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La ciudad de México había amanecido con un sol radiante, se notaba que casi era mitad de junio, la cálida brisa se colaba por los hogares de las personas a través de las ventanas semiabiertas. Ese era el caso de la habitación que Emilio y Joaquín compartían.

Pequeños rayos de sol entraban dando algo de iluminación en esas cuatro paredes, mientras se reflejaba la luz en esos cuerpos que yacían sobre las sábanas blancas, piernas entrelazadas y uno arriba del otro. Emilio acariciaba la columna vertebral de Joaquín, la espalda desnuda y descubierta por las sábanas hacían que Emilio pudiera tener acceso a admirar aquella piel decorada por diminutos lunares. La piel bajo las yemas de sus dedos se erizaba cada vez que él la delineaba de arriba hacía abajo.

Joaquín se acurrucó gustoso ante las caricias que dejaba el oji-café en su cuerpo, apretó el agarre sobre la cintura de Emilio en un intento de envolverse en ese calor corporal y aquel perfume tan varonil que lo hacía sentir drogado por algunos segundos.

— Buen día, cielo — susurró Emilio sin dejar de acariciar la espalda del contrario.

Joaquín frotó su rostro contra el pecho del oji-café para después apoyar su barbilla sobre aquel pecho y mirar a Emilio directamente a los ojos.

— Buen día — sonrió somnoliento, Emilio con su mano libre arrastró los rizos rebeldes hacía detrás de su oreja, se inclinó hacía adelante y plantó un casto beso sobre los labios del castaño.

— ¿Qué tal dormiste? — preguntó.

— Bien, feliz — sonrió mordiéndose el labio inferior.

Emilio podía morir de ternura.

— ¿Listo para dejar el cuarto?.

— Sabes que no — hizo un puchero, el cuál Emilio besó.

— Lo sé, cielo, pero es hora — suspiró acariciando la mejilla del castaño con su pulgar —. Tu madre anoche se encargó de llevar todo hacía el piso que compartirás con Leidy y Emiliano en éstos meses, y mi familia mandó por encomienda todas mis pertenecías a Guadalajara; sólo hay dos conjuntos de ropa casual — se encongio de hombros — Aquí ya no nos queda nada.

— Cierto que mañana te irás — Joaquín bufó y apoyó su frente en el pecho del oji-café —. ¿No nos podemos quedar toda la vida en ésta habitación? — lloriqueó.

— Me gustaría realmente, pero no podemos, en cualquier momento vendrán a echarnos para poner en condiciones la habitación para futuros estudiantes — explicó.

— Agh — se sentó quedando en frente Emilio, acarició la piel bronceada del oji-café —, me harás mucha falta éstos meses.

— Tú también a mí, amor — tomó una mano del castaño y besó sus nudillos —. Pero recuerda lo de la estrella.

— Lo recordaré — asintió.

— Bien — se sentó — ,te amo.

— También te amo — besó los labios de Emilio cortamente.

Emilio sonrió cómo un tonto — :Ahora, aprovecharemos el día — palmeó los muslos de Joaquín — ¡A levantarse, vamos! — Joaquín sonrió, dejó un último beso y se levantó para dirigirse al baño.



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Eres // Adaptación EmiliacoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora