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¿Sabían que el sabor amargo es el más desagradable de los sabores básicos? De acuerdo con los investigadores de la biología evolutiva esto se debe a que en muchas culturas se interpreta como un mecanismo de defensa para sobrevivir a los envenenamientos ...

Y ya que hablamos de envenenamientos, ¿saben qué puede envenenar el corazón de una chica que ha estado en coma durante más de un año?

Las pesadillas.

A diferencia de los sueños que dejan un sabor de boca delicioso aún tras el despertar. Las pesadillas son amargas, pequeñas dosis de veneno que van apoderándose de todo a su paso, como una plaga apocalíptica o un ejército romano. Encerrando a los sueños en calabozos custodiados por los monstruos de la infancia que habían sido sepultados bajo los recuerdos, esclavizando a los pensamientos, obligándolos a proyectar cosas terribles en los momentos menos apropiados, como cuando visitas a tu terapeuta o cuando los médicos intentan hacerte una resonancia magnética y en lugar de quedarte quieta comienzas a gritar porque sientes que alguien trata de matarte, ya saben, cosas por el estilo.

En algunos casos, los soldados mentales comandados por el coronel Hemisferio Izquierdo se imponen ante ellas con sus espadas de lógica y escudos de sentido común logrando detenerlas a tiempo, obligándolas a huir a los rincones más inhóspitos donde no puedan hacer daño. Luego los paramédicos trabajan a toda velocidad con los arquitectos para curar y reconstruir el cerebro y que cuando este despierte, la pesadilla sea apenas perceptible.

Pero, hay otros casos, como el mío. Donde los soldados fueron aniquilados, ¡PUM!, hechos polvo. Los habitantes del Hemisferio Derecho, que siempre fueron pacifistas, como hippies de los 60's, no representaron amenaza alguna, sus canciones y poemas sobre el amor tan solo causaron risas entre las filas del enemigo, que ni tarde ni perezoso liberó a su monstruo más terrorífico: el miedo.

El miedo se alzó imponente sobre ellos, sus garras afiladas arrancaron gargantas que jamás podrían volver a cantar; aplastaron los monumentos a los cuentos, incendiaron los campos de anhelo y todo quedó en completa oscuridad.

Claro que nada de esto está documentado, pero apostaría mis ahorros a que eso fue lo que sucedió o ¿sucedería?, justo después de que al fin abrí los ojos, esta vez de verdad.

¿Qué si me sentí feliz por regresar al mundo real? Supongo que sí, aunque no tanto como mis padres que volaron de Nueva York apenas recibieron la noticia.

Y antes de que los juzguen por no estar a mi lado en ese momento, déjenme decirles que yo no lo hice. Estuvieron pegados a mi cama de hospital los primeros meses; mamá prácticamente se había mudado conmigo, apenas y permitía que Lany la reemplazara una que otra noche para que ella pudiera dormir en una cama decente. Pero el tiempo pasó y mi estado era exactamente el mismo, a diferencia de la cuenta del hospital que aumentaba a gran velocidad como las acciones de Google en la bolsa de valores.

Tuvimos suerte de recibir un fondo de ayuda para cubrir los gastos, provenía de una acaudalada familia de California, probablemente filántropos o quizá empresarios que hacían ese tipo de acciones para deducir impuestos, no importa. El punto es que cubría mi "estancia" en el hospital y los honorarios del doctor Dimitri Jones, un reconocido neurocirujano quién años atrás atendió a otro joven en una situación similar a la mía.

Mis benefactores, también pagaron a un par de enfermeras que me cuidarían por el tiempo que estuviera fuera de circulación, para que mis padres pudieran retomar sus vidas y aunque al principio se negaron, entre médicos, terapeutas y no sé cuántas personas más, los convencieron de que lo mejor que podían hacer por mi era continuar para que cuando yo despertara no me ahogara en la culpa de haber arruinado sus vidas; que ellos pudieran estar sanos física y emocionalmente, porque cuando eso ocurriera, yo los necesitaría más que nunca.

Amargas PesadillasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora