Capitulo 4

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   — Sofía. ¿Estás lista?
Nora tocaba fuertemente la puerta de la habitación de huéspedes donde Sofía trató infructuosamente de dormir los últimos días.
—Si, ya salgo.
- Te esperamos en la cocina.
Con el corazón apretado dentro de su pecho, llena de preguntas y temores sumados a fuerte nudo en el estómago, la joven enfermera tomó su maleta y salió de la habitación. Ya casi llegando a la escalera decidió pasar a ver por última vez al anciano que cuidaba cuando toda esa aventura del viaje comenzó. Entró cuidadosamente a la habitación, Miró a un lado para cerciorase que la enfermera que lo cuidaba durmiera sin sospechar de su presencia, pensó que el enfermo lo estaría también, pero para su sorpresa no era así, en su cama el anciano parecía más despierto de lo que nunca lo  vio mientras lo cuidaba, sus parpados abiertos dejaban ver unos ojos oscuros que la observaban con intensidad, Sofía llegó a creer que estaba recuperándose del estado casi comatoso en que había estado desde que lo conocía.
—Señor Alejandro... — susurró inclinándose hacia él.
El anciano balbuceó inteligiblemente.
—Me voy, me voy con su hija fuera del país.
De nuevo el hombre parecía intentar darle un mensaje indescifrable.
—No se preocupe, va a seguir bien cuidado. La señora Nora volverá pronto.
De los ojos del anciano comenzaron a brotar pequeñas lágrimas que humedecieron las profundas arrugas de su rostro haciendo su semblante muy triste.
—¡No! No llore, su hija viene pronto.
—N... No.
—¿No qué? Ay, ¿Quiere que me quede?
El anciano afirmo con la cabeza.
—Señor Alejandro, allá voy a trabajar y a tener una mejor vida, pero le prometo que volveré para verlo.
Perdidas las esperanzas de explicarse, el enfermo levantó con dificultad una mano para acariciar el rostro de Sofía con suavidad, la joven no pudo reprimir más las emociones contenidas echándose a llorar junto a él.
—Adiós, señor Alejandro.
Sofía llenó sus pulmones de aire tratando de llenarse de fuerza para emprender su camino, enderezó su espalda dándole una última mirada a esos ojos que parecían querer decirle algo, besó la palma de su mano lanzando el beso invisible al hombre que quedo acostado simulando llevar el beso a su pecho del lado de su corazón, salió de la habitación evitando mirar atrás temiendo que si lo hacía rompería a llorar de nuevo.
—Ven Sofía, come algo. – dijo José al verla entrar en la cocina donde Nora preparaba un desayuno rápido, café y sándwiches.
—No, gracias. Es que me siento algo nerviosa y no creo que me pase la comida.
—Vamos Sofía – insistió Nora – Come esto.
Dijo mientras le ponía frente a ella un plato con un sándwich de jamón y queso recién salido de la tostadora.
Obedeció sin ganas, los nervios junto con la insistencia de Nora de hacerla comer la pusieron más tensa aun, tenía ganas de salir corriendo de esa cocina que de pronto se volvió muy pequeña para ellos tres, sólo que realmente no sabía si sus pies la llevarían a su casa donde vivía con su tía o al aeropuerto donde la esperaba un avión con destino a Europa.
El aeropuerto de Maiquetía era la puerta de salida para Sofía,  mientras hacían la pequeña cola para embarcar su equipaje no podía más que estudiar el hipnotizante  piso de azulejos de colores que con su patrón artístico había despedido y al mismo tiempo había recibido a millones de personas en aquel terminal aéreo, no pudo evitar pensar en todas las despedidas que allí se habían dado, en las lágrimas que se habían derramado en esas oportunidades, o en todos los reencuentros de familias o amantes que se habían tenido que separar por quien sabe cuántas circunstancias e historias que ella jamás habría de conocer.
Nora y José se mostraban particularmente serios, en el camino le habían dicho que ya tenían en su poder el pasaporte que habían mandado a hacer para ella, pero se lo entregarían justo antes de abordar y que luego debía devolverlo, "solo para estar seguros de que no lo pierdas" Le dijo Nora.
—Es mejor así, ¿te imaginas que lo pierdas entre un vuelo y el otro? Recuerda que es la primera vez que viajas y te puedes confundir.
—¿Usted cree?
—Estoy segura Sofía, ¿verdad que es así José?
—Sí, claro. – afirmó escuetamente saliendo por un momento del silencio prolongado que se impuso prácticamente desde el momento que salieron de la casa.
—Estoy preocupada por el señor Alejandro. – confesó Sofía unos minutos después de salir.
—¿Qué te preocupa? – preguntó Nora con un tono de voz más serio.
—Su salud, y el que usted esté tan lejos de él.
—Él está bien cuidado Sofía, y si llegara a pasar algo... — la voz de Nora pareció atorarse en su garganta un segundo– nada, Igual ya él no reconoce a nadie, da igual quien esté a su lado.
Sofía quedo impresionada con la frialdad de la respuesta de la mujer, sobre todo considerando que ella hablaba de la inminente muerte de su padre, pensó en lo equivocada que estaba al creer que el anciano no reconocía a nadie, no podría creer que eso fuera así después de la manera como la había despedido esa misma mañana, pero no se atrevió a decírselo a su patrona pensando en que quizá se molestara con ella por entrar al cuanto del enfermo sin su permiso. La fila de gente había terminado y era su turno de entregar su equipaje.
José se hizo cargo de todo, entregó la documentación, habló con la elegante señorita encargada de hacer el procedimiento, las maletas fueron pesadas y enviadas al avión según la deducción de Sofía que no perdió detalle de lo que ocurría a su alrededor y a quien nadie le explicó nada de qué era lo que sucedía en un terminal aéreo o de cómo eran los procedimientos regulares.
Abordar el avión fue toda una experiencia, así como le había dicho Nora le entregaron su pasaporte y el boleto aéreo justo antes de presentarlo al agente de aduanas, éste los tomó, los leyó y comparó la foto en el pasaporte con el rostro de Sofía, lo selló y lo devolvió a sus manos dándole la bienvenida y deseándole un buen viaje.
Ya en sus asientos, Sofía notó como José y Nora unas filas más adelante se relajaron un poco, la expresión de piedra que tenían antes de abordar se suavizó dándole paso una más suave, daban la impresión de haber llegado a un destino, cosa que Sofía no comprendía puesto que el viaje apenas comenzaba. Los miraba con insistencia, quería saber si era posible un cambio para sentarse junto a ellos, pero desistió en el momento que Nora volteo a verla, su mirada dura, despectiva, la forma de voltear los ojos hacia el frente evitándola... Comprendió que ellos preferían seguir en asientos apartados.
Casi diez horas de vuelo transcurrieron en silencio, Sofía se había sentido bastante solitaria sin la atención de sus acompañantes, por momentos llegó a pensar que estaban de alguna manera molestos con ella haciéndole creer que no estaba siendo buena compañera de viajes. ¿Pero cómo serlo? jamás había subido a un avión, sentirse sobre las nubes la estaba haciendo sentir aterrada, tenía la sensación que debía moverse lo menos posible en su asiento por temor a tocar algo indebido o romper alguna de los aparentemente delicados botones a un lado como si ello pudiera hacer que el avión se precipitara a tierra causando la muerte de todas las personas que viajaban con ella, los estrechos pasillos donde veía caminar a las azafatas  la ponían más nerviosa aun, las veía ir de un lado a otro atendiendo a los pasajeros con sus sonrisas y su buena disposición... "Deben estar locas para hacer este trabajo" pensó agradecida de que pronto llegarían a Alemania y podría descansar de tanto estrés aéreo.
El Rhein—Main Fugasen en Fráncfort, sirvió como puerta de entrada a Europa para, luego del mismo procedimiento que en el aeropuerto Simón Bolívar en caracas de recibir su pasaporte unos segundos antes de presentarlo en la aduana, para devolverlo rápidamente a Nora sin poder ni siquiera echarle un vistazo, Sofía se permitió observar embelesada por algunos segundos a su alrededor, quedó impresionada de lo escaso que pudo ver, lo único que su mente sacó en claro de lo que había a su alrededor eran un grupo de palabras individuales que buscaban acoplarse en una sola frase que jamás había tenido la necesidad de armar, "pulcritud, organización, belleza..." La gente por su parte se veía muy distinta a lo que ella estaba acostumbrada, los rostros de todos eran muy "elegantes" y habían crecido más de la cuenta por sus estaturas, Nora por fin le dirigió la palabra.
—Tenemos dos horas antes de abordar de nuevo, vamos directo a la puerta que nos corresponde.
—Señora Nora, no podemos dar una vuelta antes, es que es todo tan...
—No vinimos a pasear Sofía, obedece. – interrumpió Nora autoritaria.
Las duras palabras de la mujer resonaron en sus oídos, por un momento esperó que José interviniera, pero eso no sucedió, por el contrario, parecía que ese hombre tan sombrío podría haber olvidado su presencia por completo. Temerosa y cansada se sintió inundada por algunos segundos de la tan temida sensación de arrepentimiento por haber emprendido ese arriesgado viaje.
El avión ruso de Aeroflot le resulto más pequeño que el anterior, a este punto Sofía había pasado del cansancio al agotamiento, habían corrido más de veinticuatro horas sin dormir y apenas había probado alimento, se preguntaba hasta cuando estarían viajando, no sabía cuántas horas duraría ese vuelo y se vio tentada a preguntar al momento de abordar, pero recordó la manera en que había sido tratada dejando la idea a un lado, recordó la frialdad en el rostro de Nora y lo justificó por el estrés del viaje y el cansancio. Supuso que al llegar finalmente a su destino volverían a ser como había sido hasta ese momento con ella.
El aeropuerto internacional de Sheremetievo en Moscú estaba atestado de gente, Sofía seguía automáticamente a sus acompañantes hacia donde estos se movían como si estuviera sumida en un trance causado por el cansancio y el estrés emocional que se habían apoderado de ella, había perdido la noción del tiempo, el viaje desde Alemania hasta Moscú bien podía haber durado doce horas en vez de tres y ella no habría notado la diferencia.
Al salir del aeropuerto notó que estaba casi oscuro, en un segundo de confusión pensó que era la misma hora a la que había salido de Venezuela, que el tiempo no había pasado y que en realidad todo era sólo un sueño. De nuevo no hubo tiempo para reflexiones, José tomó de sus manos la pequeña maleta en donde traía su equipaje para meterla en la cajuela de un auto que al parecer había estado esperando por ellos en las puertas del aeropuerto, una vez adentro del automóvil pudo percatarse de adentro ya que se encontraban dos hombres jóvenes muy rubios de expresión osca y tamaño intimidante. Los tres recién llegados se sentaron en el asiento trasero haciendo sentar a la joven enfermera en el medio entre Nora y José, los cuatro parecían ignorarla por completo, lo más extraño sucedió cuando comenzaron a hablar un idioma completamente desconocido para sus oídos. Parecían estar hablando de algo importante por la expresión de sus rostros, José se veía algo nervioso, parecía estar dando algún tipo de reporte o explicaciones, algo que tenía que ver con Sofía puesto que a la joven no le pasó desapercibida la manera en que el hombre que iba al volante la estudiaba por el retrovisor.
—Señora Nora. –llamó la atención a la mujer mayor que parecía perdida en la oscuridad al otro lado de la ventanilla —¿ya llegamos, no más aviones?
Nora volteo lentamente hacia la joven, parecía haber cambiado lo suficiente como para no reconocerla asustándola al borde del llanto.
—No. No más aviones.
—Pero ¿a dónde vamos ahora? – preguntó con un hilo de voz casi inaudible.
—Al sitio en donde vas a trabajar, quédate en silencio.
Sofía ya no sabía que pensar, lo único que tenía claro era que algo no andaba bien, las manos le sudaban, su respiración se agitaba sin control, por instinto cruzó los brazos sobre su pecho sintiendo como comenzaba a temblar por dentro. Del otro lado de la ventanilla nada llamaba su atención, prefería mirar con desconfianza a los dos hombres sentados adelante de ella, lo único que quedaría grabado en su memoria de aquel paseo era ese extraño edificio de formas arabescas y colores vibrantes que alguna vez había visto en fotos.
El viaje en auto hasta veliky Nóvgorod se demoró más de lo que ella había creído que podría soportar considerando su estado de ansiedad, pero el cansancio la vencía haciéndola dormitar por cortos ratos, por fin el auto se detuvo frente a lo que parecía una mansión lujosa y antigua, de techos muy altos con una escalinata al frente que invitaba cordialmente a visitar su interior, al bajarse de auto Nora le indicó que la siguiera, todos lo hicieron.
Ya era de noche cerrada, el aire de septiembre se sentía frio en su piel haciendo que se le erizara visiblemente, en un último intento de confiar en su suerte pensó que había llegado a su destino y que al entrar en aquel extraño lugar tendría la oportunidad de comer y descansar como tanto necesitaba, pensaba que el día siguiente todo sería distinto, le asignarían su trabajo y sus jefes serían de nuevo amables con ella así que se dispuso a subir los peldaños de la escalera de mármol frete a ella. En un instante sus suposiciones se desvanecieron irremediablemente en el momento que Nora la tomó fuertemente por un brazo haciéndola girar.
—De aquí en adelante serás obediente, harás todo lo que se te ordene sin vacilar – dijo con rudeza.
—¿Qué pasa? ¿por qué me habla así? – preguntó Sofía aterrada.
Apenas terminó la pregunta sintió como su rostro era fuertemente abofeteado por la mujer que la sostenía cruelmente por el brazo.
—¡Sergei! – llamó Nora de un grito, para sorpresa de Sofía quien volteo en respuesta a ese nombre fue quien ella había conocido como José.
En ese momento la joven comprendió que sus jefes y compañeros de viaje eran unos completos extraños, sus nombres o al menos el del hombre eran falsos, con seguridad sus promesas también eran falsas, y para empeorar la situación no comprendía ni una sola palabra de lo que se decían entre ellos. Asumió que Nora le pidió a José quien ahora sabía que sabía que en realidad se llamaba Sergei, que se encargara de ella por la reacción del ruso que se acercó a sostenerla de la misma manera que lo había hecho Nora, pero con más fuerza de la necesaria haciendo sentir rápidamente como su brazo izquierdo hormigueaba a por la falta de circulación. Sofía fue arrastrada en sentido opuesto al del resto del grupo.
—¿Qué está pasando? ¡Señor José, dígame! – exigió Sofía en pánico tratando de poner resistencia a la fuerza mayor de su captor.
Sergei no le respondió, sólo se limitó a arrastrarla a su destino, ella a cada paso se sumía más y más en la desesperanza y el desasosiego, trató de luchar, se debatió con todas sus fuerzas en un vago intento de huir sin resultado, unos pasos más y estarían en la parte de atrás de la gran casa frente a una puerta de hierro forjado en la que Sergei tocó dos veces y esperó por respuesta sin aflojar la mano con la que sostenía a Sofía.
—¡Por favor, suélteme! –rogaba la joven entre lágrimas al parecer sin ser escuchada.
La puerta se abrió, detrás de ella apareció una mujer que casi igualaba la estatura del hombre que la sostenía en contra de su voluntad, ella tenía una mezcla de belleza y femineidad bastante acentuada en discordancia con su aspecto rudo, vestía una camiseta negra y unos pantalones ajustados del mismo color llamando de inmediato la atención de Sofía. Sergei parecía tenerle suficiente confianza como para saludarla con una sonrisa retorcida que la joven no había visto antes en él, luego del saludo la mujer vestida de negro abrió por completo la puerta apartandose para que la pareja entrara, fijó su mirada en la venezolana, una mirada intensa, escrutadora, para ojos más perspicaces lasciva con la que esa mujer estudio a Sofía la hizo callar sintiendo como un frio aterrorizante se apoderaba de ella.
Parecía que ambos sabían bien lo que tenían que hacer, La mujer tomó a Sofía por el brazo libre sin dejar de conversar jovialmente con el ruso, la joven con todos sus sentidos agudizados por la adrenalina en sus venas logró interpretar por los gestos de la pareja que Sergei le daba algún tipo de instrucciones y que ella asumía su trabajo con seguridad y confianza, fuera lo que fuera ya lo habían hecho antes, luego de unas palabras más el ruso se fue dejando a las mujeres solas.
—Ostanovis'i besshumhaya. (quédate quieta y en silencio) – le dijo la mujer a Sofía apenas se quedaron solas.
—¿Cómo? – pregunto Sofía sintiendo de nuevo aflorar el miedo – ¡Yo no hablo su idioma!
—Drugoy latinskiy. (otra latina) – agregó entornando los ojos con malicia.
—Por favor, se lo ruego... ¡yo no hice nada!
La mujer sonrió diabólicamente acercándose a ella, Sofía retrocedió lo más que pudo evitando el contacto de la mujer que fácilmente la superaba en estatura por una cabeza hasta que su espalda sintió la frialdad de la pared que le indicaba que ya no había donde escapar, la mujer tomó su rostro con una mano apretando fuertemente sus mejillas hasta hacerles doler, con la mano libre apretó su cuello impidiéndole respiración a la vez que pasaba su lengua por todo su rostro, el miedo y el asco dieron paso al desespero, el instinto de supervivencia la obligaba a defenderse con todas sus fuerzas tratando de quitar las manos sobre ella, con sus pies en punta trataba de igualarla en altura para ganar algo de espacio en su garganta por donde pudiera pasar el aire, cuando estaba a punto de desfallecer la mujer la soltó de pronto haciendo que perdiera el equilibrio cayendo de rodillas al piso, la rusa se inclinó sobre ella poniendo un dedo sobre sus propios labios en seña de silencio.
- Ssshhh... Tishina. (silencio) – dijo con expresión satisfecha por su obra.
Sofía comprendió que debía estar callada, cerró su boca fuertemente evitando los lamentos y sollozos que amenazaban con salir a cascadas.
- Radi vas ya nadeyus', vy ponimayete chto. (por tu bien espero que entiendas eso)
Luego de las palabras sin sentido para Sofía, fue de nuevo obligada a ponerse de pie y arrastrada hasta otra puerta, la mujer de negro la abrió para arrojar a la joven adentro sin ninguna ceremonia para luego cerrar la puerta dejándola a oscuras tirada en el piso invadida por el miedo y por el intenso frio que acababa de comenzar a sentir.

Delitos del almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora