Capítulo 27: Viejos recuerdos.

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Un pequeño niño de cabellos oscuros corre por la pradera, mientras es seguido por un gran perro negro. El animal lo atrapa, haciéndolo rodar por una colina baja, cayendo sobre el frondoso pasto, pero esto en vez de asustar al niño, lo hace reír.

— Ya basta, ADN— El pequeño se quejaba entre risas, mientras el gran perro lamia su rostro, emocionado— Me estás dejando todo babeado.

— ¡Juxta! — Escuchó su nombre, proveniente de una casa en las colinas— ¡Está listo el almuerzo!

— ¡Ya voy, mamá!

Juxta y el perro se levantaron de inmediato, y luego de limpiar su ropa sucia por la tierra con sus manos, fueron corriendo a la gran casa color lila. Dentro, su madre lo esperaba, terminando de colocar la mesa. Juxta no pudo evitar notar que otra vez, solo había dos platos sobre esta última.

— ¿Papá no subirá a comer? — Preguntó curioso, sentándose en la silla designada para él.

— No, aún tiene mucho trabajo que hacer, y antes de sentarte ¿Lavaste tus manos? — La mujer preguntó, alzando una ceja en desaprobación.

— Ups— El niño contestó, para luego ir corriendo al baño.

Cuando volvió, la comida ya estaba servida, sonrió, su madre le había hecho su plato favorito, lasaña. Se sentó con gusto a comer.

Su madre era una mujer cálida y calmada, además de muy hermosa, sus cabellos lacios caían sobre sus hombros hasta llegar a su cintura. Eran tan negros como el petróleo. Juxta había heredado estos últimos, pero algo más salvajes y desordenados, producto de las hojas y la tierra, obtenidas cada vez que salía al campo a jugar.

Su madre se ganaba la vida cazando animales y vendiendo su carne, algo muy contrario a lo que hacía su padre para vivir, quien era un científico reconocido en su campo.

Terminó de comer y ayudó a su madre a llevar los platos al fregadero, luego ella lo envió a tomar un baño para quitarse la suciedad. Juxta había asentido, pero en vez de subir las escaleras hacia la tina, se desvió levemente hacia el estudio de su padre. Quería ver que era lo que hacía en esos momentos, y que era tan importante como para no comer junto a su familia, otra vez.

Curioso, bajó las escaleras al sótano, ADN lo siguió detrás. El perro lo seguía a todas partes, entrenado para protegerlo y cuidarlo. El niño se paró frente a la gran puerta de metal al final de la habitación.

Pensó en un plan para alcanzar el panel donde tendría que colocar el código para entrar, se le ocurrió una idea al ver unas cajas cercanas. Se subió a estas y digitó los números, los había memorizado luego de ver a su padre entrar una vez. Era un niño muy listo, tanto que sus padres lo consideraban alguien muy inteligente y en extremo curioso, incluso habían considerado enviarlo a un colegio de élite para desarrollar mejor sus habilidades, pero esos planes habían desistido cuando la pandemia había comenzado. Provocando que las prioridades fueran otras más específicas, guiadas a otro tipo de educación.

Su madre le había explicado que un virus estaba enfermando a la gente y que era peligroso salir, por lo que no iba a la escuela hace tiempo y menos podía visitar a sus amigos. Juxta tenía la edad perfecta para comprender, pero aun así no entender del todo por qué tanto alboroto. Tampoco podía ver las noticias al respecto, su madre mantenía apagada la televisión. Al menos aún lo dejaban salir a jugar al campo con ADN, aunque su madre siempre lo vigilaba de cerca con su rifle desde el pórtico. A raíz de esto, muchas cosas habían cambiado esos meses.

Su padre se había recluido después de eso también, casi no subía para estar con ellos o leerle un cuento antes de ir a dormir, como siempre lo hacía. Por eso ver dos platos en la mesa era algo habitual para el niño.

Conectados [BL]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora