Capítulo 1: Sueños Salvajes

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    11 años después

Amaia se despertó, el sonido de la alarma perturbando su profundo sueño. Se preguntó si era completamente necesario ir a la universidad. No entendía porque había aplicado para esa clase un sábado a las 8 am. Deseo volver el tiempo atrás y golpearse por estúpida.

Con pesadez se levantó, el espejo enfrente de su cama mostrándole su reflejo. Su cabello rubio casi blanco estaba como si alguna ave hubiese anidado en él. Las bolsas en sus ojos viéndose más prominentes. De nuevo había tenido esos sueños extraños y hermosamente terroríficos.

Asi había sido los últimos 11 años.

Amaia no recordaba un día que hubiese dormido en paz. Por un tiempo, había tratado de mantener en secreto sus sueños salvajes (asi les había llamado) porque sabía que su padre descubriría que no había hecho caso a su orden y seguía leyendo historias que alimentaban a su imaginativa mente.

O al menos, eso se imaginó que él diría.

Por tanto, trató de ocultarlo durante un tiempo. Tres años, fue el tiempo que soportó. Para su cumpleaños número trece había tenido una pesadilla tan horrible con algo que le describió a su padre llorando y aterrorizada como "arañas de sombras".

Su padre, Eric Vogel, había colocado una expresión de piedra. La había acercado hacia él y abrazándole, le susurró que estaba a salvo y nunca permitiría que alguien la lastimara.

Al día siguiente, su padre había decidido llevarla con un profesional para intentar tratar sus pesadillas. La terapia había ayudado un poco, principalmente entorno al miedo paralizante que a veces le producían. Sin embargo, los sueños seguían apareciendo. Con los años, empezó a tomar medicamentos para dormir pero estos no estaban surtiendo efecto.

Con el paso del tiempo, había aprendido a vivir con sus sueños salvajes. Los había aceptado e incluso había creado una especie de juego catalizador. Cuando se despertaba, identificaba que tipo de sueño había sido. 

Tenía tres tipos de sueños.

Los hermosamente mágicos; donde observaba criaturas y paisajes hermosos y brillantes llenos de vida y lo que había pensado solo podía ser magia. Donde usaba ropas de cuentos de hadas y caminaba por los extraños y misteriosos lugares.

Luego estaban los terroríficamente misterioso, en estos, criaturas horribles la perseguían tratando de llegar a ella, como si estuviesen desesperados por encontrarla, porque estuviese a su lado. Como si ella fuera parte de ellos y la necesitaran. Amaia los había titulado de esta forma porque aunque eran pesadillas horribles que la dejaban paralizada, había algo que la hacía obsesionarse con ellos.

Y por último, estaba ese tipo de sueño, el que no había logrado identificar. Aquel que era una mezcla de ambos, donde sentía la magia y hermosura del mundo con el que soñaba, pero a su vez sentía desesperación y ese constante sentimiento de pérdida y confusión.

Para Amaia, a veces ese era el peor, porque en ese sueño siempre observaba la espalda de un hombre. O al menos, en los últimos años era un hombre. Con el tiempo, empezó a notar que a medida que ella crecía la figura misteriosa de su sueño lo hacía con ella. Se preguntaba si eso era normal, si a todas las personas les pasaba. Sin embargo, lo más frustrante de ese tipo de sueño era que cada vez que intentaba llegar al chico, se despertaba. Lo único que siempre observaba era su cabello color oscuro y su espalda ancha. Muchas veces había intentado hablarle, pero su voz nunca salía.

Lo odiaba.

La noche anterior había tenido uno de esos sueños.

Terminando de levantarse se dirigió al baño a ducharse y arreglarse para dirigirse a su clase de idiomas antiguos. Se preguntaba porque había pensado que una clase de latín a las 8 am un sábado era una buena opción de asignatura electiva. Consideró que definitivamente estaba demente. Al menos, su amiga Evelyn estaba igual de loca que ella pues aceptó unirse a la clase.

Un Mundo de Sueños Oscuros y ResplandecientesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora