Capítulo 16

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Giannina no paraba de dar vueltas, sola en su habitación no hacía más que pensar en que algo no andaba bien, la voz de Marco la última vez que hablaron tenía algo que ella misma no alcanzaba a descifrar, quizá fue el tono de su voz, o la forma de pronunciar las palabras... O quizá solo era su imaginación que le jugaba sucio poniéndola en contra de su marido. Con cada paso que daba en círculos un nuevo pensamiento aterrorizante llegaba a su mente, escenas en donde su amado esposo se divertía con otra gente, con otras mujeres, compañía alegre que ella no era desde hace mucho tiempo para él, en su mente, su marido fijaba su mirada tan magnética y atractiva en una mujer, una que seguramente se veía atractiva, bien arreglada, sexi, completamente distinta a ella que con el tiempo se había vuelto sosa y aburrida. Para su tortura las escenas dentro de su cabeza se volvía más y más despiadadas, la desesperación se tornó más intensa y con ello las imágenes se volvían más torturantes; Gia trataba a toda costa de no dejarse llevar, puso sus manos en su cabeza en un inútil intento de controlar esos pensamiento, pero a pesar de sus intentos solo veía a Marco dentro de su cerebro acariciando a esa mujer, besándola, haciéndola temblar de placer mientras ella pasaba sus días inutilizada por una enfermedad que estaba llevándola al punto de desear no estar viva, el aire se negó a entrar en sus pulmones haciéndola jadear, el desespero empeoró la angustiosa sensación de asfixia que se apoderaba de ella, quería calmarse, pero era inútil, ya había perdido el control.
- Marco... - susurró – Marco... - llamó de nuevo casi sin aliento.
Perdió el equilibrio, sus piernas como gelatina se negaron a sostenerla más tiempo, trató de apoyarse en una silla antigua cercana a su cama, pero lo único que logró fue caer al suelo inconsciente junto con el mueble.
Sentada en la cocina Martina hacia lo posible por decidir el menú de la cena de esa noche en medio de la interminable habladuría de Rosa que caminaba inquieta de aquí para allá ordenando las compras del día.
- Señora Martina, puede preparar el cordero como lo hizo la otra noche, al padre de la señora Gia le gustó mucho.
- Si. A mi esposo.
- Claro, claro, a su esposo. O quizá un risotto. -agregó pellizcándose el mentón en forma pensativa- esa receta es deliciosa, me la enseñó mi prima Chichina, la que cuida de la casa del señor Marco en Amalfi.
- Gracias Rosa. Lo tomaré en cuenta. – dijo con la poca paciencia que le quedaba preguntándose como su hija soportaba tanta habladuría de parte de la empleada.
- Pero si usted quiere yo la ayudo con una crema de verduras que es muy ligera...
- No... gracias, Rosa, ya se me ocurrirá algo.
- Bueno, pero sin querer entrometerme, porque sabe que no me gusta hablar de más, yo opino...
Un ruido estrepitoso en la planta alta de la casa interrumpió la catarata de palabras de Rosa, ambas mujeres se miraron a los ojos con el mismo pensamiento. Martina corrió escaleras arriba seguida por la empleada, el temor de que algo grave le pudiera haber pasado a su hija hacía que sus pies prácticamente volaran cortando la distancia que había hasta el cuarto de Gia, al llegar abrió la puerta buscándola con la mirada hasta verla inconsciente tendida en el suelo con la silla en la que trató de apoyarse sobre ella.
- ¡Giannina! – gritó acercándose rápidamente hasta ella.
- ¡Se desmayó! –dijo Rosa apartando el mueble que Martina había quitado de la frente de su hija.
- Busca ayuda Rosa... ¡Rápido!
Rosa obedeció de inmediato, salió corriendo en busca del padre de Gia que para esa hora de la tarde siempre paseaba entre sus manzanos dejando a Martina haciendo lo posible para reanimar a su hija; palmeaba su rostro, masajeaba sus brazos, pero nada la hacía volver en sí.
- Hija, despierta por favor...  - rogaba mientras buscaba indicios de que Gia hubiera podido atentar contra su vida.
Desde que Giannina fuera diagnosticada con manía depresiva o como lo llamaron los doctores, síndrome bipolar, la angustia más grande de su madre al igual del de toda su familia era que su estado llegara a ser tan grave como atentar contra ella misma, los doctores le advirtieron que podría llegar a suceder en caso de que dejara el tratamiento, y ya hacía varios años que lo había dejado por ese empeño de embarazarse y Martina temía lo peor. Pocos segundos después Doménico se presentó en la habitación, el miedo lo paralizó un segundo antes de correr hasta donde estaban su esposa e hija desvanecida.
- ¿Qué paso Martina?
- No lo sé. – respondió casi desesperada – yo estaba en la cocina... escuché un ruido y subí a ver qué pasaba, la encontré así.
- Déjame levantarla.
Doménico aparto a su esposa, con algo de dificultad nacida de su avanzada edad levantó a su hija en brazos para llevarla hasta su cama seguido por Martina a cada segundo más preocupada.
- Gia... - llamaba Doménico tratando de controlar su angustia – Hija bella, despierta.
- Y si se tomó algo Doménico... -soltó Martina pensando lo peor.
- ¿Qué dices? ¡Mi hija no haría eso!
- Ha estado muy mal en estos días.
- Tú no has ayudado, y no ayudas ahora tampoco, así que mejor te callas.
- ¡Rosa! – gritó Martina a la empleada que no se había movido de su lado extrañamente silenciosa.
- Dígame, señora.
- Busca alcohol, ¡apúrate!
La mujer se movió lo más rápido que sus nervios le permitieron, buscó una botella de alcohol que sabía que su señora tenía en su closet y un pañuelo.
- Tenga señora... mójelo y se lo pasa por la frente.
- Martina tomó ambas cosas, impregnó el pañuelo de la olorosa sustancia y comenzó a pasarlo por el rostro de su hija.
- ¿Qué haces? – preguntó Doménico exasperado – ¡la vas a asfixiar!
- Calla Doménico, eso la va a ayudar.
En efecto, Gia comenzó a volver en sí, movió la cabeza de un lado a otro gimiendo como cachorro asustado.
- Gia hija, despierta... - dijo Doménico tomándola de las manos.
- Papá... - susurró abriendo lentamente los ojos.
- Si bella mía, aquí está papá.
Doménico más calmado al ver a su hija abriendo lo ojos se sentó a su lado obligando a Martina a apartarse.
- Llama a Marco... -logró decir en medio de su debilidad.
- ¿Pero que tienes hija? ¿Qué te ha ocurrido?
- Llama a Marco...
- ¡Ya lo llamé! – Interrumpió Rosa entrando de nuevo a la habitación.
- ¿A Marco? – preguntó Martina confundida.
- No, al doctor. ¿Por qué, había que llamar al señor Marco? ¿Cómo iba yo a saber? Que yo sepa cuando hay un enfermo en casa a quien s e llama es al doctor, o es que ahora el señ...
- ¡Basta Rosa! – explotó Martina impaciente – Hiciste bien llamando al doctor, gracias. Pero ahora búscale un té a mi hija, ponle mucha azúcar; eso la va a ayudar a recuperarse.
La empleada no dijo ni una palabra más temerosa de un nuevo regaño, salió de la habitación en busca del encargo que le habían dado.
Martina dio vuelta a la cama para sentarse al lado de su hija, tocó su frente verificando sí se le había subido la temperatura comprobando lo contrario, Gia estaba muy fría, pálida y sudorosa.
- ¿Te sientes mejor Gia?
- Si mamá, no te angusties.
- ¿Pero qué fue lo que te pasó?
- No lo sé, nada más recuerdo que me angustié mucho... luego me sentí mareada y me caí.
- Pero ¿Por qué te angustiaste tanto Gia? – preguntó Doménico con la frente arrugada.
- No lo sé papa, sólo sé que quiero que venga Marco...
- Ah, Gia, acaso esto es porque Marco no ha regresado... -decretó Martina con desaprobación.
- Martina... - susurró Doménico en tono de advertencia – Para Giannina es muy importante que su marido regrese, se preocupa cuando no está a su lado.
- Lo sé, pero desmayarse por eso... ¡Nos asustó mucho!
- Perdón por asustarte mamá.
- No bella, no te tienes que disculpar. – tranquilizó Doménico a su hija mientras dedicaba una dura mirada de reproche a su esposa - ¿No es cierto Martina?
- Claro. – se apresuró a contestar – Lo importante es que tu estés bien.
- Papá...
- Dime amore.
- Llama a Marco.

Sofía se había quedado de nuevo sola, se sentía usada y violada, pero lo peor era sentirse traicionada por ella misma. Luego de satisfacer sus deseos, Marco salió de la habitación como las veces anteriores dándole un tierno beso en el rostro – descansa un rato, te veo abajo – dijo al salir de la habitación. ¿Descansar? Sofía no podía descansar, su consciencia le gritaba que era una sucia, una mujer sin escrúpulos que merecía todo lo que le estaba pasando, pensar en que todo estaría bien algún día era una vulgar mentira que ella por momentos quería creer desesperadamente puesto sabía que nada podría borrar lo que le estaba pasando, cada minuto compartido con ese hombre la haría infeliz por el resto de su vida, pensar en esa actitud sumisa que había tenido mientras la poseía como si fuese su dueño le ratificaba el hecho de ser una cobarde.
De nuevo la necesidad de limpiarse la invadió urgiéndola a meterse bajo la ducha. Luego de un baño en que al igual que las otras veces lavó su cuerpo y su alma, se vistió usando el viejo vestido y holgado de verano, luego regaló unos minutos de paz buscando comodidad en la silla de madera en donde antes se sentara Marco llevándola cerca de la ventana donde podía ver el hermoso paisaje y en donde se podía sentir con más fuerza la suave y fresca brisa que acariciaba su piel reconfortándola, en ese momento evaluó de nuevo las posibilidades de escapar, otra vez la misma conclusión... era imposible salir de allí, las palabras de Marco eran muy claras además de ciertas, ella no sabía dónde estaba, ni el nombre completo de su captor, además no tenía documentos para demostrar quién era ella y de dónde venía, definitivamente no tenía nada a su favor.
De pronto escuchó una música, era de nuevo el violín que había escuchado antes, tan dulce, tan reconfortante. Al igual que la primera vez, el sonido de las notas la transportaron a otro lugar, un lugar seguro en donde el dolor y la culpa no existían para ella, donde una inmensa dulzura llenaba su alma de amor y ternura balsámicas para su espíritu, un par de acordes, muchos acordes... Sofía había perdido la capacidad de medir el tiempo perdida en ese mundo paralelo; así como comenzó la música de la misma  forma sorpresiva  se detuvo, así mismo se esfumó la ensoñación en que se sentía tan bien viéndose obligada a regresar a su realidad. Sofía quería saber quién era la persona que tocaba, quien era capaz de hacerla sentir amada con solo tocar un instrumento, sin un rostro que mostrar, sin un nombre... se asomó rápidamente a la ventana, pero ahí no había nadie, era el mismo paisaje vacío que había visto desde su llegada, el amplio jardín, los rocosos acantilados y al final, el mar. De nuevo llegó a pensar que era algún duende o personaje mitológico desconocido cuya única misión era esparcir amor y ternura a las almas necesitadas inventado por su mente para hacer más fácil su existencia en aquel lugar.
Una vez que renunció a descubrir quién era ese ser capaz de tocar con tanto sentimiento dedicó una mirada cargada de desprecio a las bolsas que Francesca dejara en su cuarto en la mañana; Marco le había dicho que mandó a comprar esas cosas para ella y que si necesitaba más que las pidiera. Uno a uno fue sacando vestidos de verano como el que había usado esos días, pero varias tallas más pequeñas, había ropa interior, un par de pantalones de mezclilla, varias blusas que podía combinar y dos pares de zapatos. La juventud y la vanidad le ganaron reconociendo lo agradable que se sentía al vestirse de nuevo con ropa de su talla, al mirarse al espejo se sorprendió lo bien que le quedaba el pantalón que se estaba probando y las camisetas que Francesca había escogido para ella, sólo la molesto el saber que todo eso lo había mandado a buscar Marco y que él sería quien lo disfrutaría más, no quería lucirle atractiva, pero no quería seguir usando el vestido de Francesca, por un momento dudó y pensó en cambiarse de nuevo la ropa para vestir otra vez la holgada prenda para verse menos atractiva a los ojos de Marco, pero se arrepintió sabiendo que el usar o no aquella ropa no cambiaría en nada su situación.
Bajó las escaleras en silencio y con paso cuidadoso, no quería hacer ruido para evitar encontrarse con Marco antes de que pudiera llegar a la cocina en donde seguramente estaba Francesca, con ella a su lado sentía un poco seguridad, se había dado cuenta de que Marco le tenía algo de respeto y no se atrevería a hacerle daño en su presencia, pero al pisar el último escalón fue sorprendida por Marco que le bloqueo el camino interrumpiéndole el paso.
- Pensé que seguías dormida.
Marco le hablaba muy cerca, Sofía intentaba no hacer notar el nerviosismo que él le causaba.
- No. Yo no he dormido.
- Te ves hermosa vestida así... - dijo sonriendo con picardía.
Sofía no respondió, se limitó a mirarlo con desprecio.
- Ven conmigo.
La tomó suavemente de la mano guiándola hasta la terraza en donde tanto le gustaba pasar las tardes.
- Si quieres, podemos bajar y caminar un rato en la playa.
- No. No quiero.
- ¿Segura? Es un paseo bellísimo, sobre todo en esta época del año.
- Dije que no.
- Está bien, tú ganas. Será otro día.
Marco se veía relajado, su sonrisa era la de una persona realizada, conforme con su vida, en contraste con las facciones de Sofía que se veía demacrada y preocupada.
- Señor... yo quiero decirle algo.
- Primero que nada, no me llames señor. Usa mi nombre.
Sofía odiaba ese nombre, pero cedió suspirando para poder ganar su confianza.
- Marco. – dijo entre dientes – por favor, tiene que comprender que esto no puede seguir por mucho tiempo.
- ¿A qué te refieres?
Sofía no podía creer que ese hombre le preguntara a que se refería, parecía que la de ella era una situación normal que no tenía la menor importancia discutir, se tragó de nuevo su frustración y continuo.
- Yo sé que usted no confía en mí, pero le aseguro que sí me deja ir yo no voy a decir nada, no le voy a contar a nadie lo que me pasó y menos que usted tiene algo que ver.
- ¿Quién te dijo que yo no confío en ti?
Sofía dudo de lo que acababa de escuchar, pensó un segundo la respuesta.
- Es lógico que usted crea que lo quiero denunciar.
- No. – dijo como si fuera obvio – no pienso eso. Yo si confío en ti Sofía, sé que esperaras a que llegue el momento en que te puedas ir.
- ¡SI! -chilló- quiero volver a mi país, por favor ayúdeme.
- Todo a su tiempo Sofia. 
- ¿Cuándo será eso? – preguntó exacerbada.
- No lo sé. – respondió con sinceridad.
Para Marco no era fácil verla suplicando por su libertad, nunca fue un hombre injusto, por eso había escogido la profesión de abogado, era un luchador por la justicia y los derechos humanos, uno que se dejó enredar en la corrupción encandilado por el dinero y el poder. Sintió la necesidad de abrazarla, consolarla y hacerla sentir segura, pero sabía que ninguno de sus avances seria bien recibidos. Frente a él tenía una mujer hermosa, vulnerable que lloraba por una infinidad de razones, todas ella válidas, pero se consolaba pensando que él no fue quien la había llevado hasta ese destino, que por el contrario él había hecho lo posible para llevársela y evitar que cayera en manos de alguien que en realidad le pudiera hacer daño. Sintió la necesidad de acariciarla, pero al levantar la mano para llevarla a su rostro escuchó el repicar de su teléfono móvil guardado en el bolsillo trasero de su pantalón, inseguro de si debía hacerlo, dejó sola a Sofía en la terraza para responder la llamada.
- Pronto. –respondió en italiano.
- Marco.
- Doménico... ¿pasa algo?
- No, no. Ya todo está bien.
- Pero ¿le pasó algo a Gia?
La preocupación crecía rápidamente, rara vez su suegro lo llamaba cuando estaba de viaje, Marco comenzó a imaginar lo peor.
- Cálmate, Marco. Gia está bien, solo que sufrió un desmayo. Ella quiere verte, te llamo para saber si hay una posibilidad de que regreses antes de lo previsto a buscarla.
- Quiero hablar con ella.
- No se puede, está con el doctor.
- ¿Pero qué paso para que se desmayara?
- Parece que fue un ataque de ansiedad.
- Está bien, ya salgo para allá.
- Gracias Marco, le voy a avisar a Gia.
Marco desvió su mirada hacia Sofía que seguía de pie en la terraza seguramente pensando en argumentos para convencerlo de que debía dejarla en libertad. Suspiró profundamente, marcó un contacto en su móvil y esperó.
- Pronto. – respondieron al otro lado de la línea.
- Roberto, debemos volver.
- ¿Cuándo?
- De inmediato.
- Ya salgo a buscarlo.
Marco sabía que debía irse, nada en el mundo era más importante que Gia, pero esta vez las cosas no eran tan sencillas, tenía que dejar a Sofía allí, sola. Francesca se ocuparía. Caminó lentamente los pasos hasta acercarse a la joven, al verlo acercarse quiso hablar, seguir pidiendo y hasta suplicando si era necesario, pero una muda advertencia en los ojos azules de él la hicieron callar, el cambio de actitud en él era más que obvio, algo le había sucedido convirtiéndose de nuevo en el hombre inexpresivo y frio de días atrás haciendo que sus temores afloraran con más fuerza. Quedó prácticamente muda.
- Debo irme.
- Pero ¿y yo...?
- Solo procura no huir. De hacerlo te buscaría en cada rincón del mundo hasta encontrarte y te devolvería a Pavel. ¿Entendiste?
Sofía permaneció inmóvil ante la amenaza de Marco, nada mas de imaginarse de vuelta en Rusia su corazón parecía detenerse.
- ¿Entendido? – preguntó de nuevo levantando la voz.
- S... sí.
- Muy bien. – sentenció controlando de nuevo su tono voz mientras a lo lejos se escuchaba a Roberto preguntando por él al ama de llaves– adiós.
Marco dio la vuelta dejando a Sofía sola y confundida, se detuvo sólo para cambiar algunas palabras con su ama de llaves para luego salir de la casa sin siquiera voltear a verla.

Delitos del almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora