno doble y, detrás, hay un pequeño granero que mamá convirtió en taller. Y sobre la puerta de la verja blanca de entrada, hay un letrero labrado a mano, con mucho cuidado, en el que pone: reparaciones.

Cuando me mudé aquí siendo una niña, imaginaba que era parte de una de las pinturas de Norman Rockwell, como las réplicas de sus cuadros que se hallan todavía colgados en el interior.

La ansiedad se apodera de mí.

Han pasado años y lo que parece toda una vida desde que abandoné este pequeño lugar. Me había prometido a mí misma, cuando me fui, que jamás regresaría...

Y aquí estoy.

Mi mamá, al divisarme en el porche, sale para buscarme y me dirige a mi antigua habitación. Luego pongo la maleta en la cama y voy hacia la puerta.

—Hija mía... Estás aquí.

Miro su arrugado rostro y, a pesar de que ella me abraza, yo no puedo hacerlo. Mis brazos están inertes, rígidos ante el recuerdo. Lo único que soy capaz de hacer es inhalar el omnipresente aroma a vainilla y azúcar que anhelo poder grabarme en la memoria.

Esta es la última vez que la veré... Pero esto no tiene por qué saberlo...

Aún no.

Y Entonces Tú [TERMINADO] (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora