2.- Viaje

343 41 1
                                    


A Kamel lo despertó un olor nauseabundo. Se tocó la cabeza con la mano. Sintió la sangre seca y un chichón del tamaño de una duna. En el pecho sentía como si se hubiera quemado y tenía comezón. Se quiso incorporar, sin embargo, no lo pudo llevar a cabo, pues descubrió que se hallaba encadenado en la base superior de una litera, en posición horizontal. Se quejó instintivamente. Le dolía la cabeza de forma constante y se sentía mareado, por lo que se tocó los labios con la mano libre y descubrió que los tenía muy secos. El joven oyó a lo lejos la voz de Safiy.

          —¿Estás bien Kamel?, pensé que no volverías a despertar jamás. Llevas más de una semana, sin abrir los ojos. Gracias a Alá que ahora te encuentras consciente. ¿Cómo te sientes amigo?

­         —No lo sé, realmente hay partes de mi cuerpo que se hallan dormidas, o con un dolor constante. Creo que bien después de todo, más no entiendo nada. ¿Dónde estamos? ¿Qué es esto? ¿Por qué nos encontramos encadenados? ¿Y mi tío Husaam? —lo llenó de diversas preguntas, con un tono angustiado en su voz.

­          —Ese perro nos vendió como esclavos y no sé a qué lugar nos lleven, pero al parecer es muy lejos, por mar —se expresó lleno de amargura y desolación, pues no le agradaba el destino que les esperaba vivir.

          —Escuché a dos de los guardias que nos revisan que estamos en un barco que va a la Nueva España —contestó un hombre de abajo de la litera de donde se encontraba su amigo.

          El 15 de enero de 1716. Fue una mañana llena de neblina y con un frío que calaba hasta los huesos; Kamel y Safiy, junto con otros 200 esclavos negros llegaron a Nueva España, al puerto de Veracruz, para cumplir el destino que les había obsequiado Husaam.

          En el instante en el que desembarcaron, los encadenaron con grilletes unos con otros. Al tratar de caminar estando unidos de esa forma provocaba que, si la fila se retrasaba, un hombre los azotaba con látigos de cuero. En el lugar se encontraban españoles que no dejaban de gritar cosas. Sin tomar en cuenta que para el oído de la gran mayoría de los esclavos eran incomprensibles sus palabras. El olor que desprendían era nauseabundo. Sus ropas parecían más que sucias. Su akarbey se encontraba totalmente manchado con la sangre de su cabeza. Kamel logró sanar a lo largo del viaje, a pesar de que fueron alimentados con estofados de apariencia dudosa. No obstante, dadas las circunstancias no se podía quejar. Mientras que el agua que les daban a beber era de un sabor amargo, que no igualaba para nada a la de su querida Argelia.

          —¡Mm! —Suspiro produciendo el murmullo, al recordar a su madre y padre. Se sintió culpable, como todos los días de la travesía, por no darse cuenta de que en realidad era un niño queriendo demostrar ser un hombre. Finalmente, con sus acciones lo único que provoco fue la vergüenza para su padre y la preocupación de su madre.

­          —¡Ustedes, rápido, caminen hacia acá! —gritó un hombre en suahili.

          Se movió Kamel, sintiéndose reconfortado porque al fin entendía algo en ese lugar. Gracias a su nodriza que le enseñó el idioma.

          Don Francisco Ávalos de Benavides, esperaba ansioso la llegada de Fidel con sus encargos de Veracruz. Con esos esclavos negros como su nueva adquisición, su mina de oro obtendría más ganancias. Las labores del campo también estarían beneficiadas, ya que los alternaría en las actividades, para continuar siendo uno de los señores más prósperos de la Provincia de Ávalos.

          Kamel se encontraba desesperado, pues tenía sed y hambre. Desde que desembarcaron lo subieron a una carreta junto a su amigo y a otros 19 esclavos negros. Solo descansaban cuando llegaban a algún mesón que se encontraban por el camino. Únicamente los prisioneros terminaban siendo llevados al establo. En ese lugar era donde podían realizar sus principales actividades. Como recibir alimento. Hacer sus necesidades fisiológicas y dormir sobre la paja. Encadenados unos con otros, como si fueran animales.

          Perdido en sus pensamientos le pareció paradójico lo que estaba viviendo, puesto que en su pueblo también tenían esclavos y en esos instantes, al otro lado de su tierra, él se convertiría en uno. De ser un amo, ahora pasaría a ser una propiedad. Se juraba a él mismo y Alá que escaparía. Volvería a su tribu, junto a su gente.

          Después de casi un mes de camino llegaron a su destino. Un pueblo de calles anchas y rectas con construcciones grandes. Era de tarde cuando ingresaron a la demarcación. Los niños corrían al lado del carromato, gritaban y reían como si de un juego se tratara. La mayoría de las personas que veían pasar a los jinetes con la carreta llena de esclavos, saludaban al que iba a la cabeza de la comitiva. Eso le hacía pensar a Kamel que se acercaban a su destino. Por lo que le habló de inmediato a Safiy.

          —Hermano, escaparemos a la primera oportunidad. He memorizado todo el camino que hemos recorrido —le dijo con una sonrisa en la boca.

          —Kamel, eso me parece bien, solo me cuestiono, la forma en la que pagaremos el regreso en barco a nuestro hogar —preguntó un tanto desalentado, por la situación que los rodeaba.

          —Todavía no lo sé hermano. No obstante, sé en mi interior que lo conseguiremos, de eso no tengas dudas —respondió lleno de esperanzas.

          Uno de los peones encargados de los esclavos se acercó a la carreta y con lo duro de su látigo golpeo en las costillas a Kamel. A la par que gritaba su advertencia.

          —¡Cállate, perro, que los esclavos tienen prohibido hablar entre sí! —Odiaba comportarse de una forma tan agresiva. A pesar de eso, lo necesitaba hacer así, para evitar motines.

          Kamel no comprendió las palabras, sin embargo, con la acción entendió de inmediato que se tenía que callar. Se tocó donde había recibido el golpe para sobarse, mientras le dirigía una mirada cargada de odio con sus hermosos ojos color chocolate claro, al maldito agresor.

          La carreta se detuvo frente a una hacienda. En la verja de la puerta se encontraba adornada con flores de lis en medio de los barrotes. La propiedad se ubicaba a las afueras del pueblo. La construcción era enorme y contaba con dos plantas.

Esclavo de Pasión y OdioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora