5.- Marcado.

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Mientras se encontraba en el piso, Kamel pensó que ya estaban esperándolo, porque en cuanto estuvo en el suelo se encontraron poniéndole los grilletes para evitar que pueda correr de nuevo, luego lo arrastraron al interior, lo hincaron frente a una mesa en la que se encontraban pegados dos grilletes que abrieron y en los que pusieron las muñecas de Kamel, después observo como un hombre sacaba un hierro caliente del fuego, esperando a que bajara un poco la intensidad del hierro, mientras que a Kamel le ponían grasa en la mano derecha, luego el hombre le puso el hierro candente sobre su mano derecha. Kamel, al sentir el hierro caliente sobre su mano mordió su labio tanto que se sangro, el sabor le recorrió la boca, pero prefería eso a gritar o quejarse como haría un cobarde. Don Francisco, que presencio la escena se molestó al no oír producir ningún sonido al esclavo insolente por lo que le dijo a Diego Antonio.

—¿Cómo ves a mi esclavo huidor? se quiere hacer el fuerte, si apenas hace una hora pidió clemencia y un castigo leve, pues veremos qué tanto más soporta como un hombre. Facundo. —Llamó, Don Francisco al peón y ordenó.

—¡Dale cien latigazos a este esclavo porque osó golpearme y dale otros cien por intentar huir!

Lo dijo volteando a ver a los demás esclavos que se encontraban en el fondo de la habitación presenciando la escena.

—¡Y que esto les sirva de escarmiento a todos, que no se pierdan ni un solo latigazo para que vean lo que sucede si osan ir contra mi voluntad!

Facundo se acercó por la espalda de Kamel y rompió su camisa de manta, mojo el látigo en una cubeta con agua y empezó a golpear a Kamel. El primer latigazo fue una sorpresa que lo hizo brincar, el dolor corría a lo largo del golpe esparciendo una quemazón por la espalda, pero Kamel logro soportar el dolor y no gritar. A los veinte golpes emitía quejidos que eran amortiguados porque la boca la mantenía firmemente cerrada, lo que no pudo evitar fue derramar lágrimas, intentaba pero no podía hacer que sus ojos dejaran de llorar, hasta que dejo de sentir, porque se desmayó por el dolor, pero Don Francisco hizo que lo despertaran hasta que se cumplió el castigo. La espalda la tenía destrozada de tanto latigazo, tan cruel fue la escena que Safiy no pudo contemplarla.

El fraile y Genoveva ya se estaban despidiendo del último enfermo cuando Facundo y un peón aventaron a Kamel inconsciente sobre un petate en el piso. Genoveva fue hacia Facundo.

—¿Por qué has tirado así a ese hombre? mira como lo traes ¿Cuánto lo golpeaste?

—Pos, doscientos latigazos, señorita, pos es que su padre prefiere verlo muerto antes que libre.

—No puede ser. —Dijo el fraile alarmado— este hombre se va a morir si no lo atienden bien, hija.

—Rápido, Facundo, vuélvanlo a cargar, pero con cuidado y pónganlo en la cama de la esquina, pero boca abajo, quítale la camisa y desátale las manos por amor de Dios, no me digas que va a salir corriendo y tú, Rosita trae agua caliente y paños limpios y el ungüento que tiene nana María Luisa en la despensa, anda, corre mujer que es para hoy. Ay, fraile Pedro ¿cree qué se salve este hombre?

—No lo sé, hija, pero si lo cuidas tú a lo mejor, porque estas almas de Dios no tienen ayuda de alguien misericordioso, solo contigo quizás tenga una oportunidad de conseguir salvarse. Porque disculpa que te lo diga, pero dudo mucho que tu padre ordene que le den atención a este pobre muchacho, y menos si él fue el que ordenó que lo lastimaran tanto. —Acto seguido el fraile se preparó y le dio la unción de los enfermos, los santos óleos, por si Dios decidía llevárselo a su lado.

Cuando trajeron las cosas, Genoveva, limpió la espalda destrozada del hombre y aplicó el ungüento, además, puso lienzos nuevos para que no les entrara polvo a las heridas, Kamel despertó y con su mano derecha, tomó el brazo de Genoveva y con los ojos vidriosos y la boca rota por haberla mordido él le dijo en árabe.

—Ahlan ya gamila.

Después callo inconsciente de nuevo, pero sin soltar el brazo de Genoveva. Ella quitó la mano con cuidado y observó la flor de Liz, que era el herraje de su padre para marcar todo lo que le pertenecía. Al momento tomó el dije de oro con la flor de Liz que pertenecía a su madre, siempre la llevaba en el pecho junto al corazón para sentir que aún se encontraba cerca de ella. Después del escarmiento al esclavo, Don Francisco invito a Diego a tomar una copa de vino para platicar.

—Pues, así como me ve Don Francisco, yo pienso que voy a sentar cabeza, ya tengo veinticinco años y en una hacienda como la que herede voy a necesitar la compañía de una dama para compartir mi vida con ella y que me dé hijos.

—Don Diego, déjeme decirle que está en la edad perfecta para que inicie vida marital, concuerdo con usted y creo que la mujer que decida que sea la madre de sus hijos se sentirá elogiada al ser elegida.

—Pues para no seguir con tanto rodeo que le parece que pretenda a su hija.

—Me parece bien, solo que le pido algo de tiempo, por que como podrá apreciar mi hija es algo renuente a los hombres, solo le pido que la visite como amigo, no como pretendiente, ya después de algunos meses ella se acostumbrara a su presencia y podrá hablarle de pretenderla, ¿está de acuerdo?

—Si claro, usted es su padre y si dice que es lo mejor, así lo haré y será por mi propio bien porque su hija tiene un carácter fuerte y volátil.

Esclavo de Pasión y OdioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora