La noche estaba muy entrada cuando ambos subieron a las habitaciones, el pequeño concierto privado que Marco había ofrecido hizo magia en los nervios contenidos de Sofia que sentía sus manos sudorosas y su frente fría tan sólo de pensar que Marco iba a pasar la noche con ella, pero temía que Marco no quisiera por causa de su cuerpo deformado por embarazo, no era la falta de sexo lo que la llevaba a desear compartir su lecho, era la tibieza de sus brazos y la seguridad que sentía cuando estaba con él. Para su tranquilidad Marco la llevó de la mano hasta su habitación.
Allí en la oscuridad comenzaron los besos, los más dulces que le había dado en todo el tiempo que la había tenido en cautiverio, era como si Marco hubiera querido compensarla por su ausencia en un intento de demostrarle que, si le importaba, acarició su melena suavemente llevándola poco a poco en algo parecido a un baile al ritmo de las olas del mar que rompían en las rocas en la distancia y que envolvían todo a su alrededor, la luna se colaba indiscreta por la ventana observando a los amantes que no vieron impedimento alguno en las formas llenas de ella para darse por completo y recibir al otro hasta el amanecer.
Era casi medio día cuando la pareja bajo a comer, Francesca como siempre los esperaba con abundante comida sobre la mesa, el infaltable café y pan recién horneado.
- Hoy no tengo tanta hambre. -dijo Marco con el semblante algo descompuesto.
- Yo si... ¡me comería un caballo!
El buen humor y la sonrisa de Sofía alivio las facciones de Marco, disfrutaba verla tan sana, su rostro sonrojado se veía hermoso, por un momento deseó quedarse allí para siempre descubriendo para sí mismo lo harto que estaba de los médicos, de los hospitales y por sobre todo de tener miedo a que algo malo pasara en cualquier momento. Un sorbo de café descompuso de nuevo su rostro.
- ¿Te quemaste? -preguntó Sofía con preocupación.
- No, no te preocupes. Es un ardor en la garganta. Lo tengo desde hace días, pero hoy está peor.
Sofia lo observó con detenimiento, bajos sus ojos había ligeras sombras oscuras que daban a su bien parecido rostro un aspecto cansado.
- Quizá estés enfermo. -decretó seriamente.
Marco miró divertido a Sofia, la tenía frente a él con una expresión que no había visto antes era como si estuviera evaluando algo serio y de importancia con un toque de dulzura casi infantil, por primera vez le mantuvo la mirada de una forma serena y sin miedo, en un segundo Marco descubrió que tenía frente a él a la verdadera, la joven que un día sacaron de su país engañada.
- Permítame decirle señorita enfermera que soy un hombre muy sano, no me he enfermado desde que tengo algo así como veinte años... y eso fue hace bastante tiempo.
- ¿Cuántos años tienes? -preguntó sin pensar.
- Treinta y muchos. -dijo tratando de parecer gracioso.
- Yo tengo veintitrés.
- Y eres muy dulce.
La atmosfera cambió de pronto, entre ellos había nacido algo que no habían compartido antes, Intimidad. Una especie de complicidad que los estaba conectando haciéndolos sonreír al cruzar sus miradas y disfrutar cada segundo de la compañía del otro.
- No soy dulce. -dijo Sofia con tristeza- soy débil.
- No lo creo, para haber pasado por todo lo que has pasado un tienes ese algo en tu mirada, en tu voz... cualquiera en tu lugar hubiera enloquecido ya hace tiempo y perdido cualquier rastro de dulzura.
- No quiero habar de nada de lo que paso antes, en todo caso quisiera amanecer un día y haber olvidado todo lo que he pasado hasta este momento.
- Me olvidaras a mí también... claro que eso debe ser de lo primero que quieres borrar de tu memoria. -acotó Marco con resignación.
- Quizá no. -reconoció con timidez- se me ocurre que lo que quisiera es engañar a mi propia mente creando una historia para los dos.
Marco sorprendido por la inesperada confesión de Sofia sintió curiosidad y quiso escuchar más.
- ¿Cómo te inventarías esa historia para los dos? -preguntó suavemente- cuéntame...
- No soy buena para inventar historias, es que algo tengo que decirle al niño cuando sea grande... no le voy a decir que llegue a este país y a manos de su padre en las verdaderas circunstancias en las que lo hice. Y eso sí que no lo cambiaría por nada, un hijo es lo más grande del mundo en las condiciones que sea.
- En eso estamos de acuerdo mi querida Sofia. -dijo pensando en voz alta- pero no contestas mi pregunta. A ver... ¿qué historia le tendremos que contar?
- No lo sé, creo que cuando llegue el momento algo se me ocurrirá. Espero que de verdad un día de estos mi mente se vuelva selectiva y borre muchos recuerdos en los que no quisiera volver a pensar.
- Mientras eso pasa... ¿te puedo invitar a la terraza?
- Si. creo que si sigo comiendo voy a estallar, así que mejor te acompaño a la terraza. -dijo riendo de su propia broma.
- Te ves hermosa cuando ríes.
El sol contrarrestaba la brisa haciendo bastante agradable el clima en el exterior de la casa, la tranquilidad y el silencio entre ambos permitieron que pasaran los minutos en paz y armonía mientras, dentro de Sofia, en lo más profundo de su vientre una personita pateaba con tal fuerza que la hizo espabilarse con un quejido.
- ¡Ay! -chilló tocándose la parte del vientre en la que había sentido el movimiento del bebé.
- ¿Qué pasó? -preguntó Marco desconcertado por la situación.
- Nada... -dijo sonriendo- es el bebé que patea muy fuerte a veces.
Los ojos de Marco brillaron, deseó sentirlo con sus propias manos, pero no quiso forzar la situación recordando la reacción de Sofia el día anterior cuando insinuó que quería comprobar el movimiento del bebé, por su parte para Sofía fue muy claro su deseo y supo de inmediato que hacer.
- ¿Quieres sentirlo?
- Me encantaría. -dijo acercando su silla a la de ella sin intención alguna de esconder su emoción.
Sofia tomó las manos de Marco posicionándolas en la parte derecha de su vientre, esperaron unos segundos en los que ella trató de evitar el contacto visual dirigiendo la mirada al horizonte, de pronto se repitió el movimiento en el vientre de Sofia, un fuerte golpe de algo que parecía contundente levantó la piel justo en donde reposaban las manos de Marco.
- ¡Ahí! lo sentí... -dijo emocionado- ¡qué fuerte es!
Sofia se sintió invadida por un fuerte sentimiento de orgullo, llena de esa emoción miró a los ojos al entusiasmado padre que no quitaba las manos de su vientre. Después nada, los movimientos habían cesado.
- Ya no se mueve más. -aseguró Sofia revolviéndose en su asiento lo que hizo que Marco se acomodara en su silla rompiendo el contacto entre los dos.
- ¿No lo habías sentido antes? -preguntó con malicia, así podría saber si tenía hijos o no, una manera de saber algo más de él.
- No.
La simple respuesta liberada por instinto desató conclusiones en la mente del abogado, en primer lugar, la intención escondida de Sofia, en segundo lugar, caer en cuenta que el niño que crecía en su esposa parecía no tener la misma fuerza que este, era algo en su energía vital que los hacía distintos. Luego recordó la diferencia de varias semanas entre ambos embarazos desechando cualquier temor de que algo anduviera mal con Giannina o con el hijo que ella estaba esperando.
- No tengo otros hijos Sofia.
La joven que sabía que había quedado en evidencia mantuvo con valentía su mirada en alto.
- Me pareció extraña su actitud. Es todo.
- De nuevo me tratas de usted... sabes, vamos a hacer una cosa mejor de ahora en adelante.
- ¿Qué? -preguntó desconfiada.
- Pregunta lo que quieras. Voy a contestar lo que quieras saber de mí.
Sofia desconfió de esa declaración de sinceridad, para comenzar pensó en algo sencillo, básico.
- Marco... ¿ese es tu verdadero nombre?
- Si.
- Y tú apellido...
- ¿Para qué quieres saberlo? -preguntó arrepentido de su oferta.
- Tengo que saber cuál va a ser el apellido de mi hijo. ¿O no lo vas a reconocer como tuyo? -preguntó sin expresión definida en el rostro.
- Al niño no le va a faltar apellido, eso debes tenerlo por seguro.
- No me puedes decir cómo te llamas entonces.
Marco lo pensó, el niño podría llevar su apellido, solamente debía hacer un testamento en donde aclarara que su herencia quede resguardada para Giannina, así también podría quedar el hijo de Sofia protegido por medio de una pensión si le llegara a pasar algo. Era experto manipulando leyes, haría que funcionaran para él.
- Motta. Marco Motta Baladini.
Sofia quedó en silencio, de nuevo sus ojos se perdieron en el horizonte repitiendo mentalmente el nombre que acababa de escuchar. En su cabeza se repetía aquel nombre que a su parecer sonaba importante, imponente.
- ¿Cómo alguien con un nombre tan bonito puede ser capaz de hacer cosas como las que tu hacer?
- No te entiendo. -dijo arrugando la frente.
- Es fácil. -lo volvió a mirar- no pareces el tipo de hombre capaz de tener amigos como los de Rusia, o de hacer lo que me hiciste a mí.
- Te expliqué que lo hice para salvarte de...
- De un peor destino. Lo sé. Quizá tengas razón. Pero creo que solo al principio pudiste hacerlo desinteresadamente, y, ya aprendí que nadie es de verdad desinteresado.
- Debes odiarme. -aseguró avergonzado.
- No. Ya no. he tenido mucho tiempo para pensar, y llegué a la triste conclusión que la libertad que tanto anhelé era más bien otro tipo de esclavitud.
- ¿Por qué dices eso? -preguntó realmente sorprendido por el argumento de Sofia.
- ¿Qué tenía antes? Nada. En mi país no tenía nada. Un trabajo mal pagado, una familia a la que realmente no le importaba demasiado...
- Pero ahora estas aquí, llegaste en contra de tu voluntad y yo tengo gran parte de la culpa.
- Los rusos tienen la culpa. Tú no te portaste como un caballero, pero me cuidaste, me alimentaste... nunca había vivido con tanta comodidad. De alguna manera debía pagarte.
Marco pensó los casos que había visto en la corte, victimas que protegían delincuentes aminorando sus culpas con pretextos para pocos compresibles, había leído bastante sobre se síndrome en particular, síndrome de Estocolmo. Una garantía de que Sofia no se pondría en su contra.
De pronto Marco sintió comezón en la nariz, un enérgico estornudo lo sacudió haciendo brincar del susto a Sofia.
- ¡Me asustaste! -dijo Sofia levantando la voz.
- ¿Nunca habías visto a nadie estornudado? -preguntó irónicamente.
- Claro que si... pero no de esa manera.
- ¿Te pareció exagerada? -agregó como chiste.
- Me pareció que te estas refriando.
- ¿Eres enfermera o doctora?
- No hace falta ser doctor para saber que dolor de garganta y estornudos son síntomas de refriados. -aseguró como si estuviera demostrando lo obvio.
De nuevo el silencio, Marco les daba vueltas a varios asuntos en su cabeza, lo del apellido del niño de Sofia, el asunto de su traslado a otra ciudad y si ella estaba realmente preparada...
- Todavía tengo preguntas.
- Perdón...
- Dijiste que contestarias mis preguntas. Todavía tengo algunas.
- Está bien, adelante.
Marco se acomodó frente a ella con aires de abogado, parecía que iba a ser entrevistado por algún juez.
- ¿A cuántas mujeres compraste ates de mí?
- Ninguna. -aseguró.
Sofia le dedicó una mirada penetrante y acusadora como nunca se había atrevido antes.
- Dijiste que ibas a ser sincero.
- Lo soy.
- ¿Qué hacías en esa fiesta entonces?
- Me invitaron, y fui.
- No te creo.
- Deberías hacerlo, sabes que tienes que hacerlo.
- La confianza a ciegas fue lo que me trajo hasta aquí. Fue lo que me entregó a unos desalmados y me puso en venta para que tú me compraras.
- Lo sé. Pero hasta donde yo tengo entendido no tienes otras opciones. ¿O sí? Tu misma lo dijiste hace algunos segundos, estas mejor aquí, dejándote llevar por mis decisiones de lo que estabas en tu país.
- Lo dije. -aceptó entristeciendo la mirada, un profundo suspiro- pero ya no estoy tan segura. Si no te importa me quiero recostar un rato.
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Delitos del alma
General FictionQue pasa cuando la inocencia se consigue con la avaricia? Sofía, una joven con muchos sueños y ganas de superarse confía en las personas equivocadas. Es engañada llevada fuera de su país con la promesa de trabajo honesto y bien remunerado pero, nada...