6.- Recuperación.

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Genoveva asistía diario a revisar las heridas de Kamel, ya se encontraba mejor, afortunadamente no tuvo infección, lo único que la tenía intranquila es que tenía una espalda ancha, musculosa y tersa donde no había sido fustigado. Cuándo curaba sus heridas y tocaba su piel ella sentía como si tuviera mariposas en el estómago y para terminar, en cuanto ella llegaba él no apartaba los hermosos ojos color chocolate.

Después de que fuera azotado, Kamel tenía recuerdos que eran borrosos, sintió el golpe cuando lo echaron encima de una tela dura. No supo como pero de pronto se encontró en una cama siendo visitado por un ángel muy bello que curaba sus heridas.

Genoveva se encontraba junto al pretil de la cocina con una bolsa de palma en la que llevaba el ungüento y los paños limpios para el esclavo; mientras que a Rosita la había cargado con una vasija llena de caldo de pollo y un chiquigüite lleno de tortillas. Rosita se encontraba algo incomoda al tener que ir a los cuartos, esos donde tenían a los enfermos, lo que menos le gustaba era que su señorita fuera diario a curar y alimentar al hombre golpeado y sobre todo no le agradaba la forma en que el esclavo miraba a su niña, era como si se la quisiera comer de un bocado. Ya casi cruzaban la puerta de la cocina cuando las dos escucharon una voz que les gritaba.

—Niña Genoveva, ¿A dónde creen que van las dos con todo eso?

Preguntó la nana María Luisa con las manos en jarras. Genoveva dio media vuelta y miro a su nana que era como una madre para ella y contuvo sus ganas de contestarle groseramente y respondió.

—Nana, ya sabes que todos los días voy a curar al muchacho que mi padre castigó.

—Si, ya sé que es lo que vienes haciendo todos estos días mi niña, pero debes entender que una señorita como tú no tiene por qué andar haciendo esos menesteres.

Genoveva hizo el ademan de que iba a hablar cuando su nana la interrumpió diciendo.

—No me repliques, Genoveva, que estoy hablando y no me gusta que me interrumpan. Qué no entiendes que no es correcto que estés a solas con ese hombre y que lo toques, ya me dijo, Rosita cómo se te queda viendo y que le das de comer en la boca, hay criadas para que hagan esa labor.

—María Luisa, como pretendes qué lo cure si no lo toco y cómo quieres que el muchacho no me vea si estoy parada frente de él. Le doy de comer en la boca porque lo mantienen atado todo el tiempo y déjame decirte una cosa, si yo no lo hiciera personalmente él ya hubiera muerto a causa de esas heridas. Tú sabes bien que no es al primer enfermo que atiendo y lo que allá dicho la chismosa de tu hija, no es mi problema, solo cumplo con una labor cristiana, que no entiendes que trato de ser absuelta de mis pecados.

Genoveva lo dijo con un tono de voz, que dejaba entre ver su mal humor y dirigía miradas a Rosita que si mataran caería fulminada al instante. Rosita miraba la escena desde una esquina de la cocina, tratando de no mirar a su patrona, porque cuando se ponía de ese humor nadie la aguantaba, ella podía ser tan dulce y caritativa como lo fue su madre, pero molesta sacaba el carácter fuerte que heredó de su padre, era grosera, altanera y podía llegar a ser hasta violenta.

—Niña, no me mire así, yo solo quiero su bien por eso le conté a mi amá. —Dijo Rosita retorciendo su rebozo con las manos nerviosa.

—Te eh dicho miles de veces que no se dice amá, es mamá y cállate que después tú y yo nos arreglaremos. —Contestó Genoveva con una mirada severa de advertencia.

—Genoveva, deja de ser grosera, soy tu nana, no me hables por María Luisa y por favor, qué pecados podrías tener tú, entiende, donde tu padre se llegue a enterar, el problemón en el que nos vamos a meter. Estoy encargada de ti desde que tu madre falleció y eres como una hija para mí y una hermana para Rosa, pero a veces tu soberbia puede más y nos tratas mal, te ciegas y no hay poder humano que te haga entrar en razón.

Esclavo de Pasión y OdioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora