Capítulo 15

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—¿Cómo está la niña de mis ojos?
—Papá... Ya no soy una niña. —respondió Gia con ternura a su padre.
Su padre era el hombre más amoroso cuando se trataba de ella, siempre la protegió y la consintió en todo buscando equilibrar las exigencias de su esposa sobre ella.
—Siempre serás mi niña. Ven a caminar un poco conmigo en el jardín.
Doménico Rossi ofreció el brazo a su hija esperando que no se negara, Gia como era de esperarse aceptó encantada dejando de lado todos los pensamientos que la absorbían en absoluta soledad en la terraza. Era una típica tarde de septiembre, tibia y propicia para hacer una caminata entre los manzanos a los que Doménico dedicaba horas de atención.
—Tu madre me contó que tuvieron problemas en el mercado, no exactamente problemas, más bien un mal entendido. —dijo mientras caminaban bajo las sombras de los árboles.
—Si. Pero lo que pasó fue que Enza sacó conclusiones equivocadas y yo me alteré y no pude controlarme, comencé a gritar sin control en medio de toda esa gente, ya sabes... a mamá no le gustó para nada.
—Ah, Gia, sabes que no debes hacerle caso a lo que diga Enza, ni a lo que diga nadie y en algunas oportunidades tampoco a lo que diga tu madre.
El padre de Gia sabía que desde sus años de juventud Enza había sido el medio informativo por excelencia de la farándula para todo el pueblo, y por lo que se refería a Martina siempre había hecho más caso al qué dirán que a su propia familia, por lo tanto, en lo personal nunca había dado demasiada importancia a lo que ninguna de las dos tuviera que decir.
—No es eso...
—Y, ¿Qué es entonces?
—Es que mamá tiene razón cuando dice que estoy siempre deprimida, que no atiendo a Marco como debería por mi enfermedad. Sin mi tratamiento mi vida a veces es gris y otras veces me aturde con excesos de colores que me alteran tanto que pierdo el control. Aun así, lo que más deseo en este mundo no termina de llegar.
—El hijo que tanto deseas llegará solo sí debe llegar Gia. Quizá tú tienes una misión especial en tu vida. – dijo Doménico deteniendo sus pasos y mirándola a los ojos.
—Sé a qué te refieres. —afirmó con tristeza.
—Muchas parejas han adoptado y han logrado familias hermosas. Quizá ha llegado el momento de que tú y Marco lo consideren.
—No quiero renunciar todavía. Cada mes pienso que no lo seguiré intentando, que tomare de nuevo las drogas que me mantenían bien... pero pocos días después me arrepiento pensando en que lo voy a intentar sólo por una vez más
—Pero ya han pasado años Gia. Debes pensar en tu marido, para Marco no debe ser fácil vivir con el temor de que tu enfermedad llegue al punto de representar un peligro para tu vida, hasta ahora no ha sucedido hija, pero ese es el temor de todos los que te amamos.
—Lo sé papá, sé cuánto se preocupan todos, sé que soy una verdadera carga.
—¡Vamos Giannina! —dijo Doménico elevando la voz y moviendo exageradamente las manos— Yo no pienso eso, no dije nada parecido... Además, Marco tampoco lo piensa; él te ama, te ama desde que eras una niña, nada hará que eso cambie.
Doménico sabía que parte de lo que decía era cierto, marco amaba a su hija con devoción desde hacía muchos años, pero también era consciente como hombre que tarde o temprano ese amor perdería fuerza por falta de estímulo y que con el tiempo sólo quedaría la rutina y el deber, pero no le importaba, diría lo que fuera con tal de ver a su hija más tranquila.
***

Sofía había pasado muy mala noche, lejos de descansar su mente se vio invadida por pesadillas  que la hicieron despertar angustiada repetidas veces antes del amanecer; en sus sueños estaba de nuevo en la fiesta en la casa del proxeneta ruso, se veía sentada junto a Pavel mientras Marco la miraba  fijamente, de alguna manera esa mirada le transmitía seguridad porque sabía que el sería el vencedor de la subasta cuando le tocara el turno a ella de ser vendida, la preocupación comenzaba cuando se vio siendo entregada a esa mujer tan extraña que la maltrato frente a todos "no... ella no es" gritaba en el sueño "ella no, ella no" insistía mientras veía a Marco inmóvil cuando la arrastraban lejos de él.
Despertó con la boca seca, la sed llegaba a un punto casi desesperante, recordó las palabras de Marco, "dentro de la casa te puedes mover con completa libertad" haciendo caso de aquellas palabras decidió bajar en busca de algo para beber, rápidamente se pasó el vestido por encima de su cabeza, bajó las escaleras con cautela para no hacer ningún ruido que delatara su presencia por la casa logrando llegar hasta la cocina sin que nadie, en especial Marco lo notara. El sol apenas se veía aclarando en el horizonte, la cocina apenas iluminada se veía rustica y antigua, pero con las comodidades modernas entre las que se encontraba una gran nevera en donde Sofía pensó que con seguridad habría algo para beber. En efecto, sin poder decidir que prefería del contenido de la nevera la joven sacó una jarra de agua fría y una lata de Coca—Cola sin tener claro aún cuál de las dos tomaría primero, rápidamente pensó que tenía más necesidad de agua que de soda, colocó ambos sobre la mesa y buscó un vaso ayudada por la poca luz que entraba para poder calmar por fin la sed que le quemaba la garganta, revisó por todos lados encontrando ollas, platos y un sinfín de utensilios antes de encontrarlos.
La sensación del agua en su garganta fue gloriosa, Sofía nunca había sentido la sed producida por una resaca, luego del agua abrió la lata de Coca—Cola llevándosela a los labios, pero justo antes de saborear la bebida se detuvo al escuchar a lo lejos una mágica melodía que llegaba a sus oídos desde un lugar que no podía identificar. La melodía era claramente de un instrumento de cuerda, Sofía poco instruida en la música sospechó que se trataba de un violín; el instrumento era tocado por manos expertas, llenas de ternura y nostalgia que la llevaron a otra dimensión , las notas eran tocadas con una suavidad especial que acariciaban el alma adolorida de la joven como un bálsamo con facultades curativas para el dolor tan profundo que se había instalado en ella desde que llegara a esa casa en Rusia, llegó a pensar que quizá se trataba de duendes o hadas como los de los cuentos infantiles que sintieron su dolor y venían a consolarla.  La música se detuvo devolviéndola a la realidad, la lata roja seguía entre sus manos intacta, su rostro estaba empapado en lágrimas, pero de alguna manera que Sofía no comprendía, se sentía mejor; el sol ya se había asomado y alguien se acercaba.
—Buongiorno... —saludó cortésmente Francesca al entrar en la cocina.
—Hola. —respondió Sofía con timidez dando por sentado que lo anterior había sido un saludo.
Una incomodidad extraña se apoderó de ella, sentía que no correspondía a esa casa, que ocupaba un lugar que no era suyo; pensó en subir de nuevo a su habitación, pero eso también le pareció incorrecto puesto que la mujer que acababa de llegar podría pensar que le molestaba su presencia, se limitó a ver en silencio como Francesca preparaba el desayuno.
El olor a café inundó toda la estancia, Francesca puso frente a ella una taza del aromático café recién hecho, pan fresco, mantequilla, mermelada de distintos frutos, una jarra de leche fresca y un tarro de azúcar.
—La colazione. —dijo Francesca sonriendo mientras señalaba los alimentos y colocaba frente a ella un plato limpio, y cubiertos.
La joven devolvió la sonrisa a la mujer que la estaba atendiendo con tanta amabilidad, aunque no había comprendido lo que le había dicho hasta ese momento en su expresión se podía ver la sinceridad de palabras que no podían ser de ninguna manera ofensivas. La comida despertó su apetito, pero pensó que podría estar cometiendo un abuso al estar siendo servida como si fuera alguien importante en esa casa, "¿y si él se molesta?" "no, no puede ser tan malo si ella lo hace. Ella sabe que se debe hacer y qué no." Pensó tomando un trozo de pan bajo la mirada complacida del ama de llaves.
—Ba bene cosi, devi mangiare, sei tropo dimagrita. (así está bien, debes comer, estas muy delgada)
De nuevo Sofía no comprendió nada, pero el rostro sonrosado de la mujer traslucía dulzura y eso era suficiente para ella que por primera vez en mucho tiempo se dedicó a comer con gusto. Deseó saber el idioma local, quería preguntarle a Francesca acerca de la música que había escuchado al amanecer, estaba segura que ella tendría la respuesta; de pronto Marco irrumpió en la cocina evidentemente alterado, con él también llegó un aroma dulce y masculino que inundó toda la estancia haciendo que en conjunto su estampa y su aroma le hicieran sentir un cosquilleo desconocido en sus entrañas pasando por alto por un segundo el peligro en su mirada, por alguna razón su rostro se veía tenso, casi molesto demostrándolo en su frente contraída y su semblante hosco mientras recorría todo el lugar con la vista, pero todo cambio en un instante apenas vio a Sofía sentada en un rincón de la mesa.
—¡Aquí estas! —suspiró con alivio— te busqué en tu habitación. Pensé que habías...
—¿Escapado? —interrumpió la frase impresionada de su propio valor para hablarle así.
—Si. —confesó más relajado— Buongiorno Chichina.
—Buongiorno ragazzo. —respondió el ama de llaves con picardía completamente al margen de lo que sucedía entre ellos dos.
Marco se sentó al otro extremo de la mesa quedando frente a Sofía, de inmediato Francesca puso frente a él una taza humeante igual a la que le había servido a Sofía y el resto de los utensilios.
—Te levantaste temprano.
—Si. —respondió insegura sin saber si debía continuar allí o retirarse.
Era imperativo descifrar lo que sentía sentada frente a su captor, por un lado, sentía que lo odiaba, odiaba su gallardía, su aplomo y tranquilidad frente a la situación tan inusual en la que ella se encontraban por su culpa, pero más odiaba la admiración que sentía hacia él no solo por los mismos motivos por los que lo odiaba sino porque además no podía seguir negándose que lo admiraba como hombre. Nunca había tenido la oportunidad de compartir tan de cerca con alguien que poseía un atractivo magnético que la obligaba a mirarlo y a detallar con timidez sus facciones y rasgos masculinos. Los ojos de un azul cielo la miraron poniéndola en evidencia.
—¿Lograste descansar? —preguntó obviando el interés de ella.
—No. Estoy aquí desde antes del amanecer. Espero que no te molestes por eso. —concluyó con ironía.
—No. Te dije que podías moverte con libertad dentro de la casa.
—Solo aquí adentro... ¿te asustas de que pueda escapar y denunciarte?
—No. —contestó con naturalidad mirándola duramente a los ojos —No sabes en donde estás, ni mi nombre completo. Y aun sí lo supieras no ganarías nada.
—Te crees el dueño del mundo...
—Del mundo no, sólo de esta casa y de sus alrededores. Con eso me basta. —dijo levantando los hombros con naturalidad.
El rostro de Marco cambió de inmediato a una expresión divertida con sólo ver la estupefacción en la cara de Sofía que no sabía cómo reaccionar a lo que acababa de escuchar. ¿Cómo podía ese hombre ser capaz de ser tan sínico e irónico en una situación tan delicada? todo mientras tomaba su desayuno.
Más tarde encerrado en su propia habitación luego de recomendar a Sofía que descansara un poco más, tomó su teléfono móvil para llamar a su esposa movido por un extraño sentimiento de culpa.
—Pronto. —respondió Giannina.
—Hola bella...
—Amor mío, por fin te acordaste de mí. Te estaba extrañando mucho.
—Lo sé, yo también te extraño.
—¿Cómo va todo?
—Bien, las cosas están más tranquilas por aquí, ya estoy dominando el caso.
—¿Y, es tan difícil?
—La contraparte no está dispuesta a colaborar tan fácilmente.
—Lo bueno es que tú sabes cómo manejar esa clase de situaciones. Nadie es tan bueno como tú para eso.
Durante un segundo se hizo el silencio, un segundo en el que Marcó sintió vergüenza por estar hablando tan sinceramente con su esposa que protegida por su ignorancia sobre la verdadera situación se preocupaba por los esfuerzos de su marido.
—Gracias por confiar en mí. —dijo cerrando los ojos llenos de culpabilidad— sabes que quiero que seas muy feliz.
—Lo soy cuando estoy contigo.
—No te preocupes por nada, apenas tenga más controlada la situación estaré contigo.
—¿Eso quiere decir que vuelves a casa?
—Si, en un par de días más.
Gia esperaba escuchar que el regreso de su marido era inminente, al comprobar lo contrario la tristeza se apoderó de ella dejándola sin palabras.
—Gia... ¿sigue allí?
—Si marco, sigo aquí.
—¿Qué pasó? Te quedaste callada.
—Nada... es que pensé que dirías que vuelves hoy mismo, o mañana a más tardar.
—Amor mío... —suspiró cerrando los ojos y contrayendo la mandíbula fuertemente mientras pasaba una mano por su cabello —Sé que han sido más días de lo habitual.
—Pero no te preocupes por nada Marco. —interrumpió con la voz quebrada— no quiero que estés angustiado por mí.
—Sabes que me siento mal sabiendo que tú no están tranquila Gia, pero estoy trabajando. —mintió— te prometo que voy a intentar terminar con esto lo más pronto posible para ver sí puedo volver pasado mañana.
—¿Tú crees que puedas? O quizá pueda ir Antonio a ocuparse por ti.
Gia recobraba el ánimo en su voz.
—Sí, quizá él pueda. —mintió de nuevo.
—Sabes, tengo que contarte algo que pasó en el mercado...
—¿Qué? Cuéntame.
—No, ahora no porque es largo. Cuando estés aquí te lo cuento. De todas maneras, no es nada importante.
—Todo lo tuyo me importa Gia, lo sabes.
—Sí, lo sé. —dijo sonriendo del otro lado del teléfono— por eso te amo más que a mi vida Marco.
—Yo a ti amor, yo a ti.
El sentimiento que lo llevó a hacer la llamada crecía desmesuradamente con cada palabra que pronunciaba, las mentiras dichas a su esposa enferma eran un cuchillo en su alma que le hacía sentir el peor de los hombres, pero el consuelo llegaba en manos del mismo amor que le profesaba calmando la culpa y alejando sus propios demonios.
—Te tengo que dejar por ahora. Te llamo mañana.
—Está bien amor, voy a estar esperando tu llamada, adiós.
—Adiós.
Marco terminó con la llamada telefónica inundado de un sentimiento mucho más complejo que la culpa, cuando pensó en hablarle a su esposa no contaba con que algo en él había cambiado. Había tenido antes infinidad de relaciones con otras mujeres a pesar del amor que sentía por Gia, pero en esas ocasiones eran poco más que un cuerpo, unas muñecas vacías que le servían de compañía para la diversión de las que no recordaba sus nombres, con ellas podía hacer cosas atrevidas y nuevas que no podía hacer con Giannina por su delicado estado emocional, con ella debía tener delicadeza, calma y un ritual casi idéntico en todas las ocasiones para no exponerla a los altibajos propios de su enfermedad, eso nunca antes lo llevó a creer que su vida era un presidio.
Por primera vez se sintió infiel, en su mente se revelaban imágenes de los últimos días, se vio evaluando sus acciones desde su llegada a Rusia días atrás, el problema era que en todas las imágenes y en cada planteamiento aparecía Sofía de protagonista, recordaba con mayor ahínco la suavidad de su piel, el temblor de su cuerpo cada vez que se le había acercado, pero sobre todo recordaba el momento en el que la hizo explotar de placer, la sensación de sus manos jugando con el sexo de ella que humedecido se contraía fuertemente aprisionando sus dedos dentro de sí, sus gemidos mezclados con sollozos... la respiración de Marco se aceleró junto con los latidos de su corazón, comprendió que la diferencia que buscaba no estaba en él, estaba en que a Sofía la deseaba de una manera diferente que a las demás mujeres, a ella la deseaba no solo en cuerpo la deseaba también del alma, por eso la había comprado, por eso pagó para que fuera sólo suya por  todo el tiempo que le fuera posible.
La necesidad de verla creció en instantes, necesitaba tenerla a su lado, sabía que pronto regresaría a Roma junto a Giannina y quería aprovechar cada segundo que le quedara para disfrutar de ese nuevo sentimiento de posesión que se traducía en libertad.
Sofía dormía en su cama, de las ventanas abiertas entraba una brisa fresca de aroma marino que hacía flotar las ligeras cortinas que colgaban de la pared hasta el piso, por primera vez en mucho tiempo descansaba de verdad sumergida en un sueño placido en donde se veía caminar a la orilla de la playa, en el sueño podía sentir la arena bajo sus pies, la suave espuma blanca que acariciaba su piel y en el fondo la melodía de aquel violín que escuchara al amanecer. De pronto su sueño se complementó con suaves caricias que avanzaban al ritmo de la música, sentía como esas manos delicadas acariciaban su rostro como queriendo grabarse a memoria cada centímetro de sus facciones, luego besos, besos suaves que seguían el rastro de las caricias; poco a poco fue despertando, el sueño desaparecía paulatinamente dando paso a una realidad en la que únicamente quedaban los besos y las caricias que a pesar de seguir siendo dulces ya no eran bien recibidas.
De la relajación previa no quedó nada, en pocos segundos el cuerpo de Sofía se tensó abriendo los ojos conscientes por completo de la presencia de Marco junto a ella. Sabía cuáles eran sus intenciones y tenía claro que al igual que las veces anteriores, no había forma de escapar.
Las manos de Marco sentían con claridad el rechazo de la mujer a su lado ante sus avances, aunque ella no hiciera el menor movimiento para evadirlos, sólo sus lágrimas evidenciaban cómo en realidad enfrentaba la situación. Sin importarle nada más que su deseo Marco desnudo lentamente a Sofía, desabotonó con lentitud el vestido de Francesca que llevaba puesto sin que ella se atreviera a mover ni un musculo, bajo el vestido apareció la piel sedosa y femenina que acarició con deleite como lo había hecho un momento atrás con su rostro, con una suavidad y dulzura a la que Sofía no podía ser del todo inmune. No era solo el hecho de no desearlo lo que inundaba la mente de Sofía, además de odiar con todas sus fuerzas la situación por la que prefería pasar en completa sumisión esperando que todo terminara con rapidez sabiendo que su lucha solo lograría alargar el martirio, en ella también había algo diferente a las veces anteriores que no lograba identificar, para ella todo pasó a ser  como una película, frente a sus ojos sin proponérselo Marco dejó de ser su agresor para convertirse en un hombre tomando posesión del cuerpo de una mujer; de esa forma ya no era el monstruo que la había violado repetida veces, en ese momento era un hombre cuidadoso y dulce que disfrutaba los momentos previos al  acto del el amor, su rostro masculino, sus brazos fuertes... todo en perfecta armonía con las caricias y los besos que depositaba en su piel. Pero en un rápido sacudón de su consciencia Sofía volvió a su verdad ese hombre no era más que Marco Motta y pretendía violarla de nuevo. Con una furia nacida en lo más profundo de su ser Sofía reaccionó tratando de evadir ese contacto, sacó sus piernas rápidamente de la cama tratando de escapar, pero Marco fue más rápido deteniéndola en un fuerte brazo impidiendo que lograra ponerse de pie.
—¡Suéltame! —gruño Sofía al sentirse retenida por la espalda.
—No vas a escapar de mí...
—¡No quiero que me toques!
—Mentira. Lo estabas disfrutando tanto como yo.
—No...
El orgullo de Sofía era lo que más le dolía, no se perdonaría nunca haber sentido placer en manos de ese hombre, menos aún se perdonaría haber sido tan obvia como para que él lo notara.
—Déjate llevar.
Los brazos de Marco la retenían fuertemente, desde su espalda pegada al pecho masculino mientras sus manos acariciaban la piel que tenían a su alcance infundiendo sí cabía, un poco de ternura. La suavidad de la voz masculina en su oído junto con el escalofrío que sintió en ese momento logró relajarla lo suficiente para dejarse llevar hasta recostarse de nuevo sobre las sabanas, estaba tan necesitada de ternura, de calor humano... Marco se deshizo de su ropa con la misma suavidad que hizo con la de ella mientras Sofía enfocaba su mirada en un punto fijo del techo evadiendo su realidad, para cuando todo terminó ella tenía la fuerte convicción de que había secado todas sus lágrimas de tanto llorar.

Delitos del almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora