Capítulo 18

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En Amalfi las horas pasaban lentamente, desde el mismo momento de la partida de Marco Sofía entró en un espacio en el tiempo en el que el tiempo mismo no transcurría nunca, los minutos eran horas y las horas se volvían interminables. Toda la falta de actividad que había a su alrededor contrastaba con la actividad frenética de su cerebro que desde el primer minuto comenzó a planear su escape. Cada plan que trazaba era desechado rápidamente por falta de lógica o de estrategia, pensaba una y otra vez en que no tenía como demostrar quién era o de dónde venía, mucho menos como hacer entender a nadie lo que le había sucedido; pensó en llegar hasta una embajada venezolana, pero era imposible saber en dónde estaba una, o a que distancia se podría encontrar de la más cercana, podrían ser unos metros o cientos de kilómetros. "Debo salir de aquí rápido" se decía a si misma presionándose en encontrar la solución a sus inseguridades, "así de sorpresiva su partida, así de sorpresiva podría ser su regreso".
Quedarse en compañía de Francesca le dio confianza de que de cualquiera que fuera el plan que fabricara para salir de allí, lo podría poner en práctica sin ninguna dificultad, eso le dio la mejor de las ideas que podría pensar llenándola de esperanzas, con toda seguridad la mujer no sabía en qué condiciones estaba ella en esa casa y Marco para protegerse no se lo diría, estaba segura de que la casa quedaría sola de nuevo en la noche, Francesca se iría a su casa donde sea que eso fuera y ella quedaría libre para escapar.
La tarde cayó dándole paso a una noche particularmente calurosa, la más caliente desde que ella estaba en Amalfi. Para no levantar sospechas en el ama de llaves Sofía se retiró a su habitación bastante más temprano de lo que lo había hecho desde su llegada, según sus planes la mujer se iría dejándola libre para maniobrar a su gusto.
La espera se hizo eterna, Sofía caminaba de un lado a otro estrujando sus manos sudorosas por los nervios, pensaba con temor en que Marco podría volver en cualquier momento, pensamiento que creyó realidad al escuchar como la puerta de la habitación se abría de pronto sin que el invasor anunciara su presencia "volvió" pensó asustada mientras su corazón parecía detenerse. Pero solo era Francesca con su habitual dulce sonrisa.
- Señorita. – comenzó a decir en ese dialecto napolitano que Sofía comprendía menos aun que el italiano mientras asentía para transmitirle confianza de que todo estaría bien – Yo me voy a mi casa, pero no queda sola, afuera quedan tres vigilantes, sí necesita algo solo pídale a uno de ellos que me llamen, mi casa queda muy cerca. Cualquier cosa puedo estar aquí en unos segundos.
Sofía no logró comprender ni una sola palabra, en su mente la mujer había ido hasta su habitación a despedirse y con seguridad a decirle que había dejado comida para ella.
Alrededor de la casa el silencio y la oscuridad eran casi absolutos, solo el cantar de algunos insectos y el oleaje del mar en el horizonte acompañaba el andar nervioso de Sofía por su habitación, la noche cerrada le indico que había llegado el momento perfecto para llevar a cabo l plan que había estado ideando todo el día.  Temerosa de algún improvisto caminó con cuidado escaleras abajo muy atenta de cualquier mínimo movimiento a su alrededor; todo siguió en silencio mientras bajaba, un poco más confiada fue directo hasta la puerta, tomó el pomo de la cerradura girándolo con suavidad, pero nada sucedió, intentó una segunda vez obteniendo el mismo resultado, intentó una tercera vez con más fuerza pero fue igualmente inútil, el pomo no se movía, con seguridad Francesca había cerrado la puerta con llave, Suspiró  profundamente controlando su frustración, sabía que debía mantener  la calma, era lógico que cerrara la puerta con llave... la puerta de la cocina debía estar abierta, o por lo menos debía ser más fácil de abrir en caso de que también la hubieran dejado asegurada. Con pasos apresurados Sofía fue hasta la cocina repitiendo el proceso de la puerta principal, el primer intento, el segundo y los que siguieron dieron los mismos resultados, la puerta debía tener un seguro más fuerte del que se veía a simple vista; los nervios de Sofía amenazaban con desbordarse de un momento a otro, el temor de ver aparecer a marco la invadió desmesuradamente, de nuevo suspiró en busca de la calma y la cordura que se le escapaba sin poder logar u objetivo, pero se obligó a pensar por una vez más en frio, no podía estar encerrada en esa casa de apariencia tan simple, debía haber una solución.
- ¡Las ventanas! – dijo recordando que no había rejas en toda la casa.
De vuelta en el salón principal camino directamente hasta la ventana que Francesca abría todos los días mientras hacia la limpieza para según ella "cambiar el aire". Con manos trémulas manipuló los antiguos pasadores que la separaban de su libertad, de nuevo el primer intento no funcionó, el pasador de esa ventana en particular parecía haberse quedado trabado justo en ese momento, pero no se rindió, intento una y otra vez forzando el viejo hierro con el que estaba hecho sacudiendo la ventana haciendo rechinar la madera hasta que por fin cedió y abrió. La alegría dio paso a la euforia en un segundo llenándola de energía, escaparía de esa casa, de marco y de todo lo que le había sucedido, sin perder tiempo se sentó sobre el borde de la ventana pasando ambas piernas al exterior, un pequeño salto y estuvo afuera, libre para poder huir, sólo le quedaba correr hasta alejarse, dentro de ella se había generado una fuerza tan grande y poderosa que estaba segura de poder pelear contra lo que fuera que se le presentara en el camino, su escape había sido muy fácil, "que tonto ese hombre" pensó.
- ¿Que se creía ese tipo? Decía pensando en voz alta mientras se alejaba de la casa – Pensó que me iba a quedar aquí esperándolo muerta del miedo...
Sofía hablaba para sí misma llena de prepotencia a medida aceleraba su paso hacia una dirección desconocida, pocos metros después se detuvo en medio de la oscuridad, debía orientarse para decidir qué camino seguiría. Era inútil, no veía nada en medio de la noche, lo único que pudo diferenciar era que no había señales de una carretera o de un camino, nada la guiaba, agudizó sus oídos atenta a escuchar los ruidos propios de una auto, o de algo que le indicara hacia donde debía caminar, pero lo único que escuchaba a lo lejos eran las olas del mar rompiendo en los riscos, en ese momento pasada la euforia inicial por su libertad comenzó  sentir otro tipo de temores, quizá estaba muy lejos de un camino y ella aún no estaba suficientemente  lejos de la casa, quizá la autopista más cercana estaba a muchos kilómetros... deseaba tanto recordar algo de su llegada, alguna pista por mínima que fura en ese momento le sería demasiado útil. Controló de nuevo sus emociones lo mejor que pudo arrancando otra vez la marcha en la oscuridad, cada paso que daba era un paso lejos de esa casa y de ese hombre, eso era lo único que importaba, unos metros más en dirección a la verja que parecía la única salida viable y se detuvo otra vez.
Un ruido extraño la alertó, creyó escuchar un gruñido como el de un animal,  ¿o fue solo su imaginación? esperó unos segundos en los que apenas se movió  tratando de descubrir que era, esperaba escuchar el mismo sonido de nuevo para comprobar sí  era real o sólo era efecto de su imaginación excitada por los nervios, un segundo, dos... de pronto un nuevo gruñido salió desde un sitio desconocido entre los arbustos que la rodeaban, podría ser cualquier animal salvaje de esas tierras, lo que fuera, la estaba amenazando desde la oscuridad.
- ¿Quién está allí?
Por toda respuesta otro gruñido, el corazón de Sofía se aceleró urgiéndola a escapar a pesar de que el miedo desproporcionado que la invadía la había paralizado, Frente a ella un súbito movimiento entre los matorrales dejo en descubierto a un gran perro negro que le mostraba amenazante sus colmillos a los que sí reaccionó por instinto corriendo presa del pánico seguida por el furioso animal sin percatarse que detrás del perro corrían dos hombres que lo llamaban ordenándole detenerse. En el apuro por librarse de una horrible muerte en las fauces del perro la joven enfermera no prestaba atención de en donde ponía los pies, su mente sólo trabajaba en función de aumentar la velocidad al máximo para escapar, ¡tengo que llegar a la verja! en un segundo en el que le pareció que había tomado ventaja se volteó para cerciorase de que había sido suficiente para sentirse más segura, pero el terror se incrementó al ver los dos hombre tras ella corriendo junto al perro, en ese momento de distracción erró el paso tropezando con la raíz de un árbol cayendo al suelo estrepitosamente terminando con su cabeza ensangrentada sobre una piedra.
Despertó de nuevo en la casa de la que había querido escapar, estaba acostada en la cama en la que había dormido desde su llegada, el día estaba avanzado y la cabeza le dolía de una manera que creyó que le explotaría.
No podía siquiera sentir tristeza por ella misma, lo que inundaba su alma era algo más profundo, más fuerte. Eran soledad y desesperanza absoluta. Los días pasaron, pero a pesar de que el dolor de cabeza había disminuido hasta casi desaparecer su apatía seguía creciendo.
Francesca se esmeraba en atenderla, le llevaba hasta la habitación sus comidas y le hablaba aun sabiendo que Sofía no la entendía, además de todo se sentía muy estúpida al pensar que podría escapar tan fácilmente, estaba segura de que esos hombres habían estado vigilando la casa por orden de Marco, eso había acabado con las esperanzas de salir de su tormento. 
Para el tercer día de inmovilidad y encierro voluntarios la soledad era su peor castigo, añoraba escuchar aquella música que la había consolado en esas dos oportunidades, añoraba hablar con alguien a quien que hablara su mismo idioma, el ama de llaves se esforzaba por cambiar con ella algunas palabras evidentemente preocupada por su estado, pero no era suficiente para apartar de ella esos sentimientos que la estaban consumiendo.
La cuarta mañana ya no aguantó más la soledad, en medio de un arrebato de fortaleza decidió bajar hasta la cocina en busca de la compañía de Francesca que con toda seguridad se encontraría allí, necesitaba estar con alguien y cualquier persona que no fuera Marco serviría, añoraba el calor humano, aunque no comprendiera casi nada de lo que la mujer pudiera decirle.
La cocina se sentía agradable, había un calor en el aire que hacía que la robusta ama de llaves tuviera su rostro sonrojado, pero aun así la estancia se sentía cómoda. De pie frente a la mesa, Francesca se afanaba amasando una mezcla homogénea sobre un reguero de harina.
- Pasa muchacha. Siéntate. – dijo señalando una silla frente a ella del otro lado de la mesa.
Sofía comprendió más el gesto que las palabras, pero aun así aceptó la invitación sentándose en la silla que le había señalado la mujer con las manos blancas por la harina.
- Pane. (pan) – dijo Francesca señalando las pequeñas bolas de masa que reposaban frente a ella.
Sofía comprendió de inmediato lo que la mujer le quiso decir.
- Pane. –respondió imitando a la italiana a la que le causó una enorme satisfacción demostrándolo con una gran sonrisa.
Francesca observó a su alrededor buscando con qué otra cosa sencilla podría continuar con su lección.
- Acqua. – dijo esta vez señalando una jarra llena de agua posada cerca de ella.
- Acqua. – repitió contenta de poder interactuar con el ama de llaves.
- Sei molto intelligente...
El acento de la mujer mayor hizo un poco difícil de comprender lo que quiso decir, luego de unos segundos de descifrar las palabras Sofía logró vislumbrar que de alguna manera la estaba alagando por su inteligencia agradeciéndolo con una sonrisa amplia y franca.
En los días sucesivos ambas mujeres se acercaron más, cada mañana Sofía bajaba temprano para compartir los quehaceres de la cocina; no tenía obligación de hacerlo, pero de esa manera hacia su vida útil además sentía que su soledad disminuía considerablemente, pronto comenzó a pensar en que ganando la confianza de la mujer podría descubrir sí había alguna oportunidad de escapar, de haberla no desperdiciaría el chance con otro escape mal planeado.

Mientras tanto en Roma el abogado Motta vivía su propio calvario, angustiado quería volver cuanto antes a Amalfi, no sólo por la necesidad creciente de ver a su nueva posesión, de una manera extraña le hacía falta revivir los momentos que había pasado a su lado, aparte también tenía una angustia creciente de que algo podría pasar durante su ausencia, ella podría escapar y poner en peligro de ser descubiertos a mucha gente.
- ¡Marco! – dijo Antonio a su lado alzando la voz.
- ¿Qué pasa Anto?
- ¿Cómo qué pasa? Desde que subimos al auto que te hablo, pero no me prestas atención.
Marco lo miró de reojo restándole importancia.
- ¿Qué decías?
- Te hablaba de tu esposa, Giannina debe sentirse mucho mejor para invitarme a cenar. Eso te decía.
- Ah sí. Esta mejor en estos días.
- ¡Ah, Roberto! – dijo Antonio en tono zalamero al chofer – Parece que nuestro querido Marco tiene la cabeza en otro lado últimamente...
El hombre no respondió, como siempre permaneció parco ante las intervenciones de los abogados que ya lo tenían acostumbrado a sus bromas entre ellos.
- Vamos Marco, ¿Qué es lo que te tiene así de distraído? – preguntó con más seriedad.
- Nada Anto... son cosas mías.
- ¿Cosas tuyas en Amalfi? – preguntó suspicaz.
Marco arrugó la frente mirando a su amigo y colega a los ojos.
- Para qué negarlo.
- Tienes que salir rápido de ese problema. -decretó más serio.
- Lo sé, tengo que salir de eso lo antes posible. Aunque no quiera. – dijo susurrando el final de la frase.
La mirada de Marco era fría mientras hablaba de su problema, Antonio por primera vez dudó de la capacidad de su amigo para salir bien parado de la situación.
- ¿Qué piensas hacer?
- Tengo que volver lo antes posible para llegar a un acuerdo.
- Eso es. – dijo Antonio más tranquilo – tienes que ir allí de nuevo, ofrecerle dinero para que no diga lo que pasó, la montas en un avión de regreso a su tierra y listo. Debes ser precavido, tienes que llevarla tú mismo hasta la puerta del avión para asegurarte de que suba a ese vuelo y de que no cometa ningún error.
- El problema, es que tengo que dejar de nuevo a Gia sola por unos días, más de los que me siento cómodo dejándola. No quisiera de irme ahora que se ha sentido mejor. Tengo que esperar unos días más.
- No debes dejar pasar mucho tiempo. Es más – dijo como si se le hubiera ocurrido la solución al problema - yo puedo ir en tu lugar. Así no dejas a Gia sola.
Marco lo miró considerando sus palabras, por un momento pensó que esa era una gran idea, pero recordó cuánto quería volver y sentir de nuevo la libertad que había sentido en los días que compartió con Sofía en Amalfi desestimando la propuesta.
- No
- ¿Por qué?
- Quiero hacerlo yo mismo.
- Vamos Marco, ¿no confías en mi para resolver esto?
- Confío en ti plenamente Antonio, lo sabes.
- ¿Entonces?
- Quiero hacerlo yo mismo, es todo.
- Pero ¿y Gia?
- Ella estará bien, esperare unos días más y luego iré a Amalfi.
- Mientras más tardes en resolver esto, más peligrosa se vuelve la situación – recordó Antonio con semblante muy serio.
- Lo sé Antonio, créeme. Pero tomaré el riesgo.
- Te recuerdo que no eres solo tú el que se está exponiendo.
Marco levanto las cejas expresándose casi mordaz.
- ¿No confías en mí para resolver esto?
Antonio se sintió cohibido ante la devolución de sus propias palabras.
– Baahh, hazlo como quieras.

*** Difíciles situaciones para estos personajes, difíciles decisiones que tomar porque nadie es totalmente bueno ni totalmente malo en la vida*** recuerda dejar una estrella y tu comentario.

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