El mercado local estaba lleno de gente que desde tempranas horas de la mañana se acercaban a los puestos repartidos por la acera para comprar los productos más frescos, Giannina y su madre caminaban en medio de la gente en busca de las mejores frutas y verduras de la manera tradicional arrastrando sus carritos de mercado a medio llenar; las voces de los mercaderes ofreciendo sus ofertas, los distintos aromas entre dulces y agrios, la charla espontanea entre los compradores... Todos elementos desequilibrantes para las emociones de Gia, que se esforzaba en controlar la angustia que crecía dentro de ella.
—¿Todo bien Gia? —preguntó Martina consciente de la incomodidad de su hija.
—Si todo bien. —mintió.
—Pero te pusiste pálida...
—No es nada mamá, terminemos para volver a casa de una vez.
No importa cuánto tenía que esforzarse, debía demostrarles a todos y a ella misma que era capaz de controlar sus emociones, de ser una buena esposa para Marco; era hora de retomar las riendas de su vida y la única manera de hacerlo era dando todo de su parte para controlar su enfermedad.
—¡Martina! —llamó una mujer madura a lo lejos saludando con la mano.
—¡Enza! —respondió la madre de Gia esperando suspicaz el encuentro con la mujer que se acercaba esquivando la gente en medio.
—¿Cómo estás bella? —preguntó besando a Martina dos veces en el rostro, luego dirigió su atención a Giannina.
—Gia bella, ¿cómo estás? No sabía que estabas aquí...
—Si... —respondió con toda la simpatía que pudo— he venido a pasar unos días con mi madre.
—¿Y tu marido está contigo?
—No, está de viaje por trabajo.
—Enza —interrumpió Martina cambiando el tema de conversación radicalmente— ¿Compraste berenjenas?
—Si claro, las compré donde Giuseppe. Pero a ver niña. —dijo volviendo a fijar su atención en la más joven— ¿cómo es eso de que cada vez que te veo, tú estás sola?
Martina comenzaba a preocuparse por las preguntas de su amiga, ella era conocida por todos en el pueblo como la más interesada en la vida ajena, sabía acerca de la vida de cada habitante del pueblo, tenía conocimiento con detalles de cada noviazgo, boda, nacimiento y de cada conflicto familiar en la zona; decía que se interesaba en cada evento de las vidas de sus coterráneos para poder "hablar con propiedad o defenderlos de las injurias de la gente chismosa"
—Marco está trabajando en un nuevo caso fuera de Roma, por eso vine a visitar a mi madre, para no quedarme sola.
—¿Y por qué no te puedes quedar sola? ¿Estás enferma?
Martina puso los ojos en blanco impaciente por el rumbo que estaba tomando la conversación.
—Mi hija no está enferma Enza. Vamos Gia, se nos hace tarde y tu padre nos espera en casa. —dijo tomando del brazo a su hija intentando escapar ilesa del interrogatorio.
—Pero, déjala que conteste ella Martina... Deja hablar a tu hija.
—Mamá tiene razón Enza, no estoy enferma.
—Ah.
Los pequeños ojos de Enza estudiaron a Gia de pies a cabeza evaluándola.
—¡Giannina por qué no lo dijiste antes, estas embarazada! Claro, por eso tienes esa cara tan pálida y demacrada... Por fin vas a hacer padre a Marco, el pobre debía estar desesperado por un hijo, con lo cariñoso que es...
Para Gia esas palabras fueron la prueba más clara de su incapacidad, no sólo le decían en su cara que hacía mucho tiempo que debía ser madre, sino que también le hacían notar lo desmejorado de su aspecto "demacrada" con más exactitud, lo primero que le vino a la mente fue ¿cómo le voy a gustar a mi marido en este estado? Sí hasta para los extraños era evidente que ya no era la misma de antes; todo eso fue demasiado peso que soportar para ella, explotó desahogando su frustración.
—¡No estoy embarazada! —gritó llamando la atención de las personas que pasaban cerca de ella— ¡No puedo tener hijos y no puedo acompañar a mi marido porque sufro de enfermedad bipolar!
Al terminar de escupir esas palabras dejó el carrito tirado en medio del mercado escapando a toda prisa de las miradas que se posaban curiosas en ella, Martina estática imposibilitada de reaccionar por la vergüenza que su hija le había causado pensaba con rapidez la manera de salir del bochorno mientras el movimiento y el ruido a su alrededor volvían a la normalidad.
—Disculpa a mi hija... —logró decir Martina haciendo acopio de todo su valor.
—¿De verdad está enferma?
—Es largo de contar Enza, no es que esté enferma como tal... después nos reunimos para aclarártelo. ¿Está bien?
—Claro, claro... ve con ella, otro día me cuentas.
—Adiós Enza.
—Adiós Martina.
El regreso a casa fue silencioso, Gia seguía furiosa con ella misma por la forma como había reaccionado en el mercado ante las preguntas insistentes de Enza, su madre mantenía una expresión neutra mientras conducía hasta la casa. Al bajar del auto Giannina corrió a su habitación, al igual que en épocas pasadas esperaba que allí escondida iba a poder escapar de su madre; como en esas épocas, no lo consiguió, Martina se encaminó tras ella colándose por la puerta con una especie de furia contenida que se traslucía en su boca rígida y en las líneas de expresión que se dibujaban en su frente.
—¡Giannina te volviste loca! —explotó por fin.
Martina se veía fuera de sí, sus gritos se escuchaban en cada rincón de la casa igualando a los de su hija en el mercado.
—¡Déjame en paz mamá! —advirtió.
—No pudiste escoger a otra persona en el mundo para contarle lo de tu enfermedad luego que me he pasado años ocultándolo... ¿te das cuenta de lo que has hecho?
—¿Darme cuenta de qué? —preguntó furiosa.
—¡De que a estas alturas ya todos en Alatri lo saben!
—¡Pues que lo sepan! Estoy harta de aparentar que todo está bien conmigo...
A pesar de la situación, Gia sentía una especie de alivio, era como sí se hubiera liberado de un gran peso que sostenía desde hacía mucho tiempo, muchas veces sintió la necesidad de gritar su verdad, que ella no era la mujer perfecta, que nunca lo fue y que estaba cada vez más lejos de serlo; su madre caminaba de una esquina de la habitación a otra gesticulando con las manos mientras pensaba en una excusa para justificarla cuando los comentarios comenzaran a difundirse en el pueblo.
—Ahora hablaran de ti, van a decir que tengo una hija que está loca y que además eres incapaz de darle hijos a tu esposo...
—¿Y qué? ¿Acaso no es la verdad? No puedo controlar la depresión que cada vez empeora si no tomo drogas, no puedo embarazarme si las tomo y aunque las dejé hace tiempo no he podido logara quedar embarazada... Qué digan lo que quieran.
—Tú dices eso porque te irás dentro de unos días a tu casa en Roma, la vergüenza la tendré que enfrentar yo sola Giannina.
La actitud de Martina no dejaba de ser ofensiva, en su arrebato no tuvo control de sus palabras hasta que comprendió el significado, enmudeció mirando a su hija con arrepentimiento.
—¿Te avergüenzo? —preguntó Gia con los ojos llenos de dolor.
—Claro que no... ¿Cómo dices eso?
—Fuiste tú quien lo dijo.
Gia ya no reflejaba nada en su rostro, el dolor en su alma era tan profundo y vasto que le parecía no sentir nada.
—No quise decir eso. —se justificó la madre bajando el tono de voz.
—No lo sé... siempre estás diciéndome cosas que no querías decir.
—Ya hablamos de eso, sólo quiero aconsejarte. Todo lo que te digo lo digo por tu bien. —agregó dando por sentado que hacia lo correcto.
Gia miró a su madre fijamente, sabía que no tenía ninguna esperanza de hacer que ella comprendiera el daño que le hacía con sus palabras según ella llenas de buenas intenciones.
—Dejémoslo así.
—Si. —acotó tratando de controlar el temblor de su voz— Mejor olvidemos lo que pasó hoy en el mercado, además quizá nadie escuchó lo que dijiste. Enza es mi amiga de la infancia, no dirá nada malo de ti.
Gia sabía que era inútil discutir con su madre, era inútil explicarle que el hecho que la gente escuchara o no lo que dijo era irrelevante para ella, lo que realmente le importaba era lo que su madre pensara sobre su situación, estaba deseosa de ser aceptada y amada por Martina tal y como era, estaba cansada de aparentar ser, aunque fuera aceptable para complacerla mientras estuvo soltera para luego vivir en la misma necesidad de ser perfecta para su esposo fracasando en ambos casos.
***
—Este verano ha sido particularmente caluroso. —Dijo Marco mientras ponía una sencilla copa frente Sofía y la llenaba de vino. Creo que pasan los treinta grados el día de hoy; esperemos en pocas semanas comience a refrescar un poco.
Colocó otra copa sobre la mesa llenándola igual que la de ella, con parsimonia se sentó muy cerca con la intención de averiguar si pudiera sacar más información referente a la joven. Sofía miraba a su alrededor buscando a Francesca, de alguna manera saber que la mujer se encontraba cerca de ellos le hacía sentir confianza de que Marco mantendría la compostura.
—No busques compañía. Estamos solos, mandé a Francesca al pueblo por cosas para ti; ropa y otros objetos que pienso que necesitas.
Sofía no sabía que actitud debía tomar... ¿debía ser agradecida por velar por ella? ¿Debía rechazar lo que él le diera? La confusión terminó por ceder al rechazo escupiendo las palabras con desprecio.
—No quiero vino.
—Solo pruébalo, te va a caer bien. —aseguró Marco ignorando el tono de voz utilizado por la joven.
Sofía se limitó a mirar las copas frente a ella, era de un cristal fino, pero sin ningún tallado, simples, sencillas. Así se vio ella, simple, sencilla, seguía sin entender que habían visto en ella sus captores para pensar que podían prostituirla, ¿Qué era eso que volvió loco a ese hombre que la retenía a la fuerza y parecía querer ganar su confianza? Pensó que no perdería nada con hacer las cosas más fáciles, estaba cansada de luchar y temía algún castigo de su parte; tomó la copa con una mano, la llevó lentamente a sus labios y bebió un sorbo.
—Eso es... verás cómo te cae bien y te sentirás más relajada.
Marco se veía sereno de nuevo, su mirada era clara y sonriente mostrando finas líneas de expresión que lo hacían ver como un hombre maduro y experimentado, su cabello en desorden y su sonrisa lo hacían ver muy masculino y atractivo hasta para Sofía que aun en su situación no podía pasar desapercibido su encanto. El sabor fuerte y amaderado del vino la sedujo desde el primer sorbo, eso, aunado con la agradable sensación de percibir como sus músculos iban relajándose a medida que el contenido de su copa aminoraba la hicieron sentir apenas un poco menos aprensiva relajando su rostro antes tenso.
—Háblame de ti.
—No hay nada que decir. —respondió con frialdad.
—Eres enfermera... eso fue lo que entendí.
—Si.
—Entonces eres una mujer inteligente. ¿Hace mucho que te graduaste?
Sofía no quería caer en el juego de Marco, no quería caer en una conversación que pareciera agradable con él, era muy difícil hacerlo a pesar de haberse sentido bastante sola desde que saliera de Venezuela, al final terminó respondiendo con timidez como todas las veces.
—Hace un año.
—Qué bien, y... ¿qué te llevó a estudiar enfermería?
—Me gusta ayudar. —dijo levantando los hombros— Quería ayudar a las personas enfermas.
—En ese caso debiste estudiar medicina...
Marco estudiaba cada respuesta al igual que cada gesto de Sofía, por su profesión estaba acostumbrado a interrogar a las personas y poder identificar si mienten o no, en ese caso no se encontraba en un juzgado ni Sofía era un testigo en un caso importante, pero se valió de todo su conocimiento para saber qué clase de mujer era esa que lo había arrastrado a cometer un delito pasional y amenazaba con convertirse en algo importante en su vida.
—En mi país no es fácil estudiar esas carreras si no tienes dinero, mi familia es muy pobre.
—Bebe. —interrumpió Marco pensando en que era contraproducente el camino que estaba tomando la conversación— Sabes, este vino lo hace mi familia... me gustaría saber qué te parece.
Sofía miró la copa que tenía entre sus manos sin percatarse de que le costaba un poco fijar la mirada en un punto determinado, el alcohol estaba haciendo su efecto en ella.
—No sé nada de vinos. —dijo con naturalidad.
—No importa, sólo dime que te parece.
—Es que no sé.
—¡Dime algo, cualquier cosa! —insistió sonriendo con simpatía.
Las palabras comenzaron a salir de la boca de Sofía sin pensarlas, simplemente parecía que el vino hablaba por ella.
—Es fuerte, tiene un sabor agradable... —confesó curvando sus labios en un leve intento de sonrisa sin animarse a levantar la mirada.
Era la primera vez que marco la veía sonreír, su rostro sonrojado por el vino y esa pequeña y velada sonrisa que duró solo unos segundos encendió la sangre en sus venas.
—Ves que eres muy inteligente, eso es todo lo que se puede decir de un vino... —mintió.
Poco tiempo después esa botella estaba vacía, otra la suplía en la mesa llena hasta la mitad, la incomodidad de Sofía disminuía de nivel sin dejar de mostrarse a la defensiva cada vez que Marco se acercaba de más o cada vez que la tocaba aparentemente por accidente, una caricia en la mano, un mechón de cabello fuera de lugar que quería acomodar...
La cabeza de Sofía daba vueltas sin parar, los síntomas de embriaguez se apoderaron de ella sin que se diera cuenta hasta que fue demasiado tarde; Sintió que debía refrescar su rostro para ver si así podía aclarar su mente.
—Tengo que ir al baño. —dijo Sofía extrañándose del tono denso en el que salían las palabras de su boca.
—Ve Sofía, dentro de la casa te puedes mover con completa libertad. —dijo observándola con ojos de halcón— cuando vengas terminaremos con esta botella.
—No. —dijo rápidamente mientras se ponía de pie— preferiría no seguir bebiendo.
Sin esperar respuesta subió las escaleras enderezando sus pasos para evitar tambalearse frente a Marco. "Estas ebria Sofía" se regañaba a si misma mientras encontraba la habitación en donde había pasado la noche, cuando la encontró pudo orientarse un poco mejor, fue directo al lavamanos en donde abrió el grifo y lavó su rostro con agua fría comprobando que el contacto del agua en su piel era de gran ayuda, el choque de la temperatura caliente de su cara con la más fría del agua la espabiló dándole la falsa impresión de que había vuelto casi a la normalidad, enderezó su espalda, frente a ella vio un espejo en donde se reflejaba una mujer colorada por el alcohol con la que no se identificaba, la del espejo era una mujer que fue vendida al mejor postor, una que bebía hasta emborracharse con un hombre que había pagado por su cuerpo, que la había sometido a sus más bajos deseos sin importar que ella estuviera dispuesta o no, era una nueva Sofía a la que tendría que conocer y a quien debía adaptarse sí quería sobrevivir. Desolada ante su nueva realidad salió del baño sintiendo la necesidad de acostarse para evitar tropezar con algún mueble y caer, pero tenía la duda de si debía bajar de nuevo o quedarse allí, quería estar sola pero, el temor a que el hombre que la estaba esperando tomara su ausencia como un motivo para castigarla la hacía dudar, pero sus dudas se disiparon en un apenas un segundo al ver a Marco apoyado sobre su espalda en la puerta cerrada de la habitación; un nudo en su estómago le impidió protestar por la presencia invasora de ese hombre, su imagen imponente y masculina lo decía todo, su intención era la misma que la noche anterior pero a diferencia de la noche pasada, se veía calmado, no había en el rastro de agresividad que la hiciera pensar que la noche se podía tornar violenta. Aun así, temía por sus intenciones; entre susurros y sollozos las suplicas comenzaron a salir atropelladas de su boca.
—Señor por favor, no me haga daño de nuevo...
—No Sofía, no quiero hacerte daño.
Sofía sabía que mentía.
—Mire, mejor se va a dormir, ya es tarde y...
—No es tarde. —interrumpió dando un primer paso hacia ella— apenas está comenzando a caer la noche. —dijo como demostrando lo obvio.
Dio un paso más, luego otro, Sofía presa del miedo retrocedida a medida que él se acercaba, pero la pared impidió su escape; en unos segundos Marco estaba a escasos centímetros de ella.
—No te asustes. —susurró a unos centímetros de su oído.
—¡No me toque!
—Si lo voy a hacer Sofía, para eso te traje aquí...
Marco llevó una mano a la frente aun mojada de la joven, apartó su cabello en rebeldía sintiendo como se estremecía de temor y exaltación bajo su contacto.
—¡No quiero que me toque...! —dijo entre dientes sacudiendo su cuerpo para evitar el contacto.
Marco con un rápido movimiento la inmovilizo contra la pared aprovechando que el vino la mantenía debilitada, sabía que tendría fuerzas suficientes para negarse pero que no las tendría para luchar contra él, esperaba que su sentidos también aturdidos por el vino colaboraran con sus intenciones; el triunfo de la noche estaba asegurado para Marco, Sofía caía cada vez más profundo en un espiral de sensaciones que confundía su percepción de lo que pasaba a su alrededor, confundía su mente borrando la línea entre lo bueno y lo malo, entre lo que debía hacer y lo que no dándole carta abierta a Marco para obrar con ella como quisiera.
El olor que desprendía la piel de Marco penetró profundo en sus fosas nasales, ese olor masculino y agradable llenó sus sentidos en complemento perfecto con las caricias que su cuerpo comenzaba a apreciar; como rápidos destellos aparecían en su mente imágenes de su prisión en Rusia, de la fiesta, de la mirada de Marco la primera vez que la vio, de Marcela despidiéndose a lo lejos, de la forma desconsiderada de violarla la noche anterior, de su sonrisa durante aquella tarde... Los recuerdos recientes mezclándose incomprensiblemente en su mente le daban fuerzas para rechazarlo, así como también sembraban en ella un deseo desconocido por las sensaciones que estaba experimentando con la suavidad de sus caricias.
—Déjate llevar Sofía. —susurró buscando su boca esquiva— siente mis caricias...
—No... —dijo entre sollozos con los ojos fuertemente cerrados— no quiero...
Las manos de Marco la retenían pegada a su cuerpo, las caricias cada vez más atrevidas buscaron la piel de la joven debajo de su holgado vestido de verano, subió la falda tocando con suavidad la suave piel de sus muslos apretados uno contra otro evitando que llegara a su sexo donde no quiso forzarla para evitar una reacción que complicara el desarrollo de su juego, luego las manos subieron por su cintura hasta el pecho agitado por el ritmo frenético de su respiración acelerada por el llanto. Sofía trató de detenerlo en vano luchando con todas sus fuerzas por mantener su dignidad, ningún esfuerzo iba a ser suficiente para escapar de lo que vendría, lloraba por su liberación mientras un abrazo fuerte casi protector se apoderó de ella pegándolos como si fueran una sola persona, nunca se había sentido de esa forma, esa manera de unirse al cuerpo de otro la llevó a un terreno desconocido por completo, el olor de él pareció embriagarla aún más, más que el vino que compartieran durante la tarde, la boca de Marco se aventuró seductora, más que sexo quería su entrega, quería que ella lo deseara, buscó la boca de la joven con sus labios prestos a besarla con suavidad por todo su rostro, sus caricias cambiaron el ritmo pasando a ser suaves, delicadas, quería ganarse su entrega; el deseo crecía en el pecho de marco mientras que la pasión crecía en su entrepierna delatándolo en la dureza de su miembro viril apoyado en el pubis de ella.
Sofía comenzó a sentir calor, un calor que nacía de su interior y que la obligaba a relajarse en esos brazos que la sostenían o que la apisonaban... ella misma ya había perdido la capacidad de diferenciarlo, el roce de los suaves labios masculinos de Marco junto con el efecto del vino hicieron que ella cediera en su resistencia y se entregara a la necesidad de corresponderle, relajó sus labios, entreabrió su boca para permitir que él la penetrara con su lengua en un ardiente beso al que respondió con fugitivos gemidos de placer, Marco arrebatado por el ímpetu repitió las caricias desde el principio esta vez seguro que Sofía no estaría tan renuente a ser tocada, subió de nuevo su falda, acarició como antes sus muslos que como se lo había imaginado ya no estaban tensos, con facilidad coló los dedos en los pliegues de su sexo por dentro de la ropa interior de la joven arrancándole un fuerte e inequívoco gemido de placer; para Sofía ya no había pensamientos en su mente solamente el placer pecaminoso que estaba sintiendo en manos de su captor, siguieron los besos, por instinto envolvió a Marco con sus brazos evitando que se alejara y se detuviera; perdida en un mundo paralelo en donde el dolor y el temor se mezclaba con el placer de los dedos expertos que la estimulaba Sofía sintió como su cuerpo se convulsionaba febrilmente en un poderos orgasmo que la sacudió en cada fibra de su ser.
—¿Ves Sofía? —susurró Marco mientras de deleitaba con las convulsiones que aun sentía entre sus dedos— tienes que dejarte llevar... no luches contra mí.
La realidad volvió acompañada del pudor perdido apoderándose de ella, de pronto se sintió la más barata de las prostitutas, ni todo el vino del mundo podría hacerle olvidar que ese hombre que la abrazaba y que la había hecho sentir un placer desconocido era el mismo que la había comprado y la había violado apenas un día atrás, sintió como la vergüenza la llenaba por dentro haciéndola temblar como una hoja de papel. Antes de que Sofía poder reaccionar Marco la cargo en brazos para llevarla hasta la cama, la dejo allí mientras se desvestía rápidamente frente a ella.
El momento había llegado, en pocos segundos Marco se colocó sobre ella penetrándola con maestría de una manera en la que se sintió por completo invadida, pero sin el dolor ni la incomodidad de la vez anterior. Para Sofía esa noche ya no hubo más placer, una vez perdida la evasión a la realidad que el alcohol le había regalado se limitó a esperar pasivamente entre lágrimas silenciosas a que Marco descargara su pasión dentro de ella.
Mucho más tarde a solas en medio de la noche Sofía no paraba de culparse por lo que había sucedido, pensaba que su actitud pasiva había promovido el nuevo ataque de Marco "tenía que mantenerme firme" "todo paso por culpa mía, no debí beber ese vino con él" "reaccioné como perra en celo". No podía parar de culparse ni de llorar desde que Marco la dejara en la cama luego de despedirse con una sonrisa placida y depositar un beso en su frente.
—¿Sabes que soy muy condescendiente contigo? Debes estar feliz de que yo haya salido vencedor en la subasta. —dijo para despedirse justo antes de salir de la habitación.
"¿Feliz? ¿A qué se refería con eso? Fui secuestrada, vendida para ganancia de un delincuente y violada..." pensaba una y otra vez estudiando las palabras de Marco; su cuerpo temblaba sin control, de nuevo tenía esa necesidad de limpiarse, de arrancar la suciedad de su piel y sobre todo la suciedad que se sentía húmeda entre sus piernas.
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Delitos del alma
General FictionQue pasa cuando la inocencia se consigue con la avaricia? Sofía, una joven con muchos sueños y ganas de superarse confía en las personas equivocadas. Es engañada llevada fuera de su país con la promesa de trabajo honesto y bien remunerado pero, nada...