Capítulo 1

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***A mis queridos lectores. Quiero comenzar por darles las gracias por todo su apoyo, disfruto mucho de sus comentarios y de las apreciaciones que plasman en ellos acerca de cada relato dentro de las historias. Esta novela es la primera parte de dos que serán publicadas. Se que no es una historia común pero quiero contarles que cada cosa que aquí lean tiene base en un intenso trabajo de campo, lo aquí plasmado es una realidad que viven a diario muchas personas en el mundo.***

                                    Sofía

Las dificultades económicas eran cada vez más profundas, las fuentes de trabajo escaseaban para las jóvenes profesionales como Sofía. Se había graduado poco tiempo antes de técnico superior en enfermería, pero a pesar de haberlo hecho con honores le era imposible encontrar un trabajo estable que le permitiera cubrir sus gastos.
Desde su llegada a Caracas desde un pequeño pueblo del interior del país, había vivido bajo el relativo amparo de una tía materna que, aunque no le cobraba con dinero por la larga estadía en su casa, si le exigía trabajos físicos endosándole las tareas típicas del hogar con la excusa de su avanzada edad y sus limitaciones de salud.
- Sofía, no te olvides de ir a comprar el pan y las cosas que te pedí antes de irte.
- Si tía, termino de vestirme y me voy a hacer eso.
- Iría yo... ¡Pero mis varices!
- No te preocupes tía, yo lo traigo.
- Está bien hija.

Pero a Sofía se le hacía tarde ese día para llegar a su trabajo, era más bien un trabajo ocasional en el que tenía bajo su cuidado a un señor bastante anciano y enfermo que requería de cuidados especializados, aun así, era de muy buena ayuda a pesar de que era un sueldo de medio tiempo. Miró su reloj con preocupación, eran más de la una de la tarde, pensó en que ya no le daría tiempo de hacer lo que su tía le había mandado y volver para cambiarse puesto que no le gustaba hacer nada que no fuera de su trabajo con el uniforme de enfermera, por regla todas las enfermeras debían llegar a sus puestos de trabajo de blanco pulcro, y el hecho de desviarse podría suponer algún tipo de riesgo para que eso no sucediera de esa forma. Pero ese día no le quedaría más remedio que hacerlo de otra manera. De pie frente al espejo de su lacónica habitación sometió su larga y rebelde melena hasta doblegarla en una cola para luego enrollarla en un apretado moño que para finalizar coronó con una cofia blanca y almidonada de la que se sentía bastante orgullosa de portar, para finalizar su arreglo se vistió con su único uniforme, un vestido tradicional y muy sencillo de enfermera regalo de una familia agradecida por sus excelentes servicios en su primer empleo.
Una vez cumplidas con sus tareas y tomado el transporte público que la llevaría a su sitio de trabajo en Prados del Este, una zona privilegiada en la ciudad en donde debía presentarse a las dos y treinta de la tarde se relajó un poco, el tráfico le hizo creer por momentos que no llegaría a tiempo, pero por uno de esos milagros que nadie puede explicar Sofía se encontró parada frente a la puerta de la hermosa casa en donde trabajaba a las dos y veinticinco minutos de la tarde.
La joven enfermera entró cautelosa a la habitación de su paciente, como siempre su cuerpo se estremecía al entrar en ese espacio, todo era muy limpio pero muy frio, casi como un museo con ese mobiliario de madera oscura en el que resaltaba la cama de hospital en donde dormía el enfermo que a veces estaba tan quieto que parecía un muñeco de cera.
- Buenas tardes, señor Alejandro. – saludo Sofía a su paciente con cariño - ¿Cómo se siente hoy?
El anciano apenas balbuceó alguna cosa incomprensible.
- ¡Espero que eso sea algo bueno! 
Sofía como cada día al llegar, revisó los signos vitales del anciano, midió su temperatura, tomó su presión arterial y la frecuencia cardíaca. Luego le administró los medicamentos correspondientes de la hora que el médico tratante había prescrito. Todo era para darle comodidad al hombre que pasaba los noventa años y que padecía una enfermedad terminal.
Por lo general Sofía pasaba el resto de la tarde sola cuidando de cualquier eventualidad que pudiera presentarse. La señora de la casa, hija y por lo que Sofía presumía única pariente del señor Alejandro, pasaba muy pocas veces a verlo, cuando lo hacía no se quedaba más que unos minutos con su padre, se cercioraba de que estuviera todo bajo control y luego se retiraba dejándolos solos de nuevo, nunca había hablado mucho con ella, sólo las preguntas de rigor concernientes a su padre, excepto los días viernes que se detenía unos minutos más para darle a Sofía su cheque de paga, que no era poca considerando las pocas horas que trabajaba allí, pero que aun así no era suficiente para cubrir sus necesidades básicas haciéndolo más evidente en su uniforme y zapatos desgastados además de su hermoso rostro que reflejaba preocupación  cada vez que verificaba el monto.
Sin saberlo su figura fue lo que le había conseguido el trabajo, el día en que fue entrevistada para el puesto había tenido como competencia enfermeras que lucían mayores que ella, sin duda con más experiencia y evidentemente con mejor presentación en cuanto a sus uniformes y accesorios, cofias nuevas uniformes impecables, hojas de vida envidiables, pero ninguna tan condenadamente hermosa como ella. Su rostro de finas facciones, sus curvas latinas... eso fue lo que le aseguró el puesto en aquella casa sin más preguntas que su nombre completo y su edad. 
- Siéntese por favor. – dijo el señor que la entrevistaba, un hombre de mediana edad con un extraño acento extranjero.
Sofía se sentó donde le indicó el hombre entregándole de inmediato su hoja de vida un poco nerviosa por la falta de expresión en el rostro tan severo de su entrevistador.
- Muy bien. ¿Sofía? – dijo por luego de examinar el contenido de la carpeta que ella le había entregado.
- Si. – se apresuró a contestar – Sofía Hernández.
- Muy bien Sofía Hernández. – dijo en hombre pensando en voz alta - Te graduaste hace poco.
- Así es, pero tengo experiencia en otros trabajos, también a domicilio. Todavía no he tenido la oportunidad de trabajar en un hospital.
- Está bien por mí. – dijo acallando los temores de Sofía – ¿Puedes comenzar mañana mismo?
- Si claro, si fuera contratada comenzaría de inmediato. –contestó con timidez.
- Entonces no hay más de que hablar, quedas contratada. Deberás estar aquí a las dos y treinta que es la hora que termina el turno la otra enfermera. Mi esposa, que es la hija del paciente, te explicara tus obligaciones.

- ¡Gracias! - se apresuró a decir tratando de no demostrar lo desesperada que estaba por el empleo.

Para ese momento ya habían pasado quince días desde que había sido contratada pero en su inocencia aun no comprendía que era aquello que la había hecho conseguir el empleo tan rápidamente, pensaba que había sido muy fácil, gracias a ello se sentía con suerte desde ese momento, aunque luego comenzó a pensar que se debía a la facilidad de sus labores con el paciente qué solo consistían en vigilar al anciano durante las horas de la tarde mientras las otras enfermeras que lo asistían tomaban su descanso.
Sofía pasaba esa tarde como las otras sentada en una cómoda butaca  frente a la cama del anciano, a veces leía revistas que había descubierto en un rincón sobre una pequeña mesa de noche, otras veces se llevaba algún libro de su casa, viejas novelas románticas que alguna vez pertenecieron a su tía y que ella misma ya había leído un par de veces cada una, por momentos añoraba un teléfono móvil, deseaba estar al día con lo que sucedía en el mundo como todos los demás, quería enterarse de lo que pasaba a su alrededor, quería conocer de los últimos chisme en las redes sociales... Pero esa tecnología estaba muy lejos de su alcance, su mísero sueldo  no le permitía semejantes lujos, en alguna oportunidad le habían ofrecido regalos costosos como ese, pero los ofrecimientos siempre habían llegado de parte de hombres interesados en conquistarla con fines únicamente sexuales, hombres residentes del peligroso barrio en donde ella vivía, la mayoría delincuentes confesos con muchas probabilidades de morir en cualquiera de los enfrentamientos entre bandas que se formaban casi a diario y esa no era la vida que Sofía anhelaba, no era para ser la mujer de un delincuente que había estudiado.
Distraída en sus pensamientos no se percató de que el hombre que la había contratado quince días atrás estaba mirándola fijamente desde la puerta.
- ¡Señor, disculpe no lo había visto!
- No te preocupes Sofía, soy yo quien te interrumpió, se ve que estabas concentrada en algo dentro de tu cabeza. – aseguró con ese acento con el que les daba un matiz tan fuerte a las palabras.
- No, bueno. No estaba distraída, no piense que no estoy cuidando bien al señor Alejandro...
- Nada de eso. – dijo acercándose- yo sé qué clase de persona eres.
Sofía se sintió intimidada por su patrono, algo en él le atemorizaba, quizá su fuerte acento extranjero, quizá su mirada tan profunda y amenazante.
- La verdad es que no sé cómo puede conocerme tanto si desde mi contratación no hemos cruzado palabra. – dijo con valentía.
- Pero mi esposa me cuenta que está muy contenta con tu trabajo.
Sofía sintió algo de culpa por desconfiar sin ningún motivo de una persona que solo había querido ser cordial con ella.
- Discúlpeme, pero no recuerdo su nombre.
- Me llamo José.
- Usted es extranjero señor José, ¿verdad?
- Así es, tengo algunos años aquí en Venezuela. Soy de Rusia.
- Ah, con razón no conozco ese acento.
- Te gusta tu trabajo Sofía, eso se te nota por tu dedicación. ¿Por qué estudiaste enfermería?
- Sí, me gusta mucho. Siempre quise ser enfermera, me hubiera gustado ser médico, pero eso era imposible para mí.
La presencia de su patrono estaba inquietando a la joven, la postura de este ligeramente inclinado sobre ella, la mirada fija en sus ojos, su conversación aparentemente casual, había algo en él que la estaba poniendo nerviosa, Sofía se revolvía en su asiento estudiando la posibilidad de levantarse con la excusa de monitorear al anciano. En ese momento entró a la habitación la señora Nora, la esposa del señor José, ella le inspiraba mucha más confianza, era una mujer elegante igual que su esposo, hablaba con el mismo acento extranjero, pero su presencia era mucho más ligera que la de él, con ella no se sentía intimidada en lo absoluto a pesar de que tampoco había tenido la oportunidad de cambiar con ella más de un par de palabras a la vez.
La mujer entró a la habitación, le echó una mirada fugaz a su padre y luego a su esposo, por último, fijó su mirada en Sofía regalándole una sonrisa que calmó por completo sus inquietudes.
Para su sorpresa ambos se sentaron frente a ella, la mujer se sentó en la orilla de la cama donde yacía su padre y el intimidante señor José en otra silla muy cerca de su esposa.
La situación parecía bastante normal, era lógico pensar que, siendo los únicos parientes del enfermo, se preocuparan de pasar tiempo con él, de hecho, Sofía ya estaba sospechando que algo no estaba bien en la relación de los señores con el anciano, aun así, no podía dejar de sentir un extraño nudo en el estómago.
- Nora. – interrumpió el silencio José – Le estaba diciendo a Sofía lo satisfecha que estas con su trabajo.
- Sí, es verdad Sofía, estoy muy contenta con tu desempeño. Desde que tu estas aquí mi padre se ve muy tranquilo, creo que tu presencia lo relaja.
- Gracias, señora, la verdad es que él no da que hacer, es un excelente paciente.
- ¿Y tú eres de aquí de Caracas? – pregunto José.
- No. – contestó Sofía rápidamente – Soy de un pueblo del interior, de San Carlos.
- ¿Y tu familia sigue allí? – indagó Nora.
- Bueno tengo algunos parientes allá, mi madre ya murió, pero tengo a mis hermanos y hermanas.
- ¿Y tu padre?
- A mi padre no lo recuerdo siquiera, nos abandonó cuando yo era muy pequeña.
- Oh... pero entonces, ¿con quién vives aquí?
Nora hacia preguntas casuales, parecía que la conversación era producto de la compañía mutua, mientras José observaba.
- Vivo con una tía materna.
Nora y José intercambiaron sutilmente las miradas.
- Lo que importa es que estas bien cuidada, me imagino que tu tía estará siempre al pendiente de ti, eres muy joven y bonita como para que nadie esté siempre cuidándote, ¡sobre todo de los novios!
- ¿Novios? No señora Nora, nada de eso. Mi vida ha sido siempre los estudios y ahora el trabajo.
- ¿Estás escuchando eso José? Dice que no tiene novio...
- Es difícil de creer siendo tan joven y bonita. – dijo el ruso con simpatía sonriendo por primera vez desde que entrara en la habitación – pero dime algo Sofía, de donde sacaste ese bonito color de ojos, casi verdes.
- Ah bueno, dicen que mi abuelo materno era portugués, mi abuela me contó que era muy guapo y que yo tengo sus ojos.
Los tres quedaron en silencio, en el momento en el que el ambiente se ponía incomodo José interrumpió.
- Bien, muy buena la charla, pero tengo cosas que hacer. Te veo abajo. – le dijo a su esposa para luego saludar a Sofía con una educada sonrisa.
Con esa excusa José se retiró dejando a las dos mujeres solas.
- Entonces Sofía. – continuó Nora al ver que estaban solas – No has dicho si estas contentas trabajando para nosotros.
- Si señora Nora, me gusta trabajar en esta casa, aquí todo es muy tranquilo.
- Lástima que sea sólo por medio tiempo, a mí me gustaría que te quedaras también por las noches, pero la otra enfermera, la señora Marta es también muy buena, no tengo excusas para prescindir de sus servicios.
- Bueno, así son las cosas, a veces se pueden hacer las cosas como uno quiere y a veces no.
- Pero ¿no te caería bien el aumento de sueldo?
- Claro que si señora, ustedes me pagan bien, pero son pocas horas las que estoy a cuidado de su papá, como usted dice, eso no me alcanza para mucho.
- ¿Qué harías si tuvieras más dinero Sofía?
Sofía se levantó para atender al anciano que parecía quejarse mientras pensaba la respuesta.
- Bueno, ¡creo que lo primero que haría sería comprarme un teléfono inteligente! – dijo medio en broma y medio en serio.
- Ay, Sofía, si supieras que eso sería tan fácil en otro país.
- Eso he escuchado. – comentó la joven sentándose de nuevo donde estaba antes.
- Por ejemplo, en Europa un móvil se paga por partes, nada más te hace falta tener un trabajo estable y con eso basta, allá no falta nada, la escasez no existe, un trabajo como el tuyo te daría como para vivir sola y bastante cómoda.
- Pero eso es allá señora, aquí es todo muy distinto.
- Si...  -dijo distraídamente- Y tú, ¿no quisieras irte?
Nora hablaba mientras penetraba en los ojos de Sofía estudiando cada una de sus respuestas. La enfermera contestó sin pensar.
- Claro que sí, pero como podría irme si ni siquiera puedo pagar el pasaje, además no se hablar ningún otro idioma.
- Comprendo. Bueno, voy para abajo a ver sí José me necesita. Si puedo ayudarte en algo, nada más avísame.
- Gracias, señora.
- Nora, llámame, Nora.
Para Sofía fue reconfortante que su patrona le diera esa confianza de llamarla por su nombre, a sus veintitrés años, pocas habían sido las veces en la que se había sentido tan cómoda con gente a la que conocía tan poco, habitualmente sus empleadores eran personas más secas en su trato, quizá promovido por ella misma y por su carácter retraído y a veces hasta tímido. Acostumbrada a estar en deuda con todos a su alrededor había desarrollado una personalidad sumisa dada a complacer siempre a los demás que no combinaba en lo absoluto con su presencia imponente y atractiva, sus facciones finas, sus ojos felinos y su cuerpo latino contrastaban con la timidez que la caracterizaba.

Delitos del almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora