Capítulo 37

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Todo era confusión y desespero en la mente de Giannina que contaba horas sentada en un sillón de su habitación mirando al vacío. Para ella la simple acción de levantarse requería una difícil decisión para la que no se sentía preparada de tomar, la vida era pesada, gris e inútil.
Los movimientos del bebe en su vientre habían sido más suaves desde unos días atrás cosa que agradecía, no sentir tan intensamente esos desagradables movimientos dentro de ella la habían calmado lo suficiente como lograr bajar su ansiedad permitiéndole interminables momentos de soledad para culparse repetidamente de todo lo malo que le había pasado en sui vida, repasaba enfermizamente la sensación de pavor que vivió en su infancia cuando sentía entrar a su primo en su cuarto, una y otra vez vivía el asco al sentir esas caricias lascivas sobre su cuerpo infantil, las ganas de gritar, de defenderse que su atacante eliminó con amenazas y ataques que nunca dejaban marcas.
- ¡Voy a decirle todo a mi mama! -susurraba una infantil Giannina en medio de sollozos acallados por las amenazas de su atacante.
- Hazlo, te va a ir peor de lo que crees, nadie te va a defender porque ellos ya lo saben, es más dejan que yo venga aquí para que haga lo que quiera contigo. Hace poco escuche a mi tía Martina decir que lo mejor es que te acostumbres porque cuando crezcas te van a casar conmigo. -mintió.
- ¡Eso es mentira!
- Pruébalo... -gruñó halándole fuertemente el cabello- si tanto quieres hablar, habla y veras que tengo razón.
Sumida en su tortura no se percató de que Rosa había entrado a la habitación.
- Señora Gia... -dijo tocándola suavemente en un hombro- no ha comido desde ayer, y ayer comió muy poco, traje comida, nada de especial, un poco de fruta, pasta que hizo su madre... si quiere le busco otra cosa, lo que sea es bueno porque tiene que alimentarse, si no come el bebé puede nacer flaquito, y no es que sea malo, mi sobrina tuvo su niño hace poco y le nació flaco flaco muy flaco... ahora si lo ve no lo cree, gordo como un querubín y con ese pelo rubio...
Giannina había dejado de prestar atención a las palabras de Rosa más allá de la primera frase, sabía que la empleada se extendería en la anécdota de su sobrina hasta relatar los detalles de la historia. Lo mejor era detenerla o la agobiaría por mucho rato más.
- Está bien Rosa. Voy a comer algo.
- Venga... qui esta todo.
Para Giannina era muy fácil moverse, su cintura poco ensanchada no era un impedimento para que sus movimientos fueran ligeros a pesar de estar en su tercer trimestre de embarazo. Una vez sentada frente a la pequeña mesa en donde la empleada había dejado la bandeja con los alimentos Gia sintió como su estómago rugió por el largo periodo de ayuno.
- ¿Dónde está mi madre? -preguntó mientras tomaba los cubiertos con pesada lentitud.
- La señora Martina salió hace rato. Hacían falta cosas en la casa, y había que ir por los trajes del señor Marco a la lavandería y no sé si fue a hacer otras cosas, no me dijo nada pero yo creo que si porque la escuche hablando por teléfono antes de salir , no sé con quién hablaba porque usted sabe que yo no me meto en la vida de nadie, pero y menos de ustedes los señores de la casa, pero le decía  a la persona con la que hablaba que ya no podían esperar más y que ella se ocuparía personalmente de ese asunto... me imagino que era algún asunto de la casa porque... ¡mire ya llegó!
Las últimas palabras fueron la que realmente llamaron la atención de Giannina, Martina entraba en la habitación con un pequeño ramo de flores en las manos.
- Gia... por fin te levantaste. -dijo caminando hasta ella mientras hacia un escrutinio visual a su alrededor- traje estas flores. Rosa busca un florero para ponerlas aquí. Esta habitación está muy desordenada, hay que abrir las ventanas, cambiar las sabanas y limpiar todo.
- Claro, estaba esperando que la señora se levantara para hacerlo mientras tanto estaba contándole a la señora Gia que no sabía cuando iba a volver por...
- Anda de una vez Rosa. -soltó Martina impaciente.
- Si por su puesto. -dijo la empleada retirándose de inmediato.
- Qué bueno que por fin estas comiendo. Tienes que ser más responsable con tu alimentación.
Giannina no quería hablar con su madre, no quería verla ni tenerla cerca, pero la necesitaba, sin ella su soledad se volvía absoluta cuando Marco no estaba en casa.
- Marco no me ha llamado.
- Si lo hizo. Pero tú no respondiste. Quien sabe en donde dejaste tu teléfono móvil. Hable con él esta mañana.
- ¿Qué te dijo? -preguntó iluminándosele los ojos por la emoción.
- Quería saber cómo estas tu... por supuesto que no le dije lo delicada que has estado de los nervios.
- Yo no he estado delicada de los nervios.
- ¿No? ¿entonces por qué pasas horas encerrada aquí sin comer ni hablar con nadie?
- Sabes muy bien por qué. -afirmó mirando intensamente a los ojos de Martina.
- Eso ya pasó, es ridículo que todavía pienses en cosas que ya no tienen importancia, vas a tener que aprender a superar lo que pasó Giannina. No es justo para nadie que te quedes enterrada en el pasado culpando a los demás de tus desgracias.
- Yo no culpo a nadie más que a los verdaderos culpables. -aseguró con la voz cargada de rabia.
- ¡Basta! No voy a permitirte este comportamiento. Estoy aquí cuidándote mientras que dejo mi propia casa abandonada y a tu padre sin atención, a nadie le importa lo que yo hago, ni cuanto sufro por verte así... dejo mi propia vida de lado para que tu estés bien atendida, para poder estar aquí si me necesitas. -lágrimas en sus ojos amenazaron con caer sembrando culpa en su hija- Pero la vida es así de injusta, ya verás tu misma lo malagradecidos que son los hijos.
La postura de Martita era de profunda ofensa y aparente dolor, experta en como manipular a su hija hizo su mejor actuación sabiendo que con eso Giannina dejaría su actitud altiva de inmediato.
- No digas eso madre. -susurró Gia bajando la mirada hasta sus propias manos- yo sé que haces mucho por mí.
- Pero te empeñas en sacar a la luz cosas del pasado que nunca fueron tan graves como tú las recuerdas. Me haces culpable de querer guardar el honor de esta familia y protegerla del escándalo público. Tú no sabes lo diferente que hubiera sido tu vida si esos pequeños altibajos familiares hubieran salido a la luz. Creo que ni casada estuvieras, o al menos no con alguien como Marco.
- Perdóname.
Martina calló su respuesta por unos segundos para luego liberar a Giannina de su culpa.
- Las madres siempre perdonamos. Aunque algunos hijos no nos valoren como deberían... en fin, tu marido llega mañana.
El rostro de Giannina cambió por completo al escuchar lo único que quería saber, sus ojos se iluminaron dibujando en sus labios una sonrisa.
- ¿Por qué no me lo habías dicho? Sabes que es lo que quería escuchar desde el principio.
- Traté, pero parece que tu nada más quieres pelear conmigo.
- Perdóname, madre, me pongo nerviosa cuando Marco no está. Además, se ha tardado tanto en regresar que pienso cosas...
- No sé qué cosas serán esas que piensas que te ponen tan agresiva. Además, exageras, Marco se fue apenas hace unos días.
- Pero yo no puedo estar sin él.


La mañana sorprendió a los amantes mientras aun dormían, las horas pasaron sin pausa hasta cuando el sol ya a casi estuvo en la cima del cielo dando fin a la fantasía que había comenzado el día anterior, Marco debía volver a Roma.
- Quédate un día más. -pidió Sofia negándose a quedarse sola de nuevo.
Marco desperezándose se tomó unos segundos para pensar la mejor forma de decir que no podría ni, aunque quisiera quedarse un día más, de hecho, sentía algo de prisa en volver y enfrentarse a su vida real, la que compartía con su esposa embarazada y enferma.
- No puedo. Tengo que volver y ocuparme de algunos asuntos que tengo pendientes.
- Tu esposa, tu casa, tu trabajo. Tu vida entera. -dijo Sofia invadida de una profunda tristeza levantándose pesadamente hasta quedar sentada en la cama dándole la espalda a Marco.
La imagen femenina era poderosamente atrayente, una belleza placida era emanada de esa espalda cubierta por el largo cabello de esa mujer que, aunque hinchada por su abultado vientre era la personificación de la femineidad, Marco llevó una mano hasta ella acariciando su piel como si de una presencia angelical se tratara, suave, delicada, tibia...  no pudo resistir la tentación de rodearla suavemente con sus brazos para embriagarse de nuevo con el aroma de su piel, sentía una necesidad extrema de grabar ese momento en su memoria, la sensación de ella pegada a él sin la barrera de la ropa, piel con piel como nunca antes, dos personas en intima comunión espiritual haciéndose el amor sin tener sexo, una fusión en la que pudo sentir con sus manos el milagro de la vida en gestación que juntos traerían al mundo, ella en la misma sintonía que él... tres personas en una sola. Lo abstracto había comenzado a tener forma.
- Te prometo que pase lo que pase, siempre voy a estar aquí para ti. Para los dos. -dijo poniendo sus dos manos abiertas sobre su vientre- este niño y tu estarán siempre protegidos y serán amados por mi hasta el último día de mi vida.
Las lágrimas corrieron por el rostro de Sofia sin saber cuál era el motivo de su desbordamiento, no tenia en claro si eran de alegría por la promesa de Marco de nunca abandonarla, o por la tristeza de saber que su destino estaría por siempre atado a él, cualquiera que fuera la causa se sentía en paz, él había hablado de amor y eso era por mucho más de lo que había soñado llegar a tener, la confusión de su mente había perdido importancia.
- Te prometo no correr, ni escapar... te prometo encontrar esa forma de amor que nos convenga a los dos.
- Perdóname. Perdóname por todo lo que te hice y por todo lo que pude hacer por ti y no tuve el valor de hacer.
Y sin más lo correcto, lo ético afloró en la mente de Marco.
- Sofia voy a decir esto una sola vez, así que piensa tu respuesta. ¿Quieres volver a tu país?
Sofia se sorprendió por la pregunta, pero ya conocía su respuesta.
- No. Contigo no estoy sola. Aun cuando te tengas que ir... sé que volverás y con eso me basta. Es más, de lo que nunca llegué a tener en mi casa.
Un par de horas más tarde Marco abandonó la casa del acantilado con la certeza de que su vida había cambiado para siempre.

Horas más tarde lo que encontró en Roma lo dejó paralizado, una Giannina muy desmejorada, pálida y ojerosa lo recibió tratando de parecer llena de energía, en su intento solamente consiguió agotarse aún más presentando la versión más patética de una mujer embarazada.
- Gia... -fue lo único que pudo decir Marco al abrazarla y sentir como el cuerpo de su esposa se había reducida en tan pocos días.
- Por fin volviste.
- ¿Estás bien?
- ¡Claro que estoy bien!
Marco buscó la verdad en los rostros que lo rodeaban, Martina y Rosa declaraban con sus las expresiones la preocupación que sentían por las condiciones de salud de la futura madre. Martina habló antes para evadir las preguntas no formuladas de Marco.
- Qué bueno que ya estás aquí, Gia ha estado un poco decaída durante tu ausencia.
- ¿Es verdad eso amor? -preguntó con ternura mirando a su esposa a los ojos.
- Sabes que no me gusta que salgas por tantos días, me siento muy sola sin ti.
- No estuviste sola ni por un momento. Pero ya estoy aquí. Así que ahora vas a ser obediente y vas a comer bien y a cuidarte.
- Si. -dijo sonriendo ampliamente por primera vez desde que Marco se marchara una semana atrás.
Esa noche Giannina parecía una persona diferente a la que había vagado por la casa los días anteriores, la sola presencia de Marco la hacía ver llena de vida, sus mejillas se habían sonrojado casi al punto de parecer saludable y pudo comer con apetito, era apenas por esa mirada perdida y a ratos dispersa la que no permitía que Marco se sintiera del todo tranquilo con respecto a la salud mental de su esposa.
Por primera vez él reconocía a plenitud cuan atrapado se sentía en aquella relación, en aquella casa que hacía tiempo había dejado de ser un hogar para parecerse más a un presidio en el que el aire se sentía demasiado denso y olía a manipulación. Su suegra era otro problema, sus miradas nostálgicas que evocaban tiempos pasados en los que errores de ambos en su juventud se habían vuelto un castigo que golpeaba su consciencia con cada recuerdo, con cada roce tímido y aparentemente casual que ella promovía cada vez que estaban en compañía sabiendo que Marco no se atrevería a rechazar ese contacto sabiendo que él no sería capaz de ponerse en evidencia.
Tantas presiones, tanto agobio lo llevó a tomar una decisión que a su parecer era la única manera correcta y justa de darle a su caótica vida algo que lo hiciera menos miserable y con esperanza de algún día conseguir el perdón de su alma que sabía que estaba destinada a ir al infierno.
Era hora de escribir su testamento.

Delitos del almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora