Capítulo 35

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El ambiente de la fiesta estaba en su punto máximo de excitación, la música estridente, el aire viciado que llenaba cada espacio y cada sentido de los invitados y de los forzados anfitriones que como toda fiesta que se realizaba en la magnífica mansión rusa invadían los sentidos de ambos grupos llevándolos a una dimensión en la que el sonido, las imágenes y los sabores eran distorsionados en tiempo y espacio hasta perder la línea entre la realidad y la fantasía.  Todos menos Pavel que disfrutaba del vicio a su alrededor alimentando su espíritu decadente de las más bajas y sucias paciones ofrecidas por los presentes acompañándolo todo con un vaso de Coca-Cola con mucho hielo.

- Querido Pavel. Como siempre ofreces una fiesta de lujo para tus amigos.
- Gracias Antonio. Sabes que las organizo con mucho cariño para ustedes.
- Por su puesto, y por los miles de billetes que gastamos cada vez que venimos a tu casa. -aseguró el abogado demostrando lo obvio con una sonrisa maliciosa.
- De algo hay que vivir amigo.
- Es cierto. -calló pensativo por unos segundos- pero hay quienes piensan que podríamos trabajar decentemente y vivir de eso.
El rostro del ruso dejó de ser angelical para parecerse más al demonio que habitaba dentro de él, sus facciones ensombrecidas, su mirada oscura y sombría delataban el dolor y la maldad mezcladas en su alma al punto que el abogado se sintió invadido por un gélido hilo de temor que traspasó como un rayo su columna vertebral.
- ¿Quiénes piensan eso? -preguntó reflexivo el ruso- ¿acaso no son esos que han crecido en sitios ideales, con la seguridad respaldando sus futuros? ¿acaso no son personas con vidas sencillas de las que presumir?
- Nadie puede presumir de nada cuando es sencillo. -aseguró Antonio arrugando la frente.
- Te equivocas. Nada más sencillo y valioso que tener la sonrisa de la mujer que amas a tu lado todas las mañanas, una mesa con comida para alimentar a tus hijos. Todo esto -dijo señalando con ambas manos a su alrededor- nació para mantener esas cosas sencillas que se hicieron imposibles tras la caída de la unión soviética. Había que sobrevivir de alguna manera.   Lo que verdaderamente nos destruyó, fue esto que nos mantuvo vivos, pero nos quitó nuestros verdaderos tesoros... las cosas sencillas. Después hubo que organizarse, más tarde el resultado fue una extensión natural en la que se distribuyó el poder, era necesario para mantener el control.
- ¿Cambiarias esto por una vida sencilla con tu familia?

Pavel cerró los ojos por un segundo en un gesto que lo hizo parecer cansado.
- Si estuvieran vivos, no lo pensaría ni por un segundo.
Cada palabra de la corta conversación con Pavel se instaló en la cabeza del abogado Antonio Rugiero dándole vueltas en su conciencia, en segundos un código escondido en lo más profundo de su ser fue descifrado y situado en su yo interno. Escrúpulos, ética, respeto, consideración... amistad. Todos argumentos que evitaron que dijera las palabras que había decidido decir al mafioso cuya única intención era tomar acciones en contra de esa mujer que Marco, su socio y "amigo" tenía en Amalfi y que seguía considerando un peligro. Que fuera lo que tuviera que ser, pero no sería él quien pondría en peligro las cosas sencillas en la vida de Marco.
- Me dijeron que tenías algo que decirme. -dijo Pavel desviando la conversación.
- ¡Nada! -mintió- solamente decirte cuanto me gustan tus fiestas.
- Gracias. -dijo recuperando su fría expresión habitual- Bebe hasta embriagarte, come hasta que te sacies y has realidad todas tus fantasías. Mañana saldrá el sol de nuevo y con el vendrán también las máscaras.
- Lo haré Pavel. -aseguró el abogado tratando de parecer divertido.
Pero la diversión esa noche era vacía, había ido hasta allí para hablar de Marco, del peligro que suponía era la mujer que mantenía encerrada en Amalfi, había ido a esa fiesta atraicionar a su amigo y no fue capaz de hacerlo, pero eso no significaba que había dejado de ser un problema. Eso significaba que estaba en la obligación de buscar la solución al problema por sus propios medios, sin el apoyo de Pavel o de nadie más.

En Roma Martina también pensaba en cómo debía lidiar con los ataques de Giannina, si seguía como iba hasta ese momento terminaría por rechazar al bebe que esperaba, y por supuesto ella quería que su nieto naciera, que fuera un niño sano y fuerte... pero lo que más deseaba era ver a Marco feliz, verlo realizado y sonriente, aunque no fuera por causa de ella. El recuerdo de lo que sintió en los brazos de un Marco mucho más joven, más ávido de experiencia le atravesó el pensamiento apartando cualquier preocupación por Gia o por su nieto haciéndola estremecer, su piel se erizó nada más con recordar las manos del entonces pretendiente de su hija sobre su cuerpo acariciando sus piernas mientras levantaba su falda escondidos en el depósito de chécheres que su marido usaba para guardar los utensilios de jardinería, esos besos profundos que ella conoció de su boca, la manera de hacerla suya, tan intensa, tan posesiva que todo a su alrededor desaparecía. Y todo desapareció...  el día en que su hija le dijo que si a la propuesta de  Marco y celebraron su compromiso él dejó de buscarla y simplemente Martina dejó de sentir para siempre la mágica emoción de ser mujer. No sabía si era amor, nunca descubrió si era aquello que había escuchado llamar pasión...  sabía que era lo único que la había hecho sentir mujer y para ella era suficiente para querer defender ese sentimiento pecaminoso y tentador del resto del mundo.

Para Sofia era cada vez más difícil levantarse en las mañanas, cada día que pasaba sentía como se incrementaba el peso de su vientre junto con la fuerza de los movimientos de su hijo, eso la hacía sentir tranquila puesto que era un claro signo de la salud del bebé, el sangrado se había detenido por completo, no así las contracciones que irregularmente hacían que su vientre se endureciera con espasmos que le advertían que el parto podría adelantarse.
Durante el desayuno las contracciones pasaron a ser un poco más fuertes.
- ¿Qué pasa Sofia? -preguntó Marco al notar el dolor en el rostro de la joven.
- No es nada.
- ¿Como no? te pusiste pálida.
- Me duele un poco, pero es normal.
- No creo que sea normal que te duela tanto si no estas de parto.
- Ya te lo expliqué, mi cuerpo se prepara para dar a luz a este pequeño. -dijo valiéndose de todo su empeño para disimular la incomodidad que sentía.
- ¿Qué quieres hacer hoy?

Sofía miró a Marco extrañada por la inusual pregunta.
- ¿A qué te refieres con eso?
- ¿Con que? Solo quiero hacer algo especial por ti hoy. Algo que te guste hacer.
Sofía sintió como un torbellino de ideas se arremolinaba en su mente, había tantas cosas que quería hacer, pero todas ellas eran imposibles en su condición de prisionera, pero... ¿por qué no intentarlo?
- Hay algo que quiero hacer. -dijo con cautela- pero estoy segura de que tu ofrecimiento es muy limitado.
- ¿Limitado? -preguntó Marco mientras comía un bocado de pan untado en mantequilla.
- A lo que me refiero es que lo que yo quisiera hacer es una cosa que con seguridad tu no estarás de acuerdo.
- Si no me lo dices no lo vas a saber. Termina de decírmelo y así sales de la duda.
- Quiero salir. Quiero dar un paseo, a cualquier lado. Son muchos meses los que llevo encerrada en este lugar y necesito ver otra cosa, a otra gente... te prometo que me voy a portar bien, sin escándalos, sin tratar de escapar. ¿A dónde podría ir en este estado? -terminó diciendo haciendo referencia de su avanzado embarazo.
Se hizo el silencio por unos segundos, ambos evaluaban la reacción del otro.
- Entiendo. -respondió finalmente Marco tratando de no dejarse llevar por un extraño y arrebatador impulso de complacerla.
Pensaba en cuanto quería verla feliz, en su rostro se traslucía sinceridad además de una expresión casi infantil de súplica que lo dejaba  por completo desarmado, rápidamente buscaba en su mente un lugar donde llevarla que fuera seguro para ambos tomando en cuenta que mucha gente de las cercanías podría reconocerlo y más que hacerse preguntas acerca de la identidad de su acompañante inventarían historia que podrían ponerlo en riesgo, además las posibilidades eran escasas considerando las distancias y las condiciones de Sofia por su avanzado embarazo. Pero que más daba... si la gente se preguntaba, pues que se inventaran lo que quisieran, de igual manera nadie conocía la historia entre ellos, nadie podría sospechar que el hijo en el abultado vientre de Sofia era suyo. Eran sus pecados lo hacían sentirse vulnerable ante el mundo y llenaban de temor y esos nadie podría verlos así que llevaría a la muchacha a dar ese paseo que tanto perecía necesitar.
- Está bien. Tú ganas.
- ¿Que? -preguntó incrédula con los ojos muy abiertos.
- Que tú, ganas, vamos a dar ese paseo por el pueblo.
Sofia no logró entender el significado de la frase que acababa de oír de boca de Marco, repasó varias veces cada palabra en su mente buscando una negativa escondida, pero al no poder encontrarla permitió que la alegría y la emoción se apoderaran de ella de una forma desconocida. En su mente imágenes anticipadas de ella saliendo de aquella prisión la inundaron desde los pies hasta la cabeza provocando una especie de escalofríos revitalizantes que despertaron cada una de sus células.
- ¿De verdad vamos a salir?  -preguntó por última vez para estar completamente segura mientras sus manos se aferraban fuertemente a la mesa en un intento inconsciente de mantenerse equilibrada.
- No te mentiría. Ahora termina de comer, te arreglas un poco y salimos.
Euforia era la única a palabra que podía describir lo que Sofia sentía, estaba tan emocionada que hasta llegó a olvidar las molestas contracciones que le había estado sintiendo hasta ese momento.
- ¡Ya terminé de comer! -aseguró con la sonrisa más amplia que Marco había visto.
- Entonces, si quieres arréglate un poco, y nos vamos. ¿tienes algo más abrigado? -dijo señalando el sencillo vestido que usaba.
- Si. La última vez que mandaste a comprar cosas para mí, me trajeron ropa para el frio.
- Perfecto. Entonces alístate mientras yo termino mi café.
Ni tan siquiera el peso de su cuerpo pudo evitar que Sofia subiera las escaleras de dos en dos, casi tropezando llegó a su habitación buscando frenéticamente aquel abrigo que Antonio le había llevado semanas antes, se lo puso a toda prisa, corrió al baño, buscó el peine para el cabello arreglándolo lo mejor que podía mientras se repetía en su mente que por fin iba a salir de su presidio.
Afuera, afuera... voy a salir de este encierro por fin... decía esa voz que la urgía a moverse con rapidez hasta que un detalle que no había tenido presente hasta ese momento se coló en sus pensamientos haciendo que una gélida sensación se apoderara de su columna vertebral paralizando todos sus movimientos. Afuera estaba lleno de peligros, alguien de la mafia rusa podría estar vigilándola, y... ¿podría ser una trampa? Quizá alguien estaba esperándola para hacerle daño... ¿qué pasaría si tienen un accidente en el camino? Poco a poco la idea de salir a un inocente paseo se transformaba en un aterrador plan lleno de peligros y dificultades que Sofía no estaba preparada para enfrentar.
Los minutos pasaban velozmente mientras el deseo de libertad luchaba incansablemente contra el miedo y la inseguridad instaladas irremediablemente en lo más profundo de Sofia que había perdido por completo la emoción reemplazándola por una extraña parálisis que se apoderó de ella dejándola frente al espejo con los brazos apretados sobre su abultado vientre.
- ¡Sofia! -llamó Marco haciéndola espabilar- ¿está todo bien?
La imagen de la joven paralizada frente al espejo preocupó a Marco llegando hasta ella en apenas un par de zancadas, preocupado por el terror dibujado en el rostro de Sofia trató de hacerla hablar tomándola por los hombros y sacudiéndola suavemente.
- ¡Sofia! ¿Qué pasa?
Lentamente ella levantó la mirada hasta el rostro de Marco, sus ojos llenos de lágrimas lo asustaron aún más.
- ¡Por Dios Sofia!  ¿le pasó algo al bebé? -Preguntó llevando las manos al vientre de ella mientras se fijaba si había algún tipo de fluido en el piso.
- No. Estoy bien.
- ¿Entonces?
- No quiero salir más.
- No entiendo, estabas muy feliz cuando subiste.
- ¡No quiero y ya! -gritó sacudiéndose para librarse del contacto de las manos de Marco.
- Exijo una explicación. -protestó ya más calmado.
Sofia pensó su respuesta por unos segundos.
- Es peligroso. -susurró.
- ¿Peligroso?
- ¡Si! Podrían pasar tantas cosas, podrían estar los rusos allá afuera esperando a que salga para llevarme de nuevo, podríamos tener un accidente en la vía, ellos podrían mismos podría causarlo para que nadie los pueda culpar, podría incluso ser una trampa... ya yo sé cómo es eso ¿lo recuerdas? Así hicieron conmigo, ¡me engañaron con un supuesto viaje de trabajo y me vendieron!
Sofia estaba casi al punto de la histeria, Marco escuchó paciente esperando a que ella desahogara sus sentimientos para comenzar a hablar.
- No hay rusos afuera esperando a que salgas. -dijo con suavidad- No hay ningún peligro para ti, no pasará ningún accidente y es imposible que te esté tendiendo una trampa porque lo del paseo fue idea tuya. ¿Como podría haber planeado algo así cuando no sabía que lo haríamos? 
Sofia evaluaba las palabras de Marco dándose cuenta de que él estaba en lo cierto, las razones por las que había sentido tanto miedo eran irreales, nada más que miedos que su mente tenía guardados y que salieron en tropel por causa de la emoción.
- Me asusté.
- Lo sé. Pero, no hay de qué preocuparse.
- Ya no iremos... lo eché a perder. 
- No hiciste tal cosa. -aseguró limpiando las lágrimas del rostro de Sofia con el dorso de la mano- es normal que estés asustada, ha sido demasiado tiempo el has estado encerrada aquí y de eso soy culpable yo. Ven aquí...
Marco atrajo a Sofia hasta rodearla con sus brazos ofreciéndole cobijo y consuelo que fue aceptado por ella demostrándolo al soltar toda esa tensión que había endurecido su cuerpo, poco a poco fue aflojando cada musculo hasta sentirse cómoda en los brazos masculinos.
- ¿Algún día podrás perdonarme Sofia?
La joven separó su torso lo necesario para poder ver el rostro de Marco, él estaba demostrando algún tipo de sentimiento por ella y eso tenía que verlo en sus ojos para poder creerlo.
- ¿Estas arrepentido de haber hecho esto conmigo?
- Estoy arrepentido de la forma en cómo te traje aquí, estoy arrepentido de tenerte encerrada, de haberte obligado... deseo con todas mis fuerzas tener el poder de devolver el tiempo y poder conocerte en otras circunstancias...
- Pero eso no se puede hacer, lo pasado no podemos cambiarlo.
- Pero el futuro sí. A partir de hoy quiero que te sientas libre, quiero que te acostumbres de nuevo a ser una persona normal. Pronto te trasladarás a una nueva ciudad, tendrás tu casa y criaras a nuestro hijo como un niño normal.
- Eso es imposible. -aseguró mientras se separa unos centímetros de Marco- siempre voy a ser una prisionera, nunca me dejaras volver a mi país, no volveré a ver a mi familia... tampoco estaremos juntos como debe ser, o ¿te olvidas de que estas casado?
- Todo se ira resolviendo a medida que tenga que ser resuelto.
- Amanecerá y veremos...
- ¿Como es eso?
- Así decimos en mi país.
- Oh. ¡Tendrás que enseñarme esa manera tan peculiar de hablar!
La expresión del rostro de Sofia era normal de nuevo, el miedo había desaparecido dejando espacio para una tenue sonrisa.
- ¿Vamos? -preguntó Marco expectante.
- ¿Seguro de que todo va a estar bien?
- Te doy mi palabra.

Delitos del almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora