Epílogo

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La vista que ofrecía la terraza de su apartamento hacia la noche de la gran ciudad la había cautivado desde la primera que vez que la vio muchos años atrás prometiéndose a sí mismo que si algún día debía dejar su país sería allí en Nueva York más concretamente en Manhattan  donde mudaría su destino, desde el alto edificio en que había fijado su residencia podía perderse mirando de luz en luz la incandescencia del enjambre de edificios que se erguían frente a sus ojos,  había representado un gran reto pata el dejar su país, su profesión y su muy reconocida fama como uno de los mejores abogados de la región, pero empezar de nuevo se hizo imperativo en su vida, más que todo para que su consciencia lo dejara vivir en paz. El dinero había hecho todo mas fácil, tenia ahorros para no trabajar nunca más, pero había tomado la decisión de estudiar de nuevo matriculándose en una de las mejores universidades del país y permitirse la aventura de aprender las leyes en esa parte del mundo reforzando su vocación por la abogacía.
Un escoces en la mano derecha, un anillo de matrimonio en la mano izquierda... la vida le había cambiado tanto que ya casi no se reconocía, ¿Cómo podía girar el destino tan de improviso? ¿Cómo era que había terminado del otro lado del mundo con una esposa? No estaba arrepentido, a pesar de lo burlesco que se había comportado el destino con ellos estaba agradecido por los cinco mejores años de su vida, enamorarse fue todo un reto, enamorarla un desafío, pero después de muchas peleas, lágrimas y pasión desenfrenada parecían haberlo logrado.
Antonio retiró el anillo de su dedo, era una costumbre que se había instaurado en su mente cada vez que necesitaba anclarse en su realidad, le gustaba leer el nombre que estaba grabado en su interior, lo leía como recordatorio de su presente, como una barrera invisible que lo alejaba de un escabroso y confuso pasado. Alba... cuatro letras que según había leído significaban el amanecer, para el significaba una nueva vida, o como la veían sus ojos, una luz blanca y refulgente que le había dado un motivo para comenzar desde cero dejando atrás todo aquello que como una droga lo había hundido en el fango del delito y el pecado.
- Te estaba buscando. -dijo una voz femenina a sus espaldas.
Antonio sonrió antes de contestar, esa voz se había convertido en la cura para todas sus culpas.
- Sabes que no me voy a ningún lado si ti. ¿todavía temes que te deje sola?
- No. -respondió la mujer abrazándolo por su espalda- los miedos ya no están... tu los hiciste desaparecer. ¿Qué haces con tu anillo? Póntelo o lo dejaras caer y si no te has dado cuenta estamos demasiado alto para poder fijarnos en donde puede caer.
Antonio se dio la vuelta, encajó su anillo en su dedo anular a la vista de su esposa deleitándose con la mirada llena de satisfacción de ella. Amaba vela feliz.
- ¿Complacida?
- Si.
El abrazo no se hizo esperar, Antonio besó el cabello de su mujer aspirando el aroma suave que ella exudaba.
- ¿Estas bien? -preguntó Antonio suavemente.
- Cada año que pasa lo llevo mejor.
- Te admiro por ser tan fuerte. La verdad no pensé que te recuperarías.
- Mentiroso. Si no lo hubieras creído me habrías dejado en aquel sitio.
- Sabes que no lo iba a hacer... yo sabía que estabas viva.
- Lamento no recordar casi nada.
- Es mejor así, confórmate con saber que la vida te dio otra oportunidad cuando ya estabas casi muerta. Recuerdo cuanto pedí que te salvaras.
- Ya es hora de que me digas que fue lo que sucedió esa noche. ¿No lo crees?
Antonio estaba en la obligación de contarlo todo, no omitiría detalles puesto que le había prometido que lo haría ese día en que se cumplían cinco años de su nuevo nacimiento.
- Vamos adentro, Sofia. Mi Sofia. Mi Alba.
El tomó su mano dirigiendo gasta llegar a la estancia que servía como recibidor, el centro de un cálido y lujoso apartamento decorado con paredes blancas y mullidos muebles de cuero color marfil.
- Es más fácil si me preguntas lo que no tienes claro.
Sofia pensó unos segundos antes de elaborar su primera pregunta.
- ¿Él sabía que yo está viva? -preguntó obligando a cada palabra a salir de su boca.
Antonio escuchó la pregunta mientras rellenaba su vaso con hielo y escoces que se encontraban en una mesa bar en la esquina del salón, sabía que sería una conversación muy difícil y necesitaba del licor para mantener su valentía.
- Creo que no. Cuando tomó a la bebé de tus brazos tú te desmayaste, pero estabas tan pálida, casi no se te veía respirar. Pienso que creyó que habías muerto o que nadie podría salvarte de morir por el estado tan grave en el que estabas.
Sofia trataba de hacerse una imagen de la situación, le dolía el alma nada mas de pensar en ella misma casi muerta tirada sobre la tierra... lo que más le dolía era no recordar la carita de su hija, solo tenia borrosos recuerdos de un bebé muy pálido que gimoteaba en sus brazos.
- ¿Como estás tan seguro de que no abandonó a mi hija? -preguntó reprimiendo el temor y el dolor que le causaba la duda.
- Su mujer había perdido el hijo que estaban esperando, ella apenas tenía un par de semanas menos de embarazo que tú. Yo mismo vi como ella había creído que esa era su propia hija, te he explicado que ella padece de una enfermedad que para esos días estaba bastante descontrolada haciendo que no distinguiera entre la realidad y sus alucinaciones. Marco tiene mucho poder, conoce mucha gente, y si no, se las ingenia para sobornar a quien sea, hizo que mantuvieran sedada a Giannina hasta que el llegara con la pequeña, inventó historias para la familia que justificaran su ausencia las horas que le llevó llegar hasta donde estábamos. Se que esto es muy doloroso, pero te aseguro que la pequeña está bien, está con su padre y es muy amada.
Las lágrimas caían sin control por el rostro de Sofia, saber que de verdad su hija estaba en buenas manos la hacían sentir algo reconfortada. Pero el dolor y la frustración seguían siendo más grandes, ¿Por qué tenía que ser de esa manera?
- ¿Qué sucedió después de que se fue? -quiso sabe luego de unos segundos.
- Mientras Marco estaba de espaldas a ti pensando quizá que habías muerto pude ver que movías los dedos de tus manos, en ese momento pensé que una vez que la bebé estaba segura con su padre debía ocuparme de ti, tenía que dejarlo ir para que pensara que habías muerto y así levarte lo mas lejos posible, Sofia estabas viva y tenía que salvarte, tenía que salvarnos. Te levanté en brazos de nuevo y te llevé con gente de mi confianza. Pasaste días inconsciente, hubo momentos en que pensé que no resistirías... durante esos momentos te pedía que te quedaras para poder darte todo lo que la vida te había negado y que yo en mi egoísmo no te ayudé a recuperar. Durante ese tiempo me aseguré de llevar mi vida lo más normal posible asegurándome de que Marco creyera que me había ocupado yo mismo de enterrar tu cuerpo, y de que todo iba bien con la bebé.
- ¿Mi nuevo nombre?
- Eso fue lo más fácil, con dinero compras nombres, fechas y hasta vidas.
- ¿Nadie sospecho nada de tu partida?
- No, quizá no lo recuerdes, pero pasaron meses antes de nuestra partida. Tuve tiempo de sobra para conocer a Alba, enamorarme y casarme con ella en una pequeña ceremonia privada. Anuncié mi decisión de mudarme aquí solo unos días antes de nuestra partida.
- ¿Nunca te preguntó por mí? -Sofia no quitaba los ojos de encima de su esposo, lo siguió por la habitación hasta verlo sentarse a su lado con esa familiaridad que ya era costumbre en ellos, Antonio tomó sus muñecas suavemente invitándola a deshacer el férreo abrazo son el que se auto envolvía.
- Si lo hizo. Pero le dije que habías muerto, que yo mismo me había encargado de tu cuerpo y que por eso no hizo falta que los hombres que había mandado se hicieran cargo de nada.
- Perdóname. 
- ¿Por qué? No me has hecho nada. -aseguró atrayéndola hacia su pecho.
- Muchas veces pensé que eras igual que él. Me sentí tan vulnerable cuando me trajiste aquí.  Pero ya paso y ahora quiero vivir contigo como un matrimonio de verdad.
- Lo sé, pero no podía dejarte por tu cuenta. Estoy seguro de que hice lo correcto para ti y para mí también, me sentía tan culpable por no haberte ayudado cuando me lo pediste...
- Pero ahora llegó la hora de que cumplas con tu palabra.
- Se que te lo prometí.
- Y vas a cumplir... ¿verdad?
- Si.
- ¿Entonces vamos a volver? ¿veré ver a mi hija?
- Lo harás.


*** Gracias por haber llegado hasta aquí. Espero que les haya gustado y esperen muy pronto la continuación de esta maravillosa historia***

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