17.- Convento.

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Genoveva tenía todo preparado, llevaría consigo a Rosa, su nana se quedaría para cuidar de Francesca. Llamó a la servidumbre para que bajaran sus pertenencias, prácticamente llevaba todo lo que poseía en el mundo y es que el plan de Genoveva era pedir en el convento asilo para no casarse, traía todas las joyas que había heredado de su madre, junto a un cofre lleno de monedas de oro que había encontrado cuando pasó las fiestas en la casa de la capital. Recordó como se había armado de valor para entrar donde una vez fuera su cuarto, ese lugar fatídico en el que falleció su madre, el último lugar donde vio su cuerpo inerte. Necesitaba acallar un poco sus fantasmas, los recuerdos con los que soñaba todas las noches aún eran muy vividos, desde que era niña hasta hoy en día no habían desaparecido, pensó que si entraba podría remediar la situación, pero lamentablemente fue en vano hasta el momento. Se dirigió con la ama de llaves para pedir la llave de la habitación. La mujer le dijo que desde que habían cambiado la puerta nadie había vuelto a entrar, porque su padre había pedido que no se utilizara la habitación. Le pidió que si la iba a usar le diera permiso de limpiarla ya que no se encontraba en condiciones de uso. Genoveva desde luego se negó, su intención era enfrentar sus miedos no alojarse en ella.

—No, descuide, es solo que hace mucho perdí algo y la curiosidad de entrar y constatar por mi salud mental si se encuentra ahí, o lo eh perdido para siempre.

El ama de llaves la miro extrañada por las palabras de Genoveva pero asintió y se alejó dejando a Genoveva con la habitación abierta, cuando entró, vio que todos los muebles estaban tapados con paños blancos y estos a su vez estaban repletos de polvo, la ventana se encontraba cerrada a piedra y canto, por lo que al abrirlas rechino la ventana, pero permitió la entrada de aire y luz, quito los paños de todo, cuando se encontró el baúl donde su madre le contaba que guardaba los tesoros que un día serian suyos, se le llenaron los ojos de lágrimas al recordar que a ella le encantaba que le contara esas historias, aunque nunca le permitía abrirlo ya que era una sorpresa para cuando ella tuviera quince años, intento abrirlo pero se encontraba con cerradura. Se extrañó, porque no recordaba que la tuviera, buscó en los cajones de los muebles y encontró un abrecartas de plata, con el cual hizo palanca para poder abrir el cofre al levantar la tapa, descubrió que estaba lleno de monedas y joyas y en su interior había una carta de su padre, en donde decía que eran las posiciones de su difunta esposa Amélie de Dominé hija del noble señor de Poeij Joan de Dominé y que lo que se encontraba en el cofre era la dote para su queridísima hija Genoveva Amélie Ávalos de Dominé y que sería entregada a ella en el momento en que se casara o en su defecto si entraba en un convento para ser una sierva de Dios, al final estipulaba que en el testamento de su madre dejaba claro que era su deseo era que su hija recibiera la dote cuando tuviera la edad de quince años. Cuando Genoveva terminó de leer la carta, le quedó más que claro, qué si no convencía a su padre de cancelar el matrimonio, ella pediría asilo con las monjas Carmelitas de los Ángeles.

Después de la comida, los sirvientes, ya habían terminado de subir al carruaje sus cosas, el cofre donde cargaba la dote ordenó que se metiera donde viajarían Rosa y ella, al fin que solo irían dos para un carruaje donde cabían varias personas. Cuando ya se encontraban listos llegó una comitiva de alrededor de veinte hombres con mosquete en mano, que la acompañarían en el largo camino hasta el convento. Cuando estaba subiendo Rosita al carruaje, se escuchó la detonación en la mina, lo que era raro ya que había terminado el trabajo y en esos momentos se suponía que estaban ingiriendo los alimentos. Don Francisco salió inmediato de su propiedad y vio como sus hombres y esclavos, corrían hacia la mina para ver qué había pasado, cuando se despejo el humo que salía por la entrada de la mina, se pudo observar que toda la entrada estaba tapada por las rocas. El caos recorría toda la hacienda, las mujeres se encontraban histéricas buscando a sus esposos y los niños gritaban más que de costumbre.

—Genoveva, creo que no es un buen momento para que salgas de viaje, ya que como ves ocupare de mis hombres para controlar la situación.

—De acuerdo padre, que así sea. —Ayudó a bajar a Rosa del carruaje y juntas entraron a la casa.

Don Francisco dio la orden que entre todos quitaran las piedras de la entrada para evitar que el paro de la mina fuera por largo tiempo, pero antes, pidió a los capataces que revisarán a toda su gente para que informaran si hacía falta algún esclavo. La lista que le entregaron estaba encabezada por Jamal, Kamel y Safiy, nadie más faltaba. Don Francisco al tener la lista entre sus manos y enterarse que dos de los que estaban ahí eran esclavos que habían intentado huir con anterioridad hizo que su vena perspicaz saltara al instante. Pero por otro lado no podía desperdiciar tiempo en buscar a tres esclavos que seguramente se encontraban muertos en la mina en esos momentos. Pero si no había ningún cuerpo al poder ingresar a la mina, entonces si desplegaría cuadrillas, para buscarlos y escarmentarlos.

Pasaron tres días y los avances de la mina eran a cuentagotas, por lo que a Genoveva se le terminaba la paciencia, no soportaba estar ni un día más en la hacienda.

—Padre ¿puedo pasar? —Preguntó Genoveva asomando su cabeza de entre la puerta del despacho de su padre y tocando al mismo tiempo la puerta abierta.

—Adelante, pasa por favor. —Lo dijo sin voltear a ver a su hija, ya que se encontraba entretenido revisando los libros que llenaba el administrador. —¿A qué debo tu visita? Ya que en tres días no te eh visto ni para tomar tus alimentos

—A qué no soporto más, ya quiero irme de aquí. —Contestó ubicándose frente al escritorio de su padre para que la volteara a ver.

—Si, eso lo sé desde hace cuatro días, pero como te dije, necesito de hasta el último hombre.

Genoveva tomó una figurilla de un caballo tallada en madera que se encontraba en el escritorio de su padre, la levanto y la azoto contra este.

Lo que hizo que su padre la volteara a ver, para quitar la figurilla y ponerla fuera del alcance de su hija.

—Solo dame a cinco hombres, cuatro servirán como guardia con mosquetes y uno que sea el cochero.

—Son muy peligrosos los caminos, hay bandas de esclavos e indios fugitivos, robando a cualquier cristiano que se ponga en su camino, por favor deja de ser inconsciente.

—De acuerdo, asumo el riesgo de encontrarme con bandidos, pero si en verdad estas preocupado por mí, dame una de tus pistolas de pedernal italiana que tienes guardadas en el cajón de tu escritorio. Al fin que hace mucho tiempo que me enseñaste a dispararla, o también temes desprenderte de ella como de tus empleados. De lo contrario, padre tendré que irme por mis medios porque no estoy dispuesta a esperar más de un mes para tener mi retiro espiritual —Cruzó sus brazos y se dejó caer en la silla, para esperar pacientemente por una respuesta positiva.

—Sabes, dices que me odias tanto y eres igual a mí, no entiendo ¿por qué no puede ser como antes, Genoveva? porqué estar como perros y gatos si estamos juntos en un lugar.

—¿Por qué me preguntas? No te odio padre, solo me odio a mí por ser como tú —Se paró Genoveva y ya se estaba retirando.

—Espera, puedes partir mañana, al alba, Fermín dirigirá la guardia, tendrás un cochero y cuatro más con mosquete y mi pistola te la daré para protección personal. Y a lo que dijiste antes, si temo por el regreso intacto de mi pistola italiana, es una colección que herede y me gusta mucho, pero más temo por tu seguridad Genoveva.

—Gracias —Le respondió arrebatando la pistola de sus manos, mientras que caminaba hacia la salida.


Esclavo de Pasión y OdioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora