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No puedo estar 100% segura de lo que mis sentidos captaban, pero podría apostar a que escuché a Feng tragar saliva y una gota de sudor deslizarse por su frente. Sentí sus fuertes brazos manipularme, depositando mis pies con cuidado en el suelo, como si de verdad le importara no hacerme daño.

— Volviste antes Alex — exclamó Feng.

— Y tú deberías irte.

Apenas estuve de pie, mis ojos (aún borrosos) se cruzaron con los de Kyle y a diferencia de su actitud valiente hacía poco en el interior del restaurante, esta vez parecía asustado. Incluso creí leer una especie de: te lo dije, tu novio es el malo. Asomándose tras sus pestañas.

Divisé una mano estirarse hacia mí, me aferré a ella. Me pregunté si todos los demás también podían ver las chispas que danzaban entre su mano y la mía ... Alex.

— El que debería irse es otro — dijo Mizuki quien acaba de sacar su arma por la ventana y apuntaba a mi salvador.

— Cuidado señorita — dijo una nueva voz — antes de que dispares habré insertado tres balas en tu cabeza.

Era Melanie, estaba de pie del lado del conductor, apuntándole a Mizuki, quién miró a Kyle, a mí y finalmente al otro auto, tres chicos más estaban apuntando a los hombres de la japonesa.

— Suelta el arma — dijo Kyle — vámonos.

Mizuki pareció pensárselo, pero entonces se escuchó el sonido de las sirenas a lo lejos. Su maquiavélico cerebro debió calcular las probabilidades de hacerse pasar como una víctima ante las autoridades, que apenas estuvieran lo suficientemente cerca no dudarían en disparar a la amenaza visible, es decir, los europeos.

La mujer soltó el arma, rebotó contra el suelo.

— ¿Y ahora qué? — preguntó Mizuki.

— Alex, tenemos que irnos — murmuró un chico a su espalda.

— Ahora considérense afortunados y lárguense.

Sin darle tiempo para cambiar de opinión Feng rodeó el auto, en cuanto Melanie se apartó, subió al volante. El motor rugió y antes de poder contar hasta cinco, ya estaban desapareciendo por la avenida.

Sentí que mis pies se levantaron del suelo, mis sentidos apenas estaban recuperando el control. Escuché voces, pero no les presté atención.

Alex me subió a la parte trasera de uno de los autos, dos de sus amigos lo hicieron adelante y los otros dos nos seguían de cerca en otro vehículo.

Poco a poco la claridad volvió a mi mente, acompañada del recuerdo de un sueño, aquel en el que había ido a buscar a Alex a casa de sus padres, donde había negado conocerme. Recordaba cada pensamiento que tuve, así como la desilusión de que nuestro encuentro no fuera nada mágico ni romántico. Alex no me cargó en brazos como a las princesas de los cuentos, no me besó apasionadamente y ... esta vez tampoco lo había hecho.

Lo miré de reojo, sus piernas largas, el pecho firme. Su bronceado permanente, la barbilla con hoyuelo. Tenía aún más cicatrices de las que recordaba. Su cabello castaño un tanto más largo que en nuestro último sueño, pero con los mismos reflejos caramelo.

Maldita sea, ¿por qué tienes que ser tan guapo?

Y luego de tragar saliva y carraspear la garganta para asegurarme de que mi voz no se hubiera quedado en el restaurante, hable:

— Quiero bajar.

Sus ojos grises me miraron, primero con sorpresa y luego con algo parecido a la indignación.

Amargas PesadillasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora