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—¿...Qué es?

—Pelea conmigo durante el día.

¿Una pelea?

Su cabeza se inclinó con asombro.

Puede que no lo recuerde, pero ya peleaban todos los días.

'¿Por qué quieres competir conmigo?'

—Debería saber cómo es la espada que me derrota todas las noches.

Él sonrió lentamente. Solo entonces se dio cuenta de que le contó algo parecido a un chiste.

Por alguna razón, su corazón se aceleró. Para ser honesta, ella realmente no disfrutaba pelear todas las noches, pero... No era que no pudiera hacerlo.

Mientras asentía, la sonrisa del Gran Duque se ensanchó. Se dio cuenta de que él podía sonreír más libremente en estos días.

Se tumbó en la cama blanda y la miró.

—Marion, Gran Duquesa.

Su corazón latía de nuevo. Ella instintivamente sostuvo su espada un poco más fuerte.

—No sabes la suerte que tengo de que estés aquí.

Hizo señas a un sirviente para que apagara el fuego. No fue hasta que la habitación se oscureció mucho que todo su cuerpo se sonrojó de vergüenza.

'Buenas noches, Víctor...'

***

La ropa que ordenó llegó tan rápido como se solicitó. Uno por uno, vestidos elaborados y, sin duda, caros fueron llevados a su dormitorio. Las criadas estaban asombradas.

—¡Señora, son tan hermosos! ¿Le gustan?

Miró el vestido de fiesta tachonado de perlas, encantada. Todo era tan delicado y hermoso que era asombroso decir que podía ser usado por humanos. Tenía miedo de tocarlo por miedo a romperlo.

Toda la otra ropa era la misma. Túnicas ecuestres bordadas con motivos dorados ornamentados, vestidos de noche de color amarillo pálido e incluso camisas decoradas con volantes elaborados para facilitar el movimiento. Nunca había visto ropa como esta antes.

Su puerta se abrió.

—Parece que tu ropa ha llegado.

—Su Excelencia.

Los sirvientes se detuvieron e inclinaron la cabeza.

Les hizo un gesto para que continuaran y miró a Amarion.

'¿Por qué está en mi habitación durante el día?'

—Te pondrás un ropa nueva hoy, Marion.

Él sonrió.

—Nos vamos de picnic.

***

Víctor la llevó a las afueras de la capital.

Se sentó en el carruaje, vestida con su camisa y pantalones recién hechos.

—¿A dónde vamos ahora?

—Si vamos un poco más lejos, hay un campo de entrenamiento para mis caballeros.

—¿No entrenan todos los caballeros en la finca?

—La mayoría lo hace, pero algunos se quedan en la capital para escoltar.

Ella asintió y miró por la ventana.

Mientras el carruaje cruzaba un camino polvoriento, recordó el día que había llegado.

El día en que se apoyó en la ventana y se secó las lágrimas en secreto.

AmarionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora