Darian se encontraba en su cabaña en el bosque, sentado en frente de la chimenea de la sala de estar que con su fuego ardiente volvía la habitación acogedora. Un taza de café se posaba en su mano. El rey no recordaba porque estaba allí. Sin embargo, ese sentimiento de tristeza y pesadez reinaba en su pecho. Por alguna razón, decidió levantarse del suelo de madera y tomando su abrigo se dirigió fuera de la cabaña con destino al bosque. Caminó alrededor del riachuelo, recorriendo el tranquilo y mágico lugar en busca de consuelo.
Por mucho que lo buscaba no lo encontraba.
Darian.
Una voz llamó a su izquierda, con rapidez el rey se giró y como era de esperarse, no observó nada. Suspirando negó con su cabeza. De repente, un destello blanco brillo en su periferia y antes de que el pudiese girarse del todo, ya se había ido. Frunciendo el ceño, se dirigió hacía el lugar donde había observado el destelló blanco. Esta vez, lo observó a su derecha pero tan rápido como el anterior desapareció.
–¿Quién está allí? – Preguntó.
Darian.
Llamó de nuevo la voz con un timbre que le era familiar pero a la vez desconocido.
Encuéntrala. Estas muy cerca.
–¿Quién eres? – Intentó de nuevo.
De repente, el destello blanco en su periferia brilló más prominente y él lo notó. No era un destello, era el movimiento de un cabello rubio tan blanco como la luna.
Solo existía un solo ser que él conocía con ese color de cabello.
Darian corrió.
...
Darian se despertó sobresaltado tomando una bocanada de aire como si hubiese estado sumergido en el fondo de un frio lago. Se giró tomando una de sus armas, ligeramente perturbado por la habitación desconocida. Lentamente, recordó donde se encontraba.
Estaba en Esus, en el palacio de Iterum. En la habitación que le habían asignado.
Inhalando por su nariz, se sentó relajando su pose de pelea y calmando su corazón. Desde que tenía memoria siempre había tenido problemas para dormir. Primero, por los sueños que lo habían conectado con Amaia, dándole pistas de quién podía ser. Luego, con pesadillas de su muerte. Por lo general, siempre soñaba con que se encontraba vagando por un lugar oscuro, buscando por ella sin encontrarla. Bestias persiguiéndolo, recordándole como la había matado, el daño que le había hecho. Siempre se levantaba gritando de esos sueños.
Sin embargo, este había sido diferente. No había sido exactamente desesperante, solo se había sentido como una especie de premonición. Recordó su encuentro con Aine y las cripticas palabras de la diosa del amor.
Darian negó, estaba pensando en tonterías, conectando hechos que no tenían relación. Probablemente, la visita de Aine se debía a que los dioses querían recordarle que lo estaban vigilando. Desde la muerte de Amaia, había dejado de adorarlos. No asistía a los rituales ni daba ofrendas para ellos. Aun le sorprendía que los dioses no habían actuado ante sus desplantes. Sin embargo, la visita de Aine seguramente era la forma de ellos de decirle que aún lo miraban y estaban midiendo cada uno de sus actos.
Con un gruñido Darian se levantó.
Había perdido el sueño y no se quedaría en su cama dando vueltas mientras sus desesperados pensamientos lo invadían. Se colocó uno de sus abrigos y tomando un pequeño cuchillo se dispuso a abandonar su habitación. No le sorprendió encontrar a unos guardias vigilando su puerta, luego de una discusión un tanto amenazante con ellos lo dejaron vagar solo por el castillo.
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Un Mundo de Sueños Oscuros y Resplandecientes
FantasyAmaia Vogel siempre había tenido sueños extraños. Desde sus 11 años sus horas de descanso se habían convertido en una proyección de imágenes de un mundo mágico y encantador que terminaban con ella despertándose en horror por sus terribles pesadilla...