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Rompió con el paso del tiempo, por mérito de lo informado, cerca de los treinta y ocho amaneceres transcurridos con la única discreción que su distancia le ofrecía a modo de protección a su favor, y, sin que de pensarlo tuviera yo la falta de respeto, la idea, o el fin de vulnerar esa privacidad en su sentido separador, expuso con estima para mí en un retrato por mano de su aplaudido talento, su tan sagrado anonimato en una de aquellas cartas que cada día me enviaba, entregándose en total familiaridad a la sapiencia de los dos.

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Para mi distinguido amigo Templeton:

Le ruego que, del gran peldaño que ciego han encaminado mis temblores a una puerta que se oculta en la densidad del porvenir, porfavor, no me la cierre a los aprecios de este insignificante ejercer.
Mi corazón es conciente, afectuoso, nervioso, y ya late fuerte aún al atrevimiento. Pero con esto, busco en el respeto que hemos construido usted y yo, la manera de que sepa cual real es de ser mi mano que guía los trazos de este arte, de estos ojos que admiran incansables nuestra comunicación matinal, y del alma que sin asperezas se nutre agradecido cada día con saber que existe un buen amigo como lo es usted. Suyo en la amistad,


Ralsei Darkner.

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No faltó el de saludarme con tanto cariño como siempre lo hizo el buen amigo, y se alegraba con incontables flores dibujadas, el de hacerse conocido por un medio gráfico tan excepcional

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No faltó el de saludarme con tanto cariño como siempre lo hizo el buen amigo, y se alegraba con incontables flores dibujadas, el de hacerse conocido por un medio gráfico tan excepcional. ¡Estaba yo sorprendido ahí a su intrépido proceder no comentado antes! A tal revolucionario cambio no acordado que conbinaba dentro de la misma misiva con un ornamentado marco de flores, boquiabierto me dejaba cuanto se pueda pensar. Pero no molesté. No pude. Deduje sin pensarlo mucho, calmoso, sobre la fuerza de voluntad que cada individuo ha de contar para darse a conocer voluntariamente, sobre el que labra por el mundo con buena cara y siega en recompensa merecida a lo incomparable de la lealtad.
Analizando el autorretrato, que componía monocromos tonos de grafito, pude saber que me había dirigido en todas esas contables y divertidas mañanas a un risueño caprino lector tanto educador. Al designio dispensado, vi que sus cabellos, compuestos en lo minimalista por el fomento de la percepción estilizada, resultaban ser blancos, algo ralos, tan cortos y libres como los girasoles que su fuerza de voluntad creó en cada rincón del blanco papel que me hizo llegar. Su vista en apariencia, parecía ser un punto ligeramente débil al retratarse con anteojos, pero con orgullo no quiso omitir ni reemplazar en la descripción que acompañaba a sus facciones, y dibujó sus grandes e intelectuales gafas tal como fueron en su perfil real, reposando necesarios en lo generoso y aristocrático de su nariz, con pasivo y amable aspecto, sereno, contemplativo al punto de vista que yo le daba. De su cuello una bufanda le envolvía en el trazo, le daba su aspecto de igual parsimonia al dibujo, tanto como esos finos cuernos que en ascenso, alzaban iguales al brote joven a los rayos de sol estival; era simple, nada fuera de lugar. Y sin embargo, a su valor, a su carácter y sentidos que ya no pueden ser ignotos, nunca me dejaron de parecer una bonita abstracción que hasta una sonrisa breve remarcó por consecuencia, en mis comisuras labiales.
Como supe en la fidelidad de la letra por dicha carta, la cual se cortó un tanto por el nervio, capté, y le di credibilidad. Aprendí, sabiendo que ello no se interpretaba a la identidad y sus secretos como moneda de cambio, de un valor que compone la amistad sincera cuando en ninguna parte solicitaba nada a cambio por el descubrimiento; no fue óbice de la indiferencia cuando ya entonces treinta y ocho mañanas nos expusieron de sobra con prudencia, aunque no sin que hiciera falta alegría y el optimismo que orienta al atribulado y lo hace sentar cabeza, lo que, correspondiendo en esta consustancial experiencia, de manera personal imité el favor y le mandé de mis documentos, sin olvidar la misiva de rigor en valentonado agradecimiento a su paradero, una pequeña foto mía que, por fortuna duplicada fue posible de hacerle llegar gracias a algunos trámites burocráticos realizados no muy lejos de mis ayeres.
De su fuente me hizo saber con la paciencia de las veinticuatro horas restantes, de que contentísimo le sentó mi mensaje; de que mi semblante tan neutral, ovalado y rosapálido acompañara tales comentarios; que lo puntiaguda y fina de mi nariz; que mis cabellos cortos, arremolinados y tan castaños como lo son mis ojos, y lo modesto de mis labios, no le daban mal cariz a su concepto final. Le agradó mi perfil casi tanto como a mi dinamismo, tras mismo texto que se tomó a la molestia de obsequiarme, el que fuera un humano, y de que también fuera su confidente amigo. ¡Lo era! y al comienzo de mi mañana poco podía reprochar a lo que con cálido resplandor el éxito permitía poder festejar: tenía un amigo, por primera vez lo tenía, en alguna parte de Ebott lo tenía, y a ese tal amigo, yo le importaba.

Transcurridos sólo en órden de número, no concientes al lunario en aquel pasado por mi repertorio mental al desentender sobre estas repercusiónes, cuarenta y cinco mañanas no más en una suma, a las que nuestras gracias se aunaban en la posibilidad de la mensajería desigual, pocas fueron la fuente del saber coetáneo. Siempre, sin que le prestara interés al saber del tiempo por la remanencia que antes me definía y que secuelas aunque pocas no se extinguían incluso, se dejó una carta para el "después", como algo periódico, no formulaico del todo hasta decirnos basta, con el fin de hacernos sentir mejor, y necesarios.
Al tiempo que nos cobraba exponer algo nuestro en lo vírgenes de los claros papeles, de ahí otra confesión por parte de aquel complaciente caprino albino surgió, como desahogo suyo, y tambien para la de su silente lector: a ras de convivencia, me contó, tan igual —que lo representé en pensamiento mío a como si mi difunto padre se lo hubiera soplado a él directo a sus mullidas orejas—, me escribió sobre las furtivas culminaciones que bajo llave han de quedan abovedadas en el corazón soñador. Así, dentro de su margen, con manojo suave, cálido y tierno, siempre fue el de convertirse en maestro de escuela primaria. Que en los orígenes en las lejanas tierras de un pueblo al sur del globo, donde pocos han de ser los afortunados —o infortunados—, de pisar su reino, la recóndita Hometown fue su cuna de espinas, porque le formó con lágrimas y vio erigir su infancia llena de desdicha y desconsuelo homogéneo, no de su tierna familia; del resto que lo habita, lamentablemente sí. Bajo un ojo social que se rige y pugna con la vieja regla de antaño del Opus Dei, herméticos y primitivos fueron aquellos retrógrados que no comprendieron sobre su condición, mas no toda cristiandad inculcada de Hometown le fue esquivo en esa niñez difícil de cursar, por otro ser que tras su diáfano juicio, le consideró en amigo, soldó para bien a sus probabilidades y lo concluyó en un acierto. Esa amistad es real y perdura —confesó Ralsei Darkner en la misiva—, hasta ese día mismo que remitió la carta en condiciones similares, pues, con pleno conocimiento del valor por parte del caprino, su báscula ya hubo dado la ruta futura para algún día tomar. Y cuando ese día llegó, a los dieciocho años requeridos por una mayoría de edad, su tal amigo en lunas paralelas —que yo le tuve en instantes inmediatos que leí en todo un profundo respeto y hasta de pie me puse por su audacia—, cuando llegó el momento de que Ralsei dejara todo atrás con su edad solicitada. Hubo de emprender el vuelo, de crecer e iniciar desde cero adonde no se tenía ni a un pariente a quien acudir, aquí, donde reposa la gran montaña central y quienes pueblan en gran cantidad: la gran Ebott fue desde ahí su nuevo cubil, donde estudiaría en una prestigiosa universidad tanto como se doblegaría en contables labores part-time como un medio a la remuneración para obtener su real consuelo angélical. Lo asombroso que sacó mis posaderas de la madera de mi silla, fue predecir que su amigo, cuya información no respaldaba justicieramente lo suficiente más que con un nombre, el cual era <<Frisk Dreemurr>>, que glorioso no me dejaba de ser en su altruismo, me acabó en el encanto cuando leí que sacrificó las comodidades, su permanencia y lujos conquistados de Hometown, amistades, su familia, todo, para hacerse valer por amigo, para seguir los pasos de Ralsei Darkner y no abandonarle. Ambos sumaron en bien común como inseparables, formando una familia de dos que los fortificara.
En seguida, dados los horizontes alcanzados sin barreras de por medio, en mismo refugio, la promesa de la retribución en ese pequeño grupo conservó, siendo paga de todo favor con los estudios y el trabajo en equipo para sustentar lo necesario, con todo el tiempo parcial que Ralsei dispusiese. Nada fácil fueron tales pasos resumidos, pero retroceder no les resultaba en una idea aceptable, y comprometidos en no fallar, ambos ejecutaron la misma acción por los honorarios.

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