40# ᚨᚠᚱᛟᛞᛁᛏᚨ

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Eris suspiró, le habían dejado allí esperando, solo y sin compañía.

¿Las razones? Las desconocía, o tenían demasiada confianza en él o era una prueba de lealtad.

Palpó el frío metal en sus manos, emitiendo un largo suspiro, abriendo sus ojos solo para encontrar los de su madre.

Una mirada impasible encontró los ojos furiosos y llenos de desprecio de Diana. Un cansado gesto apareció en su cicatrizado rostro.

—"¿Estás orgullosa?"— Preguntó alzando su mirada, sus ojos plateados rojizos miraron a la diosa, impasible.

El gesto de Diana fue de la más absoluta confusión, la mirada de Eris se endureció ligeramente, tenía la oportunidad de desahogarse como nunca.

—"¿Te sientes orgullosa de lo que has hecho? Haber dejado a un niño al borde de la muerte, y haber causado que se convierta en... Esto"— Sus palabras no traían emoción alguna, señalándose a su mismo, las cicatrices que le cubrían, dejando ver claramente los recuerdos de aquella fatídica noche.

—"Yo, no"— Intentó hablar la divinidad Romana, pero su hijo la cortó con un bufido.

—"Claro que no, solo cortaste, apuñalaste y que no se te olvide Diana, marcaste con un hierro candente a tu propio hijo. Y no te bastó con solo eso ¿Verdad? Tenías que hacer que el dolor del hierro perdurara hasta que muriera ¿Cierto?"— El veneno se empezó a filtrar en las palabras de Eris, que veía con aspereza a su madre —"Pero claro, nada es tu culpa, es solo que nací siendo un chico ¿No? Todas tus acciones inhumanas son justificables por ello ¿Las flechas que me clavaste? No hay quien te culpe, soy un chico ¿Cuando casi me partes el cuello? Soy un chico..."—

En aquel momento se detuvo, mirando a Diana, quien estaba obviamente en un estado de shock —"Para ser una diosa de la maternidad y los niños... Eres patética"—

—«Y pensar que todo podría haber salido bien si fueras más como Artemisa»— Eris se mordió el labio para no soltar esas palabras, volviendo a sentarse en el suelo, ignorando a su madre y volviéndose a concentrar en el frío tacto de su espada.

Unos pasos resonaron en aquel lugar, giró su mirada ligeramente, dirigiéndola hacia las ruinas del palacio que se alzaban ante él.

De aquel palacio de mármol negro salió un hombre, sus ojos eran como dos zafiros y su pelo parecía bañado por la luz del sol, su rostro denotaba juventud, y una sonrisa jovial se extendía por su rostro.

De su cinto colgaban dos armas, una espada vikinga y un hacha, ambas fabricadas con un material dorado. Portaba una especie de camiseta de cota de malla dorada, que refulgía tal y como las escamas de un reptil.

—"Sigfrido ¿Te mandó el general?"— Cuestionó el joven semidiós, viendo al héroe nórdico con calma.

—"Si, ya sabes, no se fía de tí, aunque yo tampoco"— Comentó casualmente, caminando en círculos.

—"Me tranquiliza saber que el sentimiento es mutuo"— Contestó el hijo de Diana mientras se ponía en pie —"Iré a ver si traigo algo, ya sabes"—

—"Si si, no cortar, tajar, apuñalar o dañar de cualquier modo físico a nuestra invitada"— Recordó Sigfrido, viendo marchar al semidiós romano.

En alguna otra parte del mundo, Cristel sentía que había estado montando en un coche deportivo por un camino lleno de baches, montado en un asiento con clavos.

Habían estado viajando durante bastante tiempo, la luna se alzaba ya sobre el cielo, y el jabalí se seguía moviendo.

—"No, si el cuervo ese va a hacer más turismo que la mitad de los estadounidenses "— Musitó Percy, viendo el desierto que ahora cruzaban.

Luna nueva Donde viven las historias. Descúbrelo ahora