Capítulo 31: Ven Conmigo a la Oscuridad

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Amaia sintió ser lanzada hacía atrás con un fuerte ímpetu, su cuerpo abandonando el mágico espejo. Respiró duramente, como si hubiese estado mucho tiempo sumergida en espesa agua. Sus pulmones lloraban por la sensación de ahogo, sus ojos picaban y su corazón no dejaba de latir. Su mente navegando a toda velocidad, las imágenes de lo que había visto repitiéndose en su memoria. El conocimiento de lo que había descubierto asentándose en su corazón.

Amaia miró hacía el espejo, el rostro pacífico y enigmático de Alana le devolvía la mirada. No estaba segura de que había visto, si era una visión del pasado, algún tipo de recuerdo o simplemente la representación de la verdad por parte del espejo. Lo único que sabía era que su mensaje estaba claro.

–Yo debo... – Ella se detuvo ni siquiera podía decir las palabras. – Darian debe...

Alana asintió con tristeza.

–La vida que Lugh no pudo tomar de Morrigan, Darian tendrá que tomarla de ti.

–Pero yo, no entiendo... – Ella negó, las lágrimas invadiendo sus ojos.

El miedo y horror haciendo estragos en su cuerpo. Esta vez, ella no las detuvo y dejo que se deslizaran a través de sus mejillas manchándolas.

–Lugh había escogido a su elegido desde hace siglos directamente del Pozo de las Almas. – Contó el espejo. – Sin embargo, el poder de Morrigan no lograba ajustarse a ningún alma mortal. Apenas que su magia de muerte y oscuridad la tomaba, se extinguía. Los dioses debieron crear un alma específica para que la llevara. El problema de crear un alma que no está destinada a existir, es que no tienes un recipiente donde colocarla.

Amaia frunció el ceño viéndose confundida. La lagrimas aun cayendo de sus ojos en una sinfonía triste y silenciosa.

–¿Qué quieres decir?

De repente, el espejo la miró con tristeza.

–El linaje Vogel estaba destinado a morir con tu madre. – Confesó el espejo. – Así el destino lo había previsto, no importaba cuanto rezara a Dea Dana o Aine, no importaba los rituales que hiciera, las diosas no le concedieron un hijo a Alana.

Amaia sintió como se mareaba, las náuseas invadiéndola.

–Luego, los banshees surgieron, el tiempo que Dea Dana y Dagda habían dado acabándose. La guerra estaba extendiéndose. La destrucción y pesadillas azotaban el continente. Con el tiempo, tu madre olvidó su deseo de ser madre. Sin embargo, un nuevo deseo surgió. Necesitaba detener a los banshees antes que consumiera a su nación y su mundo. – El espejo se movió como las ondas del agua al lanzar una roca y en su reflejo otro recuerdo se mostró.

Esta vez, se veía a Alana de pie en uno de los jardines del palacio, llevaba un gran vestido negro que se mezclaba con las sombras del lugar. En su cuello y muñecas, joyas moradas brillaban y sobre su cabeza su corona con la media luna en el centro. A su lado, una mujer de cabello negro y un rostro que de alguna manera le recordaba a Amaia al de Kenna y Kaira, se movía extendiendo una serie de objetos sobre unos símbolos grabados en el suelo. La luna llena brillaba sobre el cielo estrellado de Iterum dando a la visión un toque macabro.

–El alma de uno de los elegidos no había sido dada, así que la magia de los dioses me impedía dar las respuestas que tu madre buscaba. – Contó el espejo. – No dispuesta a rendirse y observando el desastre que los banshees habían traído, tu madre citó a Melantha Darkness, una bruja en quién confiaba y que dirigía el ducado de Dolent. Melantha había venido a la ciudad por reuniones en la corte. Así que, Alana le pidió que hiciera un ritual de invocación. – El rostro casi etéreo de la Alana en el espejo moviéndose con la magia. – Invocaron a cualquier dios que pudiese ayudarlas con sus problemas y solo una apareció.

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