- ¿Fuiste invitado a la subasta Marco?
Los ojos azules del hombre se fijaron brillantes de excitación en su interlocutor al recordar que sí, había sido invitado a dicho evento, era la sensación del año entre los que acudían año tras año, pocos hombres y mujeres del mundo de la política y los negocios, los más adinerados y poderosos se encontraban allí cada vez, sin máscaras, sin tapujos, era la noche en que cada uno se quitaba los disfraces que el mundo quería ver en ellos para ser sólo ellos mismos. No era la primera invitación que recibían Marco Motta y Antonio Rugiero, la firma de abogados para la que trabajaban era de las más reconocidas en todo el territorio italiano, sus abogados tenían a su cargo defender y representar a grandes personalidades del mundo de la política, empresarial y uno que otro deportista de elite haciéndolos a ellos candidatos entre pocos a ser invitados en circulo tan selecto, la fama de Marco como profesional igual que la de su amigo y colega crecía como la espuma luego de ganar un famoso caso en el que libraron a un reconocido político de la cárcel acusado de corrupción y malversación de fondos.
- Claro que me invitaron. – respondió Marco a su colega con picardía.
- Estoy ansioso por ver que nos ofrecen esta vez, el año pasado disfrute mucho con mi compra.
- Tú siempre disfrutas con tu compra Antonio. – recordó el abogado acomodándose en su silla detrás del escritorio de su oficina.
- Ah... Pero ¿qué sería de la vida sin esos pequeños placeres? No sé cómo haces tú para no pujar por la hembra que te gusta.
- No he visto ninguna que valga los miles de euros que tú pagas.
- Pero es que no es sólo la hembra. – agregó Antonio con un brillo particular en sus ojos– es la puja lo que realmente emociona, ganarle a los demás el premio. El dinero es sólo el precio que pagas por la victoria de elevarte sobre los otros competidores.
- Quizá esta vez me anime... Ya veremos.
- ¡Ah! Siempre tan aburrido... deberías ser más... más... - decía buscando un calificativo para su compañero - ¡Abierto! – soltó por fin gesticulando exageradamente con las manos.
- Más como tú, digamos.
- ¡Exacto! - puntualizo riendo con ganas.
La puerta de la elegante oficina se abrió sin previo aviso, detrás de ella apareció un hombre de mediana edad, delgado, de tez morena que vestía por completo de negro, su pelo canoso y la dureza de sus facciones lo hacían intimidante para cualquiera que lo veía, para cualquiera menos para Marco y su colega Antonio quienes le confiaban a él su seguridad y la de sus familias siendo más que un guardaespaldas una especie de cómplice en los aspectos más privados de sus vidas.
- El auto está listo. –dijo el recién llegado – podemos irnos cuando quieran.
- Grazzie Roberto, ¡andiamo! – dijo Marco poniéndose de pie rápidamente.
Era costumbre de Marco Motta y de Antonio Rugiero salir juntos de su oficina ubicada en un prestigioso edificio reformado en la vía Antonio Estoppani de la ciudad de Roma, Antonio no podía sacarse la subasta de la cabeza por mucho que sabía que a Marco no le gustaba hablar en exceso del tema, aunque a él también le llenara la sangre de adrenalina.
- Cuando recibí la visita del hombre de Pavel me quedé pasmado, después de tanto problema el año pasado pensé que se estaría quieto una buena temporada. – acotó Antonio pensando en voz alta.
- ¡Quizá de allí salga nuestro próximo caso millonario! – dijo Marco medio en serio medio en broma – Tal vez no deberíamos ir.
- ¿Que no deberíamos ir? Te volviste loco... Definitivamente cada año que pasa te pone más aburrido.
- ¿Por qué dices eso? Yo lo digo porque cada vez son más públicos los escándalos en los que se ven involucrados nuestros clientes, nos buscan y nos invitan porque saben que vamos a darlo todo porque salgan libres de culpa porque nos ven allí, con ellos. Es como si nos defendiéramos nosotros mismos.
- Reconócelo, Marco, estas así por tu esposa, por Gia. Nunca te habían afectado los pequeños delitos que se cometen en nombre del placer.
- ¿Pequeños delitos? – preguntó Marco fingiendo asombro – en la corte lo llamamos tráfico de personas y esclavitud, ambas cosas son delitos de lesa humanidad querido Antonio.
- Sí, créeme que lo sé. Pero tú también sabes que no es del todo así, ellas están allí porque necesitan trabajar, ganan buen dinero, en muchos casos son sus propias familias las que las venden. Si lo vemos de esa manera es mejor que les paguemos bien, así saldrán más rápido de sus deudas.
- Cuando hablas así no sé si debería condenarte yo mismo. – confesó con fastidio.
- Tonterías Marco, tú también disfrutas en esas fiestas.
El abogado no pudo responder a la aparentemente inocente acusación de su amigo. No tenía argumentos para hacerlo puesto que la afirmación era completamente cierta, esas fiestas clandestinas le habían servido de desahogo muchas veces, en especial las de Pavel Koslov en las que no existía la mesura en los excesos ni los tabúes.
- ¿Y cómo sigue Gia? – preguntó más serio Antonio.
- Igual. – respondió Marco con arrugando la frente – la depresión es cada día más fuerte y nadie logra convencerla de que se tome de nuevo sus medicinas, está empeñada en lo del embarazo...
- Pero ¿qué dicen los doctores?
- De la bipolaridad, dicen que solo se mejora con las drogas que no quiere tomar. De lo del embarazo, que no se logra por su estado de ansiedad que empeora cada vez más por la falta de las drogas para controlar su depresión...
Marco como siempre que se le hablaba del tema cambio su expresión por completo, de pronto su rostro pareció ganar veinte años y el rictus en su boca delataba el tiempo que hacía desde que no sonreía auténticamente.
- Pobre Gia. Y pobre de ti que ya tienes esa expresión de amargado emplazada en tu cara.
- No es amargura. – soltó como si se estuviera excusando. Sólo a su compañero le permitía hablarle de esa manera y hacer preguntas tan personales respecto a su esposa – Es que ahora tengo tantas presiones, se supone que uno debería encontrar paz al llegar a su hogar, debería sentir que llega a su sitio seguro. Pero con Gia no es así, pase lo que pase o esté del humor que esté, debo tener cuidado con lo que digo, con lo que hago. La mínima cosa puede desatar en ella una crisis. La amo con toda mi alma, pero estoy cansado de esta situación.
- Tu situación difícilmente se sostiene solamente con amor... - sentenció -Pero hace poco parecía estar bien, recuerdo que nos fuimos al teatro, salimos a cenar juntos con esta muchacha... la que salía conmigo, una de pelo negro. ¿recuerdas?
- Lorena... - recordó Marco.
- Si, esa. Después se complicó de nuevo y tú con ella.
- Se le metió en la cabeza lo del hijo, dejó de tomar las medicinas, después de eso hay días que parece estar bien y días que está muy mal, ese día en particular era de los buenos.
- Está muy difícil tu situación. Aunque Gia siempre fue complicada. – recalcó Antonio.
- Pero nunca así Antonio...
- ¡Estaba medicada! – interrumpió – Ella no debió dejar nunca el tratamiento.
Marco no contestó, se limitó a mirar a su amigo con suficiente intensidad como para que pudiera percibir su advertencia.
- No te molestes... - señaló – nada más me preocupo por ti, quiero verte tranquilo, contento, a los dos.
Antonio terminó de hablar poniéndole una mano conciliadora sobre el hombro de su amigo sentado a su lado.
- Lo sé
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Delitos del alma
General FictionQue pasa cuando la inocencia se consigue con la avaricia? Sofía, una joven con muchos sueños y ganas de superarse confía en las personas equivocadas. Es engañada llevada fuera de su país con la promesa de trabajo honesto y bien remunerado pero, nada...