Capítulo 23

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La tarde era fresca en Amalfi, el silencio y el aburrimiento aturdían a Sofía que no había podido estarse quieta durante su confinamiento hasta que decidió tirarse en la cama, quizá si lograba dormir un poco el tiempo pasaría más rápido. Fue imposible dormir, mirando el techo comenzaron a llegar a ella recuerdos de sus días de universidad, aquellos que ella recordaba como los más felices de su vida. Recordó con nostalgia algunos de sus profesores, a sus compañeras de estudio y al único hombre que se graduó en su promoción, una leve sonrisa apareció en sus labios al recordar como todas le hacían bromas a ese chico por su dudosa sexualidad a las que el joven respondía ofreciendo una demostración personalizada de su heterosexualidad. A su mete volvió la voz de su profesora, la generala (como la llamaban las alumnas) regañándola por su nerviosismo cuando le toco administrar su primera intravenosa.
- ¡Sofía! – gritó la mujer entrada en años con es poderosa voz a la que todas sus alumnas le temían – ¡temblando como una hoja no vas a ayudar a nadie!
- Pero es que...
- ¡Pero es que nada! – rugió haciendo avergonzar a la joven frente al voluntario que a se comenzaba a arrepentir de haberse prestado para las estudiantes - ¿Qué crees que va a sentir un enfermo que espera por su medicina si la persona que se supone que se la va a administrar, no lo sabe hacer?
- Se puede asustar. – respondió Sofía apenada
- Y entonces además de enfermo va a estar espantado. – concluyó mirándola con dureza.
Sofía sentía que el piso desaparecía debajo de sus pies.
- Respira profundo, concéntrate y hazlo bien.
Aquellos recuerdos llegaban a su mente cargados de una infinita nostalgia, de pronto se habían vuelto atemporales pudiendo haber sucedido el día anterior o hacia muchas décadas volviéndolo irreales, cerró los ojos sumergida en las anotaciones de sus cuadernos, en el olor a alcohol y en la voz autoritaria de su vieja profesora que siempre les regalaba bananas para el cansancio durante sus prácticas "tienen mucho potasio, eso ayuda para combatir el cansancio"

- El caso está muy claro Antonio, es mucho lo que está en juego, pero creo que podemos sacar muy buenos beneficios para la cliente.
- Entonces hay que llamarla para decirle que si vamos a tomar su caso. Ella quería hablar contigo, conocerte. Llámala y hablas tú con ella.
- La llamaré apenas regrese a Roma.
- ¿Y por qué no la llamas ahora?
- Tienes razón. Mejor salir de esto ahora mismo.
- Ten mi teléfono. Ella está esperando mi llamada, así contestará más rápido.
Marco hizo gala de todo su profesionalismo, se presentó con la mujer que había contestado el teléfono, manejó la conversación con firmeza desde el principio haciéndole preguntas puntuales sobre el caso y lo que ella esperaba de ellos como abogados. La conversación se extendió más de lo que había esperado, con lápiz y papel en la mano Marco hacia anotaciones mientras seguía haciendo preguntas y contestando las de ella.  Antonio capcioso vio en la concentración de su amigo una oportunidad de escaparse, la curiosidad lo empujaba saber quién y cómo era la mujer que se escondía en alguna parte de la casa. Hizo gestos para indicarle a Marco que debía ir al baño, a los que prácticamente no le hizo caso sumergido en la conversación telefónica, solo se limitó a asentir con la cabeza mientras su amigo salía del estudio.
Antonio estaba seguro de que la mujer seguía en la casa, no en la planta de abajo, de ser así ya la hubiera visto, así que sin perder más tiempo fue escaleras arriba con la intención de descubrir el paradero de la tan temida amenaza que ella significaba. Cada paso era dado con sigilo, temía que si ella se percataba de su presencia escaparía dejándolo de nuevo con la duda y eso no lo podría permitir. Corrió con suerte, la primera habitación a su izquierda se veía entreabierta, adentro solo se podía ver la parte baja de unas piernas descansando sobre la cama, sin dudas era ella, lentamente, tratando en lo posible de minimizar el chirrido de la puerta pudo verla de cuerpo entero. No recordaba para nada la mujer que dormía plácidamente sobre la cama, la noche de la subasta estaba intoxicado y alcoholizado al punto que no recordaba si quiera a la mujer por la que pagó ese día, al verla más de cerca se extrañó de no que a pesar de su estado no pudiera recordar una belleza tan serena como esa, la piel ligeramente dorada, sus formas tentadoras... comprendió porque Marco se negaba deshacerse de ella. Pero la comprensión pasó a ser curiosidad obligándolo a cercarse a ella estudiando cada centímetro de mujer que tenía frente a él, pero Sofía no dormía, sintió la presencia de alguien muy cerca de ella y abrió los ojos en guardia preparada para lo que fuera que quisiera el extraño.
- ¿Quién es usted? -preguntó inquieta mientras se levantaba rápidamente de la cama.
- Tranquila, no te asustes.
- ¿Dónde está el señor?
- El señor... Esta abajo, todo está bien.
El tono de voz de Antonio era suave pero no lograba ganar la confianza de Sofia, trataba de no asustarla a sabiendas de que su tiempo en aquella habitación podría ser muy corto y quería sacar toda la información posible a la desconocida.
- ¿Qué quiere?
Lo que quiso el abogado en ese momento sería imposible, ver semejante beldad ante él, así de asustada, con sus brazos cruzados frente a su pecho que sin querer empujaban sus senos más altos haciéndolos más provocadores hacía imposible no desearla, pero debía concentrarse y tratar de sacar información.
- ¿No me recuerdas? En Rusia...
La sola mención de esos días hacía que Sofia sintiera nauseas, eso fue más que evidente para Antonio que vio como las finas facciones de ella se descompusieron frente a él.
- No sé de qué habla.
- Vamos linda, yo estuve allí ese día, no tiene caso que lo niegues.
- Salga de aquí. El señor dijo que no debía hablar con nadie el día de hoy.
- Dudo mucho que dijera eso. Quizá no debías siquiera verme, ¿sabes por qué? -Sofia no dijo nada esperando a que el mismo se explicara- porque yo conozco tus intenciones.
- ¿Mis intenciones?
- Claro linda. -mintió- ¿no me recuerdas?
- No.
- Yo estaba allí. Lo sé todo, se cómo te forzaron a venderte en una fiesta de millonarios como un vulgar pedazo de carne.
Sofia trató de buscar en su memoria el rostro del hombre frente a ella, pero la confusión, el miedo que sentía y el bullicio borró por completo casi todos los recuerdos cuerdos de esa noche.
- ¡Basta!
- Puedo sacarte de aquí...
- No. -escapó de su boca sin pensar.
- ¿Entonces? -camino un paso hacia ella haciéndola sentir invadida- ¿Qué quieres hacer? Ya sé, ¡denunciarlos a todos! Salir corriendo por tus propios medios a decirles a todos lo que te han hecho... ¿cierto?
- No lo sé... -respondió casi entrando en pánico, no le gustaba la mirada de ese hombre ni menos la manera en la que la presionaba.
- Desiste de eso muchacha, antes de que puedas llegar hasta las autoridades ya estarías muerta.
Sofia abrió los ojos como platos, ese extraño la estaba amenazado de muerte si ella hacia algo por denunciar lo que le había ocurrido en manos de los rusos.
- ¡Salga de aquí!
- Vine a ponerte en claro que Marco no está solo en esto, que tengas cuidado con tus intenciones porque tengo mis ojos puestos en ti y en lo que hagas, entiende que las prostitutas como tú no son nada, no valen nada.
- Antonio. -llamó Marco desde la puerta con una frialdad que asustó a Sofia- sal de aquí.
- ¡Tengo que advertirle a esta mujer que no se le ocurra jugarnos sucio!
- ¡Que salgas ahora mismo! -dijo alcanzando a su amigo para sacarlo a empujones de la habitación de Sofia que quedo sola llena de incertidumbre.
Ambos hombres bajaron por la escalera a paso rápido, Marco lo empujaba furioso hasta es estudio de donde había salido pocos minutos atrás.
- ¿Se puede saber qué demonios estabas haciendo arriba?
- ¿No sabes? Alguien debe advertirle a esa -dijo señalando había arriba de manera despectiva- que no debe ocurrírsele abrir la boca, Marco, no sabes el riesgo que ella representa, debiste tenerla unos días y devolverla a Pavel.
- ¿Por qué tienes tanto miedo? Pavel me la dejó, me la dio luego del pago, eso quiere decir que está confiado, Antonio si él sabe que yo voy a cuidar de que ella no sea una amenaza entonces tú también deberás estar tranquilo. Déjame hacer lo que yo crea conveniente, y mientras tanto te prohíbo que te acerques a ella de nuevo.
- Parece que te importara. -escupió.
- Eso no es asunto tuyo. Ya hablé con la cliente, todo está bajo control, así que te puedes ir.
- ¿Me estas botando de tu casa?
- No, te estoy pidiendo que vayas para poder aplacar los temores que hiciste desatar y evitar que de verdad tus acciones sean las que nos pongan en riesgo.
No hubo más palabras, Antonio llamó a gritos a su chofer para retirarse en apenas segundos, no habían salido de la propiedad cuando Marco ya estaba en la puerta de la habitación de Sofia para encontrarla de pie en la ventana mirando hacia el horizonte.
- ¿Quién era ese hombre? -preguntó la joven.
- Nadie.
- Para ser nadie fue muy hiriente.
- Olvídalo. Eso no se va a repetir.
- Él tiene razón.
- ¿En qué? -preguntó acercándose a ella.
- En que soy una prostituta, no importa si de un solo cliente, de esa que cualquiera puede amenazar de muerte.
- Sofia... no te preocupes por eso, no lo pienses siquiera.
- Llegó a hasta aquí sin que nadie se lo impidiera.
- Pero no va a suceder. Yo no lo voy a permitir, no va a volver.
- Quiero volver a mi casa.
- Volverás. -dijo con extrema seriedad- pero lo harás en su momento.
- Y, ¿Cuál será el momento?
- No preguntes más. Lo sabrás cuando llegue.
- Nunca.
- Si tú quieres pensar eso, entonces hazlo. Te torturas tu misma.
- Me está engañando, lo sé.
- Te prometo que volverás a tu hogar. Confía en mí.
Sofia decidió confiar, debía esperar a que la única persona que podía liberarla lo hiciera en el menor tiempo posible, pero ¿soportaría sus avances? La respuesta llegó en unos segundos cuando Marco comenzó a besarla, al principio igual que las otras veces su primera reacción fue rechazarlo, pero los besos fueron más dulces, fuertes, imponentes, pero cargados de una dulzura que poco a poco fueron suavizando la resistencia de la joven que se vio envolver sus brazos alrededor del violinista que la consoló anteriormente con su música.

Delitos del almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora