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Al día siguiente, luego de volver a hacer el amor, desayunamos e invertimos parte del día conversando desde cosas banales y recuerdos de sueños. Hasta poniéndonos al tanto de nuestras vidas. La más interesante para mí fue el conocer cómo Alex había tomado el rol del especialista.

Tanto sus habilidades personales como su carisma y capacidad de persuasión fueron evidentes desde niño; podía darse el lujo de hacer cualquier travesura sin ser reprendido por sus padres quienes culpaban a sus hermanos mayores.

Con el tiempo su talento con las armas se hizo evidente, aprendió a manipular todas y cada una de ellas; otra de sus habilidades era el sigilo. Desde edad temprana su padre evitó que fuera fotografiado por los medios, principalmente para que su talento pudiera ser explotado más adelante en la responsabilidad que depositaría en sus hombros y en el que era realmente bueno, mejor que el resto de sus amigos y no porque él lo presumiera, sino por el reconocimiento recibido por el resto de las familias europeas al finalizar cada misión en la que participaba, su éxito era casi perfecto el 95% de las veces.

Ignoré todas las llamadas de Nick ese día, sabía que le debía una explicación sobre lo que mí yo borracha hizo la noche que nos embriagamos con tequila, pero también estaba consciente que este no era el mejor momento para hablar.

Aunque tenía claro que le diría que nuestra relación era imposible, esperaba que cuando tuviera que hacerlo, la amistad no estuviera del todo dañada. Además, también necesitaba tantear el terreno con Alex respecto a mi relación con Nick. A pesar de que quedáramos como buenos amigos, Alex quizá podría sentirse incómodo con esa relación si supiese que él sentía un gran afecto por mí y ni hablar de que lo había besado.

Cerca de las dos de la tarde, Alex recibió una llamada, empezó a hablar de cosas de comida, probablemente se ponía de acuerdo con sus amigos para algo. Pensé en volver a preguntarle cada una de las palabras clave para poder hacerme tarjetas y repasarlas.

Cuando colgó, se acercó de regreso a la cama con una mirada lobuna en la cara. Mi estómago dio un brinco apenas leí sus intenciones. Sonrió y yo me derretí.

— ¿Tus amigos? — tragué saliva conforme él se inclinaba.

— Mi madre.

El calor se desvaneció como si me hubieran echado encima un balde de agua fría.

— Ah.

— Quiere que vayamos a comer — me miró, burlándose de la mueca que estuviera haciendo —, hoy.

— Alex ... yo ... no sé si sea buena idea.

— ¿De qué hablas?

— Tu padre me odia, me odió en sueños y me odiará despierto.

Se carcajeó como si de verdad hubiera dicho algo gracioso.

— No te odia, ni siquiera te conoce.

Me crucé de brazos, a él no le importó y me los descruzó con una facilidad sorprendente. Luego me lamió el lóbulo de la oreja derecha.

— Por favor — susurró en mi oído, sus palabras me estremecieron de pies a cabeza —, por mí. — Volvió a lamerme, esta vez el cuello —, prometo compensártelo.

— ¿Ah sí?

— Sí, justo ahora.

Está demás decirles que ¡claramente perdí esa batalla! Y acabamos por ir a comer a casa de sus padres.

A diferencia de la tarde anterior, esta vez Alex me dio todo un recorrido por la casa y aunque la distribución era distinta de la que recordaba en sueños, el mobiliario y la decoración me resultaron más que conocidos.

Amargas PesadillasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora