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Habían pasado 2 meses desde que todo volvió a la normalidad en las vidas de Joaquín y Emilio, porque sí, para ellos era normal dormir en los brazos del otro por las noches, despertar con mimos en la nariz, mejillas ó cabello, hablar de sus miedos y anhelos cuándo tomaban un té por la tarde en aquel rincón que volvió a ser suyo bajo el inmenso árbol de roble, el atraer la atención de las personas cuándo simplemente pasaban por el lugar con las manos entrelazadas ó Emilio con su brazo sobre los hombros de Joaquín atrayéndolo de vez en cuándo para garantizar un beso en la sien; haciendo que el castaño se ruborice por completo, también se llevaban miradas con un toque de envidia ¿y quién puede culparlos? Al decir verdad, Emilio era todo el sueño de una universitaria promedio y Joaquín era el inocente angel que cualquier intento de chico malo le gustaría corromper.

Y ahí estaban, siendo 2 personas totalmente distintas con sus almas entrelazadas y sus corazones bombeando al mismo ritmo por un amor que estaba presente, que sucedía y que desde hace años debía suceder. Cómo si fuera que un día el destino se despertó con ganas de hacer una revolución en 2 personas y juntarlas cómo prueba de su existencia.

Todo estaba siendo de maravilla, faltaban apenas 2 días para la graduación, ya todo estaba listo; no había más proyectos ni trabajos largos para entregar, ni siquiera los profesores tenían ganas de ser un martirio para los próximos graduados.

Joaquín se encontraba acostado en el césped detrás de un edificio que no se usaba en el predio de la universidad, sus ojos se encontraban cerrados con sus manos entrelazadas debajo de su cabeza y la pierna izquierda sobre la derecha, balanceaba aquellas extremidades mientras tarareaba una canción que escuchó con Leidy por la mañana, respiraba con tranquilidad cómo si fuera que podría dormirse allí mismo. Por el hecho extraño que las aves cantaban, Joaquín no dormía, simplemente disfrutaba de los pequeños rayos de sol dándole de lleno en el rostro, calentando su cuerpo y la melodía de las aves, tan relajante.

Escuchó unos pasos provenientes de su lado izquierdo, zapatillas pisando el césped, pisadas lentas y cuidadosas, tan distinguidas. No hacía falta abrir los ojos, ni siquiera suplicar por el tacto porque sabía quién era, claro que lo sabía, lo conocía tanto, tanto cómo la palma de su mano, tanto cómo cada maldito lunar que decoraba su rostro.

— Te estuve buscando por todos lados, cielo — Emilio se paró en aquel costado viendo cómo Joaquín sólo mantenía sus ojos cerrados.

El castaño soltó un suspiro dándole paso a la tranquilidad extrema que inundaba su cuerpo. Emilio tenía la cualidad de trasmitir seguridad en Joaquín por más que éste no se lo pidiese.

— Quería... — resopló — quería estar lejos de la locura de la graduación — contestó simple dando palmaditas a su lado cómo invitación al oji-café para que se acercara.

Emilio sonrió complacido, el castaño era tan tierno con sus rizos cayendo cómo cascadas por los costados de su rostro, ahora en dirección al césped debido a su posición, aquel ángel le pertenecía por completo que simplemente no podía creerlo; algunas veces pedía explicaciones al cielo por tal regalo que quizás algún Dios le había mandado.

Se olvidaba  por completo de aquello cuándo éste gemia sobre ó debajo de él, gritando su nombre, suplicando por más, recorriendo con desesperación su anatomía, era el pecado que él deseaba cometer y no tenía problema en hacerlo cada vez que se le presentaba ante sus ojos, quedar condenado por dicho pecado era lo de menos porque tener aquella piel ajena bajo su tacto era el claro ejemplo del bien y el mal en un simple acto de amor.

Porque por más que Joaquín lo tiente y suplique ser destrozado, Emilio seguiría viendo a un ángel delicado cómo una copa de vidrio que puede romper si no tiene cuidado.

Eres // Adaptación EmiliacoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora