Capítulo 4: Los Espacios Entre Mundos

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Amaia condujo en la dirección hacia la casa Delta, la tarde viéndose de un naranja oscuro, el eclipse pronto a ocurrir. Su mente era un caos, un revoltijo de emociones extrañas y oscuras. Nunca se había sentido de esa forma, como si una fuerza interior estuviese tratando de consumirla. Como si estuviese tratando de salir de ella y explotar pero a su vez como si algo le impidiese hacerlo.

Sin embargo, no podía dejar de pensar en Evelyn y su padre.

Realmente, Amaia no podía entender como le habían mentido todo este tiempo, porque según lo que había escuchado y lo que su padre y Evelyn habían admitido, era claro que la relación que tenían estaba ocurriendo mucho antes.

Amaia se sentía traicionada y herida. En retrospectiva, le dolía más la mentira que el hecho de que se estuviesen acostando. Obviamente, no es que le encantara la idea de su mejor amiga y su padre teniendo sexo. Aun así, podía entenderlo, a veces las cosas solo surgían, los sentimientos se volvían confusos y a veces simplemente por mucho que uno deseara que no estuviesen allí...

Lo estaban.

Amaia era experta en desear que ciertas cosas no estuviesen allí.

Así que lo entendía.

La mentira era lo que le molestaba. Le lastimaba que las personas en quienes más confiaba simplemente la hubiesen tratado como estúpida.

Odiaba sentirse estúpida.

Toda su vida se había sentido como si fuese una burla, una patética chica que ni siquiera podía mantener el control de su propia mente. Con Evelyn, siempre se sintió como ella misma. Nunca había tenido que fingir nada para que ella la aceptara. Nunca había tenido que pretender que no tenía sueños y pesadillas recurrentes. Nunca había tenido que ocultar que a veces escuchaba voces susurrando alrededor. Evelyn nunca la había mirado como si fuese un bicho raro.

Desde que Amaia la había conocido siempre sintió que no importaba que tan loca estuviese, Evelyn siempre permanecería de su lado. Por alguna razón, siempre sintió que podía confiar en ella. Casi como si así se suponía debía ser. Le dolía saber que su amiga no pensaba lo mismo de ella.

Y su padre, Amaia ni siquiera quería pensar en él, porque no podía evitar la voz que susurraba en el fondo de su cabeza.

¿En qué otras cosas le habría mentido?

Amaia no estaba segura de si quería saber la respuesta.

En ese momento, llegó a la propiedad de la fraternidad Delta y estacionó el auto en un lugar cerca de la entrada. La gran casa lucia como la típica casa de fraternidad en una ciudad como Boston. Construcción de madera bien tallada de dos pisos, ventanas en cada una de las habitaciones principales y un gran recibidor exterior.

La propiedad se encontraba muy cerca de un bosque de grandes pinos y frondosa vegetación dándole así una vista sombría. La cual era opacado por las luces fluorescentes de fiesta y la música electrónica a todo volumen. Así como por la sorpresiva cantidad de gente borracha para lo temprano que era.

En la parte superior de la casa se podía observar una terraza donde se visualizaba un gran número de personas con lentes de sol y numerosos telescopios. Amaia supuso que todos se encontraban allí arriba con la intensión de ver el eclipse que ocurriría en cualquier momento.

Suspirando, bajó de su auto y se dirigió hacia la fiesta.

Trató de relajarse, de disminuir la ira oscura y poderosa que la embargaba. Trató con todas sus fuerzas de desechar esos pensamientos tumultuosos y enojados. Su mente era una niebla oscura que giraba y giraba cada vez haciéndose más grande.

Un Mundo de Sueños Oscuros y ResplandecientesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora