capítulo 5.

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19 de Enero de 2018.

paulodybala

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Paulo

Hace mucho no pasaba una noche con todo mi grupo de amigos porque no era nada fácil que todos lográramos coincidir, ya que yo vivía afuera y ellos no siempre estaban cada vez que venía.

Esta vez había salido con ellos, con mis sobrinos y Antonella. A esta última la presenté ante los que quedaban por conocerla personalmente, ya que era su primera vez en Córdoba y nunca la habían visto en otras circunstancias que no sean por televisión o celular.

Hubiera sido mejor que la conocieran cuando todavía era mi novia, pero bueno. Independientemente de eso, pegaron buena onda y hablaron de lo más bien.

Lo que hice en gran parte, además de tomar y hablar con conocidos que me crucé, fue mirarla. Ella también tomó y bastante, se copó hablando con gente que acababa de conocer y obvio, bailó. Y en ese momento fue cuando se robó todas las miradas y yo me quise morir por no poder mostrarle a todos que el que la tenía era yo.

Ahora todos estábamos en lo de Andrés para bajonear algo.

—¿Las chicas dónde están? —le pregunté a Lautaro al no ver a ninguna de las dos.

—Dolo está en el baño con Antonella que todavía andaba medio copeteada.

Le hice una seña a Nahuel, que me entendió perfectamente, y me fui de la cocina. Una vez que llegué por el lado donde estaba el baño, empecé a escuchar algún que otro murmullo y risas.

—Dale, boluda. ¡Hace un cuatro te dije!

—¡No puedo si me haces reír!

—¿Qué pasa acá? —me apoyé en el marco de la puerta cruzado de brazos al ver que estaba abierta.

—Antonella está en pedo.

—¡Mentira! Me rio de cualquier cosa porque vos me haces reír, no porque esté en pedo.

—Ponele. —nos miró. —Bueeeeeeno, yo me voy. —mi sobrina me pasó por al lado y desapareció sin darnos tiempo a decir algo.

—Ay, dios. —se mordió el labio y negó mientras se lavaba las manos. —Esta piba.

—¿Estas segura de que no queres tomarte algo?

—Nono, posta que estoy bien. Pasa que Dolores decía cualquier boludez y yo me reía. —me hizo una seña con la mano para que salga de la puerta. —¿Vamos?

—Pasa... —esta vez le hice una seña yo.

—No, salí vos primero. —sonrió.

—¿De qué te reís? —sonreí también.

—Ya sé lo que queres hacer. —nos quedamos mirando unos segundos. —Vamos, Pau. Dale.

—Daaaaale, Antonella. —me acerqué para abrazarla por los hombros y darle un beso en la cabeza.

—Ay, qué pesado. —dijo riéndose y agarrándome de la cintura para así hacerme caminar hacia atrás y salir del baño. Al mismo tiempo empezó a darme besos constantemente en el cuello.

—No... —decía y solo decía, porque mi cuerpo no tenía pensado alejarse. —No me hagas así porque te empiezo a coger acá nomás.

—¡Ah, ya la tenías que cagar! —se soltó. —¡No seas guarango!

—Cómo si no te gustara.

—Sisi, da. —me agarró de los hombros para que empezara a caminar. —Vamos.

[...]

Antonella

El calor ya se estaba haciendo presente para ser tan temprano, así que le fui a hacer compañía a Dolo en la pileta y me senté al lado para meter los pies, tal como estaba haciendo ella.

—¿Y...?

—¡Mira como me hacen los pies! —empecé a moverlos para que chapoteen.

—¡Eh! No me cambies de tema.

—¿Qué cosa? Perdón, no te escuché.

—¡Qué mentirosa! —me empujó levemente y sonrió. —¿Qué onda al final?

—No pasó nada. ¿Por qué me dejaste sola? 

—Es que cuando estoy con ustedes siento que sobro, mal. No sé, mucha tensión. —confesó. —Entonces prefiero salir corriendo.

—Ay, Dolo.

—Ahora que estamos solas... te quiero preguntar algo. Bah, si no queres contarme está bien.

—¿De qué?

—¿Estuviste hablando con Antonella?

—Ah, sí. Nos vimos.

—¿¡Que qué!? —se tapó la boca al darse cuenta que había levantado de más la voz y se dio vuelta para asegurarse de que ninguno la había escuchado, pero no. Estaban todos los ojos clavados en nosotras. —¿Qué miran?

—¿Qué te pasó? —le preguntó Paulo.

—No, nada. Estoy bien. —volvió a mirarme a mí. —¿Estas diciendo que se vieron? ¿O sea personalmente? ¿En el mismo lugar? —preguntó incrédula.

—¡Sí! —sonreí al ver que no lo creía del todo.

—Qué increíble. —reaccionó después de haber estado mirando un punto fijo por algunos segundos. —¿Y qué se dijeron?

—Yo le pedí perdón y ella me dijo algunas cosas también que me dejaron pensando mucho, pero nunca nos dijimos algo malo. Es muy linda, la verdad.

—Ay, por dios. Paulo te llega a escuchar y le agarra un paro. ¿Él no sabe, no?

—Nop. —negué. —Me preguntó algo cuando estábamos en la clínica y me salvaron ustedes cuando volvieron, así que zafé. Después, al igual que vos, no lo vi en estos días.

—Seguro después va a intentar.

Y sí, eso era innegable. Las dos bien sabíamos que si algo caracterizaba a Paulo era la insistencia y a nosotras nos tocó sufrirla varias veces.

Irresponsables | Paulo Dybala.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora