Cada paso que Sofia daba hacia afuera se sentía como un nuevo desafío, miedo, alegría, ansiedad... todo se mezclaba en su interior haciendo que le temblaran las rodillas, era irreal pensar que con una simple petición su cautiverio tendría fin, era un final relativo porque había quedado claro que al final del día volvería a la antigua casa del acantilado, pero volvería con la certeza de que en un futuro muy próximo Marco la llevaría a un nuevo destino con la intención de vivir una vida lo más normal que las circunstancias podrían permitirle. ¿Qué más daba? ¿Acaso muchas de sus mejores amigas en su país natal no la habrían envidiado por terminar siendo la amante de un hombre como Marco? Era muy guapo, joven, educado y parecía tener mucho dinero... el partido perfecto según muchas jóvenes que ella había frecuentado en su ciudad, en la universidad mientras estudiaba para recibirse de enfermera... no era lo que quería para su vida, pero era una vida y eso era más que suficiente luego de creer en más de una ocasión que moriría de hambre, de sed o asesinada por la mafia rusa.
Pasar por primera vez los límites de la casa hacia afuera se sintió aterrador y a la vez emocionante. Sofia descubrió que había mucho más que rocas y encierro, había un mundo entero fuera de esa propiedad y era hermoso, hasta Marco parecía diferente, se veía sonriente y satisfecho. Viajaron con las ventanillas abajo, a pesar de que el aire todavía se sentía algo frio, el sol calentaba su rostro de una manera muy distinta de cómo lo hacía unos cientos de metros atrás dentro de los límites de su cárcel, el paisaje era muy diferente a lo que había visto en su tierra, el mar mediterráneo bordeaba la costa con un azul muy diferente al del caribe que ella amaba y extrañaba, pero no por ello menos hermoso.
Marco dejó que Sofia disfrutara el camino en silencio, la veía a su lado extasiada ante la sensación de libertad y el paisaje tan nuevo para ella.
Segundos, minutos, horas... no había manera de que Sofia pudiera medir el tiempo o la distancia que la separaba de la casa del acantilado, la estrecha carretera serpenteante se había encargado junto con los árboles y el paisaje de distraer por completo su sentido, Sofia dejaba que el viento le acariciara el rostro con ese aire de libertad que tanto había ansiado y que en algún punto había dado por perdido.
Marco aparcó el auto a un lado de la cera frente a una plaza, Sofia miraba todo a su alrededor dudando de su próximo movimiento ¿debía bajarse del auto? ¿o es que el paseo se limitaría a ver el pueblo por las ventanillas? No se atrevía a hacer ningún movimiento que pudiera hacerle creer a Marco que tenía alguna intención de escapar, ¿cómo podría si se sentía más perdida que nunca en aquel extraño lugar?
- Baja. -dijo Marco abriendo la puerta cuando Sofia lo detuvo tomándolo de un brazo.
- ¿Estás seguro?
- Sofia. Entiendo que es difícil para ti confiar en mí, en tu alrededor... pero entiende que la pesadilla está terminando, que es cuestión de poco tiempo para que comiences a vivir de nuevo. Nuestro hijo te va a ayudar a superar todo esto. -agregó con suavidad poniendo una mano sobre el vientre de la joven.
- Te prometo que no me voy a escapar, que no voy a correr o a gritar.
- No hace falta que lo digas, confío en ti. ¿Tú vas a confiar en mí?
La pregunta esperó un momento por su respuesta, en el corazón de Sofia se sembró en ese mismo momento algo parecido a la confianza que nació de la necesidad misma de confiar. Cansada de luchar se aferró al sueño del nuevo comienzo sintiendo renacer la esperanza
- Si. -susurró sonriendo tímidamente.
El paseo comenzó por las estrechas y antiguas calles de Amalfi, todo era nuevo, todo era desconocido. Incluso el simple hecho de caminar del brazo de Marco se sentía extraño porque nunca había tenido oportunidad de caminar escoltada por alguien que parecía querer protegerla evidenciándolo en lo fuerte que apretaba sus manos en torno al brazo masculino.
Sofia sentía el aire salobre cargado de antigüedad e historia, trataba desesperadamente de conectarse con el paisaje para no sentir que se diferenciaba tanto del entorno, los viejos muros de piedra que levantaban paredes centenarias reclamaban respeto y la obligaban a sentirse aún más humilde de lo que la vida la había hecho sentir anteriormente, la gente tan distinta con su apariencia mediterránea tan acorde con el paisaje que parecían haber estado allí desde siempre le recordaba a cada paso que ella era una extraña, una que maravillada observaba todo a su alrededor.
- A la vuelta de esta esquina vamos a encontrar un sitio muy interesante. -dijo Marco imitando un guía turístico.
- ¿Qué es?
- Es un museo.
- Ah. Cuadros de pintores famosos y esas cosas.
- No. De papel.
- ¿Papel?
- Si. Ya verás.
El sitio no impresionó mucho a Sofia, la primera impresión que tuvo fue de una casa muy vieja y sin mucho atractivo, nada que ver con lo que habría esperado de un museo en Europa, no se parecía en lo absoluto a lo que había visto en revistas de moda en donde las fotografías mostraban inmensos y palaciegos museos llenos de obras de arte de gente que no podía recordar sus nombres.
- ¿Es aquí? -preguntó evidentemente desilusionada.
- Si. ¿Qué esperabas?
- Algo más grande y bonito.
- Linda, nada más hermoso que la historia contada por sus propios testigos. Entre estos muros "Il museo della carta di Amalfi" puedes sentir que es casi un viaje en el tiempo.
- ¿Qué hacían aquí?
- Papel. -concluyó indicándole que entrara al museo junto a él.
La visita a la antigua fábrica de papel sirvió para distraer la mente de ambos flotando en la misma burbuja de tiempo que encerraba aquel espacio dejando atrás sus propias historias, relajados y tomados de las manos disfrutaron de las instructivas anécdotas que ofrecía el personal de museo.
Al salir de allí sus rostros se veían diferentes, además de haber aprendido milenarias técnicas para hacer papel sus expresiones eran placidas y relajadas, cualquiera que los veía los podría confundir fácilmente por una pareja de enamorados. Marco miró su reloj percatándose de que el tiempo vuela con increíble rapidez cuando no está pendiente de él.
- ¿Tienes hambre Sofía?
- ¡Muero de hambre!
- Te voy a llevar a un sitio donde vas a comer delicioso. Después seguiremos caminando.
- Lo de comer está bien, pero lo de seguir caminando... -dijo arrugando la frente.
- Estas cansada. Perdóname, es que estoy disfrutando tanto estar aquí contigo que olvidé que en tu estado todo es más pesado.
- ¡Todo es más pesado y el hambre es más fuerte! ¿queda lejos de aquí donde vamos a comer?
El comentario de Sofía desató la hilaridad de marco haciéndolo estallar en auténticas carcajadas que terminaron en un abrazo protector y un beso tierno en la frente.
- Me vas a gustar un montón.
- Pensé que todo había comenzado porque te había gustado.
- Me habías gustado para algo especifico... ahora me gustas para estar contigo.
El restaurante fue otra sorpresa para Sofía, otra vez haciendo uso de las revistas como referencia esperaba ver un sitio cerrado con mesas de manteles a cuadros y flores... pero era más bien una terraza rodeada por los más tupidos árboles de limones que había visto en su vida, sobre sus cabezas hileras de bombillas que se perdían entre el follaje de los árboles que a pesar de que aún era de día daban la impresión de estar en bosque encantado perfumado de hierbas aromáticas y comida casera.
De adentro de la cocina salió una agradable mujer de mediana edad con un delantal azul de apariencia muy limpia y un pañuelo blanco en su cabeza.
- ¡Bienvenidos! Yo soy Stella, y esta es la pizzería de Donna Stella. -concluyó orgullosa- siéntense donde gusten. Tenemos la mejor pizza de la costa así que lo que pidan será la mejor elección.
- Gracias. -declaró Marco sonriendo a la señora- verá, tenemos mucha hambre. Así que traiga lo mejor que tenga para comenzar mientras hace esa pizza tan deliciosa que sabe hacer.
- ¡Ah! Seguro que tienen hambre... pobre muchacha con esa carga, ¡traeré comida para los tres!
Sofia se sintió agradecida por el trato tan familiar y Cortez de la dueña del restaurante, era agradable dejar de sentir por un instante fantástico que su embarazo era un pecado concebido en el delito, en ese lugar y en ese momento era otra mujer embarazada a la que había que complacer y cuidar sin importar de donde venia o como había llegado allí. Si en adelante la vida iba a ser así no pondría reparos nunca más en ser la amante de un hombre casado.
Por primera vez concientizó que estaban solos en el restaurante, miró a su alrededor detallando cada complemento, los hermosos jarrones de cerámica pintados aparentemente a mano con brillantes colores al igual que las mesas. Frente a ella un Marco desconocido la miraba fijamente con dulzura.
- ¿Por qué me miras tanto?
- ¿Como no hacerlo? Eres tan hermosa.
- Cualquiera pensaría que me quieres enamorar.
- El amor es un mito Sofia. Es una obligación autoimpuesta que te ata a la otra persona sin dejarte opciones.
- Eso se parece más a lo que me pasó a mi contigo y...
- Y tú no me amas. Lo sé. Pero cada uno vive las cosas de maneras distintas. Para mí el amor ha sido una obligación, poco a poco se transformó de un sentimiento lleno de una luz encandilaste en una triste oscura atadura y no fue hasta que entraste a mi vida que lo comprendí. No puedo renunciar a ese amor porque, aunque retorcido sigue siendo amor, pero acepto mi realidad tal cual es.
- No entiendo.
- Tu eres mi libertad, Sofia... eres mi libre albedrio.
- Pero tú eres mi prisión, mi atadura.
Marco evaluó la situación buscando un punto de equilibrio.
- Entonces tenemos que aprender a amar de otra manera, un que sea buena para los dos.
Las palabras de Marco fueron interrumpidas por donna Stella que puso sobre la mesa cubiertos, servilletas y platos. Al retirarse la conexión volvió de nuevo entre ellos.
- Hablas de amor como si fuera algo abstracto a lo que se le puede dar la forma que convenga darle, la que uno quiera ver y adaptarlo a lo que convenga.
- Es la manera exitosa de ver la vida. Es lo que tú y yo necesitamos para dejar atrás toda esta manera retorcida que escogió la vida para acercarnos.
- Suenas como si de verdad quisieras que tuviéramos algo juntos.
- Lo deseo con todas mis fuerzas. Quizá ahora no me puedes entender, pero con el tiempo comprenderás mis motivos para hablar así. Por ahora basta con que sepas que tú eres la llave de mi propia prisión y yo quiero ser la tuya.
De nuevo donna Stella se interpuso entre ellos, esta vez con motivos de relevante importancia que dejaron atrás la discusión sobre el futuro y sus posibles conciliaciones sentimentales.
Frente a ellos una variedad de platos con distintos entremeses que hicieron agua la boca de ambos atrajeron toda la atención de la pareja, embutidos típicos de la región finamente cortados, quesos, aceitunas de varios colores... pocos minutos después una gran pizza humeante seguida por un cremoso postre que compartieron hasta dejar el plato vacío. En la mente de ambos la certeza de que lo mejor era dejar que el tiempo actuara por si solo dándole alguna forma posible a lo abstracto en sus vidas.
ESTÁS LEYENDO
Delitos del alma
General FictionQue pasa cuando la inocencia se consigue con la avaricia? Sofía, una joven con muchos sueños y ganas de superarse confía en las personas equivocadas. Es engañada llevada fuera de su país con la promesa de trabajo honesto y bien remunerado pero, nada...