Capítulo 8

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- Buenas noches rosa. – saludó Marco a la corpulenta señora de mediana edad que lo recibió en la puerta.
- Buenas noches, señor ¿cómo está usted? – respondió sonriendo cortésmente la mujer mientras recibía el portafolios de mano de su patrón para luego cambiar rápidamente el semblante por uno más preocupado preparada para las preguntas de rutina.
- ¿Y mi esposa?
- Está en su habitación. 
- ¿Cómo pasó el día?
- Hoy ha estado peor, no sé qué le pasa, a mí no me ha querido decir nada por mucho que le he preguntado. No ha salido para nada y ha comido muy poco.
- ¿Poco o nada?
- Casi no ha probado la comida que le he llevado – dijo enumerando cada cosa que iba nombrando con sus dedos - Le llevé frutas por la mañana, le llevé consomé de carne a mediodía, le llevé un té de jazmín con pastel de frutas en la tarde...
- ¿No ha salido de la habitación en todo el día? – preguntó de nuevo incrédulo, interrumpiendo la verborrea del ama de llaves sabiendo que de no hacerlo hablaría sin parar.
- No.
- Gracias Rosa, voy a verla.
Marco se alejó con paso apresurado escaleras arriba hasta la habitación que compartía con su esposa, la amplia habitación de suaves colores rosa y blanco adornada con una espléndida cama con dosel no era más que el marco para la triste escena. Así como se había imaginado la encontró, recostada en un diván frente una televisión encendida, pero con la mirada perdida al frente, tocó la puerta suavemente para hacer evidente su presencia, gesto al que inmediatamente su esposa reaccionó espabilándose como quien está ensimismado y lo interrumpen.
- ¿En dónde está la más bella de las esposas? 
- Marco ¡llegaste! – dijo una muy delgada mujer a quien Marco se le hacía difícil asociar con su esposa, se veía demacrada, casi enferma.
No pudo evitar recordarla como era cuando se casaron diez años atrás cuando sus altibajos emocionales los justificaban con una personalidad inquieta y extrovertida, una joven llena de vida, de ilusiones y planes para el futuro para nada parecida a esa mujer con los ojos hundidos en sus cuencas y rodeados por círculos oscuros... Así era como se veía desde que había dejado su medicación, ya no quedaba nada de la mujer a la que amaba. El desespero comprimió su corazón haciendo difícil disimular sus sentimientos, todo aquello por la depresión. Ya los médicos le habían practicado pruebas, habían hecho estudios con diversos especialistas que llegaron a la conclusión de que todos sus síntomas, su apatía por la vida, así como sus momentos de euforia se debían a un trastorno bipolar que la llevaba a tener ese comportamiento cambiante e inesperado tanto de actitud como de ánimo que se exacerbaban cada día más con la imposibilidad de embarazarse. 
Marco se acercó a ella con los ojos llenos de ternura y consideración, se sentó suavemente a su lado acariciando su rostro con el dorso de su mano bajo la mirada agradecida de Giannina que se entregaba a esa agradable sensación como si fuera la más eficaz medicina.
- ¿Cómo pasaste el día?
- Más o menos.
- Me prometiste que hoy te levantarías...
- Lo sé. – respondió llenando sus ojos de tristeza.
- Eh, eh... ¿Qué pasa, por qué esos ojos tristes?
- No quería defraudarte de nuevo.
- Nunca lo haces. – aseguró Marco acariciando de nuevo su rostro.
- Es que no tengo fuerzas para levantarme.
- A ver, dile a tu esposo lo que te pasa.
Gia respiró profundo en busca de valor como si fuera a hacer una importante confesión.
- Es que estoy menstruando de nuevo. ¡Nada de lo que hago funciona! – se lamentó dejando correr un par de lágrimas sobre su rostro.
- Giannina... Mi amor.
Marco la abrazó ofreciéndole su pecho para que desahogara su frustración y su dolor, sabía que sería tiempo perdido si trataba de convencerla de que viera las cosas desde otro punto de vista, pensando así dejó que llorara cuanto quisiera, convencido de que eso le haría bien.
- Creo que ya nunca te voy a dar hijos... - dijo con vergüenza clavando los ojos al piso.
Marco se separó de ella lo suficiente como para levantarle el rostro delicadamente con una mano mientras que con la otra mantenía el abrazo.
- No te tortures más mi amor, sí no fue este mes será el otro, o el de arriba o sí no tiene que ser, entonces no será, yo te amo a ti, no a una persona que aún no existe.
- Marco, dices eso para que yo no me sienta mal, darte un hijo es lo que más quiero en la vida.
Pensó en decirle a su esposa que era tiempo de que tomara su medicación para esa enfermedad que la hacía sentir tan miserable, pero rectificó sus planes y prefirió posponerlos para una mejor ocasión en la que ella estuviera más calmada.
- Te lo digo porque es así, te amo con hijos o sin ellos.
- Oh, Marco... eres tan bueno conmigo.
Ambos se miraron a los ojos por unos segundos en los que el mundo se detuvo, dentro de ella la tristeza se aminoraba, dentro de él la desesperación y el cansancio crecían silenciosamente.
Alguien tocó suavemente la puerta sacándolos de su pequeña burbuja.
- Pasa Rosa. – respondió Marco corrigiendo su postura al igual que Gia que enderezó la suave bata sobre su pecho.
- Disculpen, pero quería saber si ya quieren cenar, como ya se va haciendo tarde y la señora no ha comido nada hoy, entonces quería saber sí...
- No Rosa. – interrumpió Marco - la señora Giannina y yo vamos a cenar fuera.
Gia miró a su marido sorprendida y evidentemente confusa a lo que él le respondió devolviéndole una mirada firme que no dejaba espacio para replica.
Roberto se encargó de llevar a la pareja a un restaurante en el centro de Roma en el que hizo reservaciones apenas Marco le comunico de la salida, cómo siempre ocupándose de cada detalle de lo que Marco necesitara.
- Te ves muy bien esta noche, ¿ese vestido es nuevo? – preguntó Marco una vez sentados uno frente a otro en una pequeña mesa adornada con flores frescas.
- ¡No amor! ¿No lo recuerdas? me lo puse el día de pascua...
Marco observó a su esposa con curiosidad para luego fingir una expresión de sorpresa.
- Claro... Ahora lo recuerdo. – mintió – Es que cada vez que salimos pierdo la memoria por lo bella que te ves.
- Vamos Marco... No seas zalamero – dijo Gia con los ojos líquidos de emoción.
- ¿Zalamero yo? – dijo señalándose a sí mismo - ¡Pero si es verdad!
- Yo también te amo. – dijo por toda respuesta la esposa que parecía volver poco a poco a la vida con las atenciones de su esposo.
Bajo el mantel Giannina buscó la mano de Marco para acariciarla cariñosamente.
- ¿Te gusta el lugar? – preguntó Marco.
- Si, sabes que es mi restaurante favorito.
Le jardín de Russie era por mucho un hermoso lugar, situado en la vía del babuino en roma era el lugar donde Marco sabía que a Gia le gustaba no solamente la comida si no también el ambiente, cuando la temperatura era agradable se sentaban afuera en la terraza, o como esa noche que prefirieron sentarse en el salón principal, Giannina parecía pertenecer a ese sitio, la decoración semiformal y al mismo tiempo relajada combinaba a la perfección con su imagen en su finísimo vestido de seda rosa pálido ribeteado en negro. Marco la observaba con los ojos llenos de cariño, era la mujer con la que había decidido pasar el resto de su vida, eso era muy claro, era sólo ese sentimiento que había comenzado a crecer en su pecho que lo mantenía incomodo en los últimos meses, ese sentimiento que más que llenarlo de algo lo vaciaba dejándole una sensación de que algo faltaba en su vida, quizá Gia tenía razón, quizá ya le hacía falta el hijo que ella tanto había arriesgado para darle pero que por una jugada injusta del destino se negaba en llegar. Deseaba ese hijo, pero más que al hijo deseaba ver a su esposa feliz, esa era su meta desde que se enamoró de ella cuando era sólo un adolescente de diecisiete años y la esperaba bajo su ventana a que ella de catorce se asomara a escondidas de su padre que no le permitía tener ningún pretendiente hasta que cumpliera al menos los quince.
De allí en más estuvieron siempre juntos, sus familias conocidas desde siempre aprobaron la relación de inmediato siendo los más felices cuando decidieron casarse luego de doce años de noviazgo. Los padres de Gia pensaron entusiastas que el matrimonio la ayudaría con el problema de su hija con su ya común depresión que había estado presentando desde hacía un tiempo.
- Marco. – le dijo Doménico el padre de Gia un día sentados bajo un árbol de manzanas. – Ustedes se aman, ¿para qué postergar lo del matrimonio? Mi Giannina se la pasa triste desde hace tiempo y es lógico. Los años pasan y ustedes no concretan nada sobre la fecha, las mujeres necesitan de esas ilusiones para estar contentas, además se ve que tu trabajo en el bufete en Roma es más que satisfactorio, ganas muy buen dinero, aparte de lo que te heredó tu padre.
- Lo sé, sé que ya ha pasado mucho tiempo desde que ella espera que le hable de la fecha para la boda, y creo que ya es tiempo, el retraso ha sido por mi culpa, no había querido llevármela lejos de ustedes hasta cuando yo no estuviera seguro de darle todo lo que ella se merece. Sí es eso es lo que ella necesita para que se sienta bien entonces se hará lo antes posible, no se preocupe, haré a su hija la mujer más feliz del mundo.
Seis meses después de esa conversación Giannina y Marco se casaron en la basílica de Santa Francesca Romana, un templo construido en el siglo IX, situado muy cerca del coliseo romano que daba la sensación de estar de vuelta varios siglos atrás en el tiempo llenando de magnificencia el enlace, Giannina envuelta en gaza y raso blanco unió su vida a la de su amado Marco pensando que todas sus preocupaciones y sus altibajos emocionales habían quedado atrás, pensando en que la vida sería perfecta a partir de aquel momento feliz.
Marco recordaba particularmente ese día en que ella se veía plena, se veía llena de vitalidad, en sus facciones se evidenciaba que la depresión había quedado atrás, que todo había pasado ya y que en adelante les quedaba una vida de felicidad y planes por hacer realidad que estaba seguro que su esposa compartiría con él, todas esas aventuras que él tenía en mente, viajarían, conocerían el mundo... Giannina había ganado unos kilos de peso en el transcurso de tiempo que duraron los preparativos para la boda, su cuerpo se llenó de curvas sugestivas haciendo que Marco además de sentir amor y cariño también había visto como crecía su deseo por ella haciendo de los primeros meses de matrimonio los más felices de la pareja.  La felicidad duró hasta cuando a Giannina se le metió en la cabeza la idea de ser madre algunos años después, allí comenzó el calvario.
- Gia, amor mío... debemos pensarlo bien.
- Ya yo lo pensé Marco, quiero tener un hijo, y si para eso debo dejar la medicación... Pues la dejo.
- Pero ¿Por qué ahora?
- Y ¿Por qué no?  Los años pasan para mí. Ahora o dentro de veinte años más tengo que dejar de tomar las pastillas, además, ya no me hacen fala, no ves que he estado muy bien.
- Si, y seguirás así sí te las sigues tomando, sí las paras te puede volver la depresión y los cambios de humor.
- No va a pasar. Confía en mí. – dijo seductoramente Gia a su esposo acurrucándose junto a él en la cama.
- Gia, Gia... que voy a hacer contigo.
Después de eso todo fue complicaciones, discusiones, desacuerdos entre la pareja, los médicos no recomendaban dejar el tratamiento para la bipolaridad. En una junta médica llegaron a la conclusión de que sí lo hacía era por cuenta de ella y que no se responsabilizaban de lo que pudiera suceder con su condición, explicaron que sí quería embarazarse debía dejar las drogas que la mantenían estable por lo menos tres meses antes de que intentara quedar en estado, luego de eso tenía que considerar el tiempo que probablemente le llevaría lograr concebir, luego los meses propios de la gestación... Todo el proceso podría durar incluso años y en esa cantidad de tiempo ella podría verse muy afectada, volverían los episodios de euforia seguidos por bajones emocionales en los que podría existir el peligro del rechazo al bebé, o incluso la posibilidad del suicidio tan común en las personas con ese trastorno. Pero ninguna advertencia fue escuchada por la joven, ella quería un hijo y eso tendría, aunque fuera en contra de la voluntad de toda su familia. 
Los cambios comenzaron a verse en poco tiempo, las primeras semanas luego de que Gia dejara el tratamiento comenzó a experimentar episodios de euforia, limpiaba su casa compulsivamente, lavaba una y otra vez los mismos platos excusándose con que había manchas en ellos, o que estaban llenos de grasa que solo ella veía, luego aspiraba durante horas en donde solamente ella veía polvo. Así cada día se entregaba a esas tareas que la obsesionaban sin control, Marco veía todo con decepción y dolor, la amaba y no podía verla sufrir de esa manera, lo peor era saber que el infierno solo estaba comenzando.
La música de un piano se escuchaba suave desde el fondo del restaurante, Gia y Marco estudiaban el menú por simple curiosidad puesto que ambos lo conocían casi a memoria y siempre pedían lo mismo.
- ¿Quieres probar algo diferente Gia?
La joven miró sorprendida a su esposo, la confusión se reflejó de inmediato en su mirada.
- ¿Tú crees que debo probar algo diferente?
- No. – se apresuró en contestar sabiendo el caos que esas simples palabras podrían desatar en su esposa– Es solo una sugerencia amor.
- ¿Y sí lo hago? Sí pido algo diferente y después no me gusta...
- No pasaría nada. Pero, de todas formas, era solo una sugerencia linda, no me hagas caso.
- Es que a mí me gusta el solomillo a la romana... - dijo excusándose.
- Entonces pídelo, amor. – Marco se esforzaba en parecer calmado, más en sus adentros se odió a si mismo por hacer aquella sugerencia, que estaba a punto de hacer llorar a su esposa.
- ¿Seguro que no importa? – preguntó Gia aun confundida.
- ¡Claro! De hecho, yo voy a pedir lo mismo.
Agradecido Marco vio cómo su paciencia rendía frutos, su esposa cambio de nuevo su expresión por una más relajada, de nuevo sus facciones se suavizaron y reapareció la sonrisa.
- ¡Entonces pediremos solomillo! – exclamó Giannina.
Cómo siempre la comida estuvo exquisita, el solomillo a la romana era la especialidad de la casa, Marco terminó la cena satisfecho anotando mentalmente que debía volver solo para probar el cordero al vino tinto que había llamado su atención.
- ¿Desean algún postre? – preguntó el mesonero que los había atendido durante toda la velada.
Marco miró a Gia esperando a que ella hablara primero para evitar otro conato de desequilibrio en Giannina, pero sabía que pediría un semifreddo de chocolate, como siempre.
- Si. – afirmó Gia con confianza, según ella para demostrarle a su marido que era capaz tomar decisiones – Queremos un semifreddo de chocolate. ¿Está bien amor? – preguntó esperando la aprobación de marco.
- Es el mejor postre del restaurante Gia, el mejor.
El mesonero se retiró discretamente por la orden de postre que Giannina había elegido
- Lo comerás conmigo. – sentenció luego de que quedaran de nuevo solos.
- No Gia, ¡mira cómo me puse con la cena! – dijo exagerando su expresión mientras reía y señalaba su abdomen bastante más plano de que quería hacer notar.
- ¡Dale, cómelo conmigo!
A Gia le brillaron por un segundo los ojos como antaño, cuando los síntomas de su trastorno bipolar no eran tan intensos.
- Está bien, tú ganas.
- Gracias. – respondió sonriendo.
- Sabes, recibí un nuevo caso.
- Cuéntame. – dijo interesada en escuchar a su esposo aun cuando no entendía nada de leyes ni de litigios legales que siempre le parecieron tan aburridos.
- Es una demanda, una gran fábrica de embutidos demanda a su compañía de seguros por incumplimiento de contrato. – resumió sabiendo que su esposa no haría más preguntas sobre el tema – El hecho, lo que quería decirte es que tengo que viajar para hacerme cargo del caso.
Giannina cambio por completo su semblante, la tristeza inundó de nuevo su mirada y las lágrimas amenazaron con brotar siendo contenidas a duras penas.
- ¿Cuándo te tienes que ir?
- En dos semanas.
- ¿Por cuantos días te vas esta vez?
- Cuatro, quizá cinco como máximo.
Giannina bajó la mirada como sí con eso pudiera evitar que Marco viera su rostro lleno de decepción.
- Eh... No te pongas así amor. – dijo tomando una mano de ella para estrecharla entre las suyas.
- Es que me siento muy sola cuando te vas.
- Lo sé, pero tengo que trabajar. Lo sabes Gia. Tengo una esposa bellísima a la que quiero darle siempre lo mejor, eso vale dinero.
- Pero ya tenemos más que suficiente... - dijo haciendo pucheros casi infantiles.
- Bueno, tenemos que asegurarnos de que no nos falte. Ya hablé con tu madre, los días que yo falte te iras a su casa. Te llevaras a Rosa para que te atienda. – sentenció.
- Ya arreglaste todo. – afirmó Gia en un susurro.
- Si amor, esta todo arreglado, no tienes que preocuparte por nada.
- Solo de que tú no estarás a mi lado.

Delitos del almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora