22

72 12 0
                                    

Regreso a casa en un verano perfecto.

El sol abrasador calentaba el cielo de la Capital. Las rosas del jardín estaban en plena floración, el telón de fondo perfecto para los atareados sirvientes que cargaban el equipaje en los carruajes.

Sudando de calor por primera vez en su vida, Amarion terminó de escribir su carta a Catalina.

[Me voy hoy a la finca Morte. Muchísimas gracias por todo. Estaré esperando tu respuesta.]

'Quizá su respuesta llegue a la finca.'

Cerró el sobre y se miró en el espejo. Parecía una mujer común y corriente en un viaje de verano, con una camisa delgada y botas negras que acentuaban sus esbeltas piernas.

Cuando usaba esta ropa, se sentía más incómoda que cuando usaba un vestido.

No había usado camisa y pantalones con regularidad en los últimos meses.

Al principio, solía pensar que se tropezaría y caería cuando usaba vestidos de dama. Pero ahora, se sentía incómoda sin uno.

Su puerta se abrió después de un breve golpe.

—Marion, ¿estás lista?

Víctor, que asomó la cabeza al interior, también se veía perfecto hoy.

Él sonrió mientras la miraba.

—Te ves como una marimacho cuando te vistes así.

Estaba avergonzada y envolvió sus brazos alrededor de su pecho.

—¿Es esto impropio de una Gran Duquesa?

—¿De qué estás hablando, Marion? Hagas lo que hagas es obra de la Gran Duquesa.

Rápidamente entregó la carta a sus doncellas. Víctor parecía estar de buen humor esta mañana, y ahora estaba sonriendo.

¿Estaría realmente bien dejar la Capital?

Dijo que se iban porque algo malo sucedió con su patrimonio.

Se inclinó hacia ella.

—Te pongas lo que te pongas, eres preciosa.

Él besó su mejilla suavemente.

—No sabes lo feliz que estoy de llevarte a mi finca.

Abrió la boca como una tonta y luego retrocedió. Podía escuchar a las sirvientas que estaban de pie detrás de ella riéndose.

'Había tanta gente que veía... ¡¡ahora se ha convertido en un hábito!!'

Mientras ella lo miraba, él sonrió dulcemente.

—Me gusta cuando eres tímida.

—¡Víctor!

—Sal cuando estés lista. Tenemos que despedirnos de los sirvientes.

Ella lo siguió, refrescándose las mejillas rojas con el dorso de las manos.

Cuando entraron al jardín, pudo ver el exterior completo de su hermosa mansión.

La mansión del León Negro, perteneciente al Gran Duque de Morte. En solo un par de meses, esta mansión ridículamente hermosa se había convertido en su hogar.

El despacho de la anfitriona, al que apenas estaba acostumbrada, la cocina que siempre olía bien, el estudio que frecuentaba y los toldos del jardín que le ponían solo para ella. Sus lugares favoritos le vinieron a la mente uno tras otro.

Todas las personas que la alimentaron, la vistieron y la trataron amablemente.

Se había sentido extraña cuando le cogieron la mano, pero ahora lamentaba haberse sentido así.

AmarionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora