Capítulo 13

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El atardecer era digno de ser disfrutado en Alatri en la provincia de Frosinone. Desde la terraza de la casa de los padres de Gia la vista era más que relajante, los rayos del sol de la tarde filtrándose traviesos entre los árboles cargados de vario pintos frutos, flores de colores brillantes, el canto de los pájaros que despedían el día... todo parecía propicio para mejorar el ánimo de Giannina que dedicaba cada momento a contar los días que faltaban para el regreso de su amado esposo.
—Gia, ¿hablaste con Marco? —preguntó Martina la madre de Gia interrumpiendo sus pensamientos románticos con Marco.
—Si mamá, ayer en la mañana hablé con él.
—Desde ayer que no le llamas...
Gia percibió con claridad el tono irónico en la voz de su madre, la observo detallándola y como siempre sintió una punzada de autocompasión, ¿Por qué no había heredado la belleza de su madre? Ella tenía esa apariencia refinada que la hacía parecer inmune al tiempo, su cabello rubio siempre brillaba y su piel se negaba a ceder a las típicas líneas de expresión que las mujeres a su edad debían tener en sus ojos comenzó de nuevo con su comentario luego de un sorbo a la taza de té que habitualmente tomaba en la terraza.
—Bueno. Él se va y te deja aquí, así... tan delicada de salud como te encuentras.
—Marco trabaja mucho, mamá.
—Bueno eso es evidente. Pero no es motivo para desatenderte de esa manera, y lo peor es que tú haces lo mismo. Deberías llamarlo más, estar atenta a sus necesidades, hija es un hombre joven y apuesto.
—Tú no sabes nada de sus necesidades. – susurro Giannina molesta.
—¿Cómo dices?
—¡Que tú no sabes nada de las necesidades de mi esposo!
—Solo sé que es un hombre y que los hombres necesitan a su lado a mujeres que los atiendan, que los hagan sentir como hombres... sólo lo digo por tu bien hija.
Gia amaba a su madre, pero no tenía la resistencia necesaria para soportar sus críticas y comentarios, siempre había sido así, con ella, con su padre, con todos a su alrededor, era una mujer frívola y soberbia que creía que tenía derecho de exigir una perfección conveniente en todo lo que había a su alrededor.
—¡Basta! —dijo Giannina ahogada en un sollozo— ¿acaso no ves el daño que me haces?
—Oh, Gia... —se lamentó sentándose al lado de su hija— no te digo estas cosas por mala intención...
—Pero me recuerdas una y otra vez que no soy buena mujer para Marco.
—Yo solamente te aconsejo... si no te lo digo yo que soy tu madre ¿entonces quién te lo dirá? Gia, hija debes salir de ese estado en el que te encuentras, te la pasas deprimida o de lo contrario pareces huracán haciendo mil cosas a la vez menos lo que de verdad debes hacer.
—Sabes que no es voluntario. —dijo en su defensa— esto es una enfermedad.
—Sí, claro hija.
La mirada de Martina hacia su hija era de compasión, no de comprensión como ella deseaba que su madre la viera, Gia sabía que nunca llegó a comprenderla del todo y que nunca lo haría, en el mundo de su madre todo debía ser perfecto y ella estaba muy lejos de serlo por mucho que se esforzara durante su vida. Primero fue de niña cuando debía ser lo más parecido a una muñeca de porcelana, siempre bien vestida, siempre limpia y bien educada a pesar de tener que renunciar a jugar con los amigos o a subirse a los árboles como tanto le gustaba. En su adolescencia debía ser la mejor del grupo en su escuela, luego la mejor profesional estudiando lo que fuera para complacer a su madre. Luego por fin se casó con el hombre de sus sueños, pero ni aun así pudo librarse de la mirada calificadora de su progenitora en cuanto su desempeño como ama de casa y esposa.
—Quizá sea cierto lo que dicen los doctores, quizá debas tomar de nuevo las pastillas. Estabas mejor antes.
—Para eso debo abandonar la idea de ser madre. —Agregó con tristeza.
—Eso sería muy malo, nunca sabrías lo es dar vida a un hijo. Pobre de Marco.
Gia sentía cada palabra de su madre como un puñal en su pecho, sabía que ella no quería hacerle daño, pero eso no lo hacía menos doloroso, las lágrimas brotaron de nuevo, silenciosas, punzantes.
—No amor mío, no llores.... dijo esta vez con autentico cariño hacia su hija.
—Es que me dices cosas tan duras...
—Giannina, sabes que te amo como a nadie en este mundo, solo quiero ayudarte a hacer que tu vida mejore.
—Si quieres que mejore entonces no me hagas ese tipo de comentarios. Sabes que me afectan.
—Está bien, es mi pecado querer ayudar a mi hija... —se quejó en un tono casi infantil.
La actitud de víctima de Martina logró lo que buscaba, Giannina puso los sentimientos heridos de su madre sobre los suyos suplantando la tristeza por la culpa.
—No te pongas así... —consoló Gia a su madre tomándola de las manos— Yo sé que todo lo que me dices es por mi bien, es solo que... Ya sabes, estoy muy sensible y malinterpreto todo.
—Está bien Gia. —dijo relajando su semblante— Dejémonos de discutir y disfrutemos estos días juntas.
Tres días habían pasado desde que Giannina hablara con su esposo, cinco desde que saliera a ese viaje de negocios y la dejara al cuidado de su madre, a pesar de la discusión con ella, el cambio de aire le había sentado bastante bien, Hablar con otras personas, recibir las visitas de allegados y familiares que querían saludarla habían resultado casi medicinal disminuyendo la intensidad de la depresión que había padecido las últimas semanas, su apetito había mejorado considerablemente y las ojeras alrededor de sus ojos eran mucho menos visibles. Era solo la preocupación por Marco lo que le atormentaba "por qué no me llama, ¿será que debo llamarlo yo? ¿Tendrá razón mi madre al decir que no lo atiendo cómo debería?" Estas preguntas la hacían tomar una y otra vez el teléfono para marcarle al teléfono móvil de su esposo arrepintiéndose por la posibilidad de parecer una esposa desconfiada, una más de las inseguridades causadas por su enfermedad.
—Señora Gia... —dijo Rosa irrumpiendo de pronto en su habitación— Dice su madre que baje a desayunar con ella, su padre ya se fue y usted sabe que a la señora Martina no le gusta desayunar sola, yo creo que lo dejó ir pensando en que usted bajaría para acompañarla, pero como no ha bajado me pidió que viniera a avisarle y yo...
—Ya lo sé Rosa, ya voy, dile que en un minuto la acompaño.
—Yo se lo digo. —Agregó para continuar hablando y gesticulando con las manos— pero tenga en cuenta que ella no es muy paciente así que yo le recomiendo que no tarde mu...
—Está bien Rosa. —dijo con impaciencia por la interminable insistencia de su dama de compañías.
—¡Ah! —dijo comenzando a hablar de nuevo bajo la mirada casi desesperada de su señora— Su madre también le mandó a recordar que llame al señor Marco...
—Lo haré... ahora ve para abajo y dile a mi madre que en un minuto estoy con ella.
—Está bien... bajo de inmediato y se lo digo.
Rosa se retiró rápidamente de su vista, sólo quedó el eco de sus rápidos pasos escaleras abajo en donde con seguridad daría el recado a la madre de Gia magnificado y extendido por más de mil palabras, "de todas las acompañantes del mundo Marco tuvo que contratar a la más parlanchina" pensó Giannina. De nuevo sus pensamientos volvieron a Marco, recordó con nostalgia los días en que se sentía segura de acercarse a él, cuando su autoestima más elevada la hacía sentir deseable, nada comparado con lo que estaba pasando entre ellos en ese momento en que ya se contaban meses en los que sólo tenían sexo algunas veces al mes con la única intención de logar el embarazo que tanto deseaba y en los días que se suponía que era fértil. Sintió culpa, culpa por el fracaso en el que su matrimonio se hundiría irremediablemente por su enfermedad.  "Marco tiene razón" pensó "debo tomar la medicación" por primera vez tomó en consideración la posibilidad de retomar el tratamiento para su enfermedad, sintiéndose más valiente por esa actitud decidió llamar por fin a su esposo.
—Pronto. –dijo respondiendo al estilo italiano.
—Marco...
—¡Gia amore!
—¿Cómo estás?
—Bien, qué bueno que me llamas.
—Te extrañaba, estaba preocupándome. ¿Por qué no he sabido nada de ti en estos días?
—Mucho trabajo amor mío. —mintió Marco luego de suspirar profundamente— Aquí las cosas son más complicadas de lo que pensé.
—Parece que te olvidaste de mí.
—Jamás, eres la luz de mis ojos Giannina, nunca lo olvides.
Esas simples palabras le devolvieron la sonrisa al rostro de la esposa.
—Entonces es muy difícil el caso...
—Difícil, pero no imposible. Hasta ahora ha sido un poco rudo trabajar con la contra parte, pero confío que puedo dominarlo en poco tiempo. Lo malo es que tendré que viajar varias veces hasta que se solucione.
—Entonces ¿volverás a viajar pronto?
—Me temo que sí. Pero cuéntame, ¿Cómo lo estás pasando en casa de tus padres?
—Muy bien, a papá casi no lo he visto, se la pasa en los campos, ¡sabes que es sus pasatiempos favoritos!
—Como olvidarlo.
—¿Cuándo vienes a buscarme? Ya me quiero ir a casa...
—Tranquila, Roma seguirá allí cuando volvamos.
Giannina escuchaba la risa de su marido al otro lado del teléfono, imaginó su boca, su expresión risueña, escuchó con más atención ese sonido cantarín de la risa de su amado que le devolvía las ganas de vivir, lo extrañó con todas sus fuerzas y deseó tenerlo a su lado para besarlo como hacía mucho tiempo no lo hacía.
—Te amo Marco. —dijo en un suspiro mientras sonreía.
—Yo te amo, eres mi más grande tesoro. Escucha, tengo que irme.
—Yo también, tengo que dejarte. Mamá me espera para desayunar.
—Espero que estés comiendo bien... —dijo con tono de advertencia.
—¡Sí! Ya hasta me veo más repuesta...
—Eso espero. Te amo bella, te llamo apenas tenga un momento desocupado.
—Está bien amor, te estaré esperando. Adiós.
—Adiós.
Marco terminó la conversación telefónica con su esposa justo en el momento que Francesca se acercaba con la bandeja que él había ordenado un momento atrás, guardó su teléfono móvil en el bolsillo trasero de su jean dedicando su atención a evaluar el contenido, frutas, café y un sándwich, pensó que parecían ser suficientes.
—Gracias Chichina. —dijo refiriéndose a su ama de llaves por su sobrenombre mientras se alejaba con la bandeja en las manos escaleras arriba.
Sin tocar abrió la puerta de la habitación donde había dejado a Sofía, la joven esperaba despierta sentada sobre la cama con las piernas pegadas al pecho y los brazos rodeando sus rodillas, sus ojos hinchados eran muestra de las muchas horas que había pasado llorando. Marco dejó la bandeja sobre el mismo tocador que sirvió de potro de torturas para ella la noche anterior, Sofía lo fulminó con la mirada mientas lo veía sentarse a sus anchas en una silla que rodó desde una esquina de la habitación hasta quedar frente a su cama.
—Comprendo que en este momento te sientas mal. Las cosas no tienen por qué ser siempre de la manera en que fueron anoche, debes saber que no me gusta que me reten ni que me desobedezcan, estas en mi casa y harás las cosas como yo te diga.
—Quiero irme de aquí. —susurró temerosa.
—Te irás en un tiempo, pagué mucho dinero por ti y pienso disfrutar de mi inversión.
—Por favor... —insistió— tiene que escucharme, yo no soy prostituta, yo soy una mujer decente...
—Yo sé que no eres prostituta, por eso pujé por ti.
La respuesta de Marco confundió más a Sofía, sí sabía que no es una prostituta... entonces, ¿por qué la llevó de esa manera a su casa para violarla?
—No entiendo... —se lamentó.
—No importa, sólo debes saber que mientras te portes bien en esta casa serás tratada con respeto, no dejaré que te falte nada, lo que necesites pídelo y yo haré que lo tengas.
Sofía sentía rabia, nunca la habían hecho sentir tan poca cosa, nunca se había sentido tan sucia.
—Quiero bañarme...
—Está bien. Necesitaras ropa, le diré a Francesca que te traiga algo con lo que puedas vestirte por hoy, luego mandaré a traer ropa para ti —aseguró manteniendo la mirada pacífica sobre el rostro de Sofía.
Sin esperar respuesta, Marco se puso de pie, a lo que Sofía reaccionó encogiéndose más en la cama, gesto que no pasó desapercibido por él.
—No es necesario que te asustes, no voy a acercarme. Por lo menos no ahora. Te dejo algo para que comas, cuando estés lista quiero que bajes.
Sofía no se negó ni acepto las palabras de Marco, en realidad no tuvo tiempo, cuando se disponía a protestar por el trato que él le había dado simplemente se fue dejándola sola con sus pensamientos.
Los minutos pasaban y Sofía seguía en la cama, con su actitud quería retar al hombre que pretendía tratarla como un objeto de su propiedad que pudo simplemente comprar para hacer con ella lo que quisiera, pero el recuerdo de  los días pasados en los que sintió tanta hambre la obligaban a fijar su atención en la bandeja a pocos metros de ella, estiró sus piernas unos centímetros a la vez que estiraba también  el cuello en un intento de ver con más claridad los alimentos que su captor había llevado para ella. Las futas se veían jugosas y tentadoras, la taza todavía humeaba; su boca se hizo agua obligándola a poner un pie desnudo sobre el piso, luego el otro; una vez sentada en la orilla de la cama envolvió su cuerpo con las sabanas para cubrir su desnudez, cuando casi estaba de pie tocaron la puerta suavemente frustrando su intento de acercarse a la bandeja, volvió a la cama cubriendo sus piernas rápidamente como si hubiera estado a punto de cometer un delito; su corazón latió con fuerza nada mas de pensar que podría ser de nuevo aquel hombre.
—Permiso... —dijo Francesca asomando la cabeza por la puerta– ¿puedo pasar?
Sofía no respondió, no comprendió con claridad lo que la mujer le había dicho así que se limitó a ver como se movía con confianza dentro de la habitación; comparó la situación con los días en que estuvo bajo el cuidado de Berta, se preguntó si debía esperar algún tipo de maltrato semejante de parte de esa mujer. Para sorpresa de Sofía Francesca no tuvo ningún gesto agresivo ni prepotente, se limitó en poner ropa limpia sobre la cama y a verificar que no faltaran toallas ni artículos de baño que la visitante podría necesitar, al pasar cerca de la peinadora se fijó en la bandeja aun intacta, negó con la cabeza y dijo unas palabras que a los oídos de Sofía llegaron como un leve regaño
—No ha comido nada... —dijo juntando sus manos y balanceándolas hacia arriba y hacia abajo en un gesto muy mediterráneo que la joven ya había visto en su propia tierra —por eso esta tan flaca...
Luego de eso Francesca se retiró con una mirada furtiva hacia la joven dejándola de nuevo sola. Sofía sintió alivio de haber recibido malos tratos de parte de la mujer; repitió los movimientos anteriores esta vez logrando ponerse de pie por completo, en pocos pasos estaba frente a la peinadora saboreando el único bocado de fruta que su estado de ánimo le permitió comer. Un poco más tarde dedicó su atención a la necesidad urgente de lavar su cuerpo, entró en la sala de baño agradecida de ver que estaba limpio y a pesar de ser muy sencillo tenía lo necesario.
El agua corría por su cuerpo arrastrando la espuma que resultaba en su piel de tanto frotarse la pastilla de jabón, una, otra y otra vez frotaba su cuerpo con la esperanza de borrar todo rastro de la violación que había sufrido la noche anterior, se sentía sucia, agotada... Cayó al suelo de rodillas sintiendo como su estómago se vaciaba en potentes arcadas tratando de limpiarse también por dentro; luego de unos minutos ya más calmada salió de la ducha, se vistió con la ropa que Francesca le había llevado, un vestido blanco de verano suave y ligero estampado con pequeñas flores rojas y ropa interior tradicional, ambas cosas un par de tallas más grandes que la de ella pero que al menos cubría su desnudez decentemente. "¿En qué me equivoqué? ¿Cómo pude permitir que esto me pasara?" se preguntaba sin que su conciencia fuera capaz de darle la respuesta. Débil buscó el apoyo de la silla donde ese hombre que para ella era un monstruo estuviera sentado minutos atrás, desde allí observó la cama en donde había dormido o por lo menos en donde había pasado la noche mientras sus pensamientos seguían torturándola. "La culpa es mía por confiar en esa gente... por ser tan ambiciosa y querer cambiar de vida" sumergida en sus pensamientos no se dio cuenta cuando Marco abrió la puerta, solo hasta cuando lo tuvo frente a ella logró reaccionar abriendo los ojos como platos y comenzando a temblar de nuevo.
—Vine a ver que te había pasado. Te dije que bajaras y me dejaste esperando.
  Marco observó la bandeja con el desayuno que había llevado para ella, se percató que apenas faltaba un bocado de una de las frutas y que el resto estaba intacto.
—No comiste lo que te traje.
—No quiero nada. —respondió cruzando los brazos sobre su pecho.
—Ya te dará hambre.  —Dijo despreocupado.
Marco dio unos pasos alrededor de Sofía, estudiando su actitud y su apariencia, cambió la dirección de sus pasos para dirigirse a la peinadora en donde abrió un pequeño compartimiento lateral del que sacó un objeto que Sofía no reconoció en un primer momento, esperando solo maldad y abuso de su parte imaginó que podría ser cualquier cosa que con seguridad usaría para hacerle daño.
—¿Para qué es eso? —preguntó visiblemente asustada sin conseguir adivinar de que se trataba.
—¿Cómo que para qué? —exclamó con sarcasmo— ¿Con que se peinan en tu país? —Marco mostró las manos abiertas dejando ver un peine con mango de madera— Voy a ayudarte con tu cabello.
Las manos de Marco eran sorprendentemente delicadas con el cabello de Sofía, se tomó su trabajo muy en serio separando mechón por mechón peinándolo con suavidad hasta que toda la melena de la joven se viera prolija mientras Sofía procuraba mantenerse inmóvil presa de temor y rabia mezclados con la necesidad que tenía de sentir calor y ternura humana.
—Te ves mucho mejor. —dijo Marco orgulloso de su trabajo sentándose frente a ella en una esquina de la cama— eres una mujer hermosa, no debes descuidar tu aspecto.
La joven quieta en la única silla de la habitación seguía sumergida en su mutismo con los ojos bajos y los brazos cruzados sobre el pecho.
—Baja conmigo, quiero mostrarte el lugar.
—No quiero. —susurró.
Marco se tomó unos segundos para decir lo que pensaba, su tono de voz grave le transmitió un sentimiento desconocido hasta ese momento que hizo que Sofía levantara los ojos hacia él para observar en primer plano la mano que le extendía.
—Sé que todo esto no ha sido fácil para ti. Pero si pones un poco de tu parte te prometo que todo irá mejorando.
A la luz de la mañana la palidez del rostro de Sofía se hacía más evidente, pero las ojeras y su expresión contrita no llegaban a disminuir su belleza y su lozanía; Marco observaba con detenimiento sus movimientos, sus gestos, la miraba de pie a su lado mientras el viento movía su cabello, sus manos que apoyadas en las antiguas piedras de los muros que se levantaban alrededor de la casa se veían tan delicadas que casi sentía que había profanado algo sagrado. Estudiaba a la mujer que él mismo había metido en su vida de una forma tan atípica, buscaba con ahínco que era lo que tenía ella de especial que al verla lo hechizó haciéndolo cometer un delito con tan sólo sentirse capaz de tenerla pagando con dinero. En su profesión había sacado de apuros a muchas personas que habían infringido las leyes aun sabiendo que eran culpables, a algunos, los de más confianza les había preguntado el por qué... ¿que los había llevado a nadar en contra de la corriente? ¿Qué los había hecho obrar en contra de las leyes tan cuidadosamente elaboradas en pro de una sociedad justa y decente? La conclusión era siempre la misma, el egoísmo, la ambición y en algunos casos como el suyo, la pasión. Nunca se imaginó ser parte de ese grupo de personas, no los comprendió sino hasta ese día en que se había convertido en un delincuente más que frente a su víctima trataba de analizar sus acciones.
—Este es mi lugar favorito en toda la casa. —afirmó Marco señalando con las manos a su alrededor la terraza de donde se podía ver el mar en el horizonte— ¿Dónde tú vives se ve el mar? Por cierto, ¿De dónde eres?
—Ese hombre se lo dijo. —respondió fríamente refiriéndose a Pavel.
—Es cierto, pero lo olvide. —mintió mirándola a los ojos.
Sofía se tomó unos segundos para responder, a pesar de su imposibilidad para sentirse a gusto en compañía de Marco sabía que en realidad no ganaría nada mostrándose rebelde, al final el daño ya estaba hecho, lo más inteligente era ceder.
—Soy de Venezuela.
—Ah, dicen que es un país hermoso...
De nuevo se hizo el silencio incomodándolos a ambos, Sofía fijó su mirada en el horizonte evitando los ojos de Marco
—Sofía. —dijo con vos aterciopelada— habla conmigo, no voy a hacerte daño.
La joven lo fulmino con una mirada llena de odio. Su garganta se bloqueó con un nudo que le impidió hablar con claridad.
—Ya es tarde para hacerme creer que no me hará daño...
—Lo sé. Pero a veces la vida es así de irónica, de confusa. Sólo te pido que confíes en mí cuando te digo que no soy un mal hombre, me pasó que me gustaste y quise tenerte.
—¿Y tenía que comprarme y violarme?
—Sí no era yo quien te compraba hubiera sido cualquier otro, en ese caso te hubiera podido ir mucho peor. Lo de anoche fue el resultado de muchas cosas que se mezclaron en mí causando esa actitud. Tú sacaste mis demonios.
—Usted es un demonio.
Marco estalló en carcajadas a pesar de la evidente intención que Sofía tenía de insultarlo y de que se sintiera ofendido.
—¡Eres increíble Sofía! Por favor, en adelante llama a este demonio por su nombre.
De nuevo la mirada de ella centelleaba de odio y frustración, ¿Cómo podía estar tan relajado y hasta reírse descaradamente frente a ella y su situación? Además, ¿Cómo se llamaba? Había escuchado su nombre de boca de del mafioso ruso y luego de la mujer que cuidaba la casa, pero sus nervios y la angustia por la que atravesaba en esos momentos lo borró completamente de su memoria.
—¿Qué pasa? ¿Por qué me ves así? —preguntó con auténtica curiosidad.
La joven de nuevo evadió su mirada desviándola una vez más al horizonte, deseaba parecer fuerte ante su agresor, deseaba dejar de llorar y dejar de parecer una tonta que no sabía defenderse ante los peligros y las amenazas que tenía frente a ella.
—Tienes razón. No me he presentado, me llamo Marco.
Sofía se sentía tentada a pensar que todo lo que la rodeaba era irreal, ese hombre risueño parado frente a ella no podía ser el mismo hombre de presencia tan amenazante que la comprara en una subasta, ese de apariencia tan jovial no podía ser en mismo que la violara sin consideración apenas la noche anterior, este tenía una sonrisa juvenil y franca que en la que se podía confiar, su mirada parecía limpia y a ella no le quedaba otra opción que confiar en que tarde o temprano comprendería que todo lo que estaba haciendo con ella estaba mal, que debía liberarla para que pudiera volver a casa.
—¿Cuánto tiempo voy a estar aquí?
Marco endureció un poco su semblante, la pregunta le recordó que lo que estaba haciendo era un delito y que no había pensado en como resolvería la situación saliendo ileso.
—No lo sé.
Sofía notó el cambio de inmediato, la manera como desapareció la sonrisa y la diversión del rostro de Marco, hasta el tono de voz se endureció cuando ella hizo referencia de su circunstancia, prefirió no insistir en una respuesta por temor a "desatar de nuevo sus demonios" debía seguir esperando un mejor momento para insistir.

Delitos del almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora