#5

70 9 6
                                        

No contó en su haber alguna diferencia que marcara variación, porque todo pasó, en tal día que una fecha fue borrada por la falta de las concepciones comunes, con lentitud exasperante tomaba mi concentración y la obnubilaba hasta más no entender. Y fatigado por dolencias espirituales, físicas y morales, terminé al final por rendirme y dejar en vuelo todo truculento optimismo que me convertía en un irremediable analítico en contra de las propias impresiones humanas.
No pasó en toda onírica plasticidad de los sueños desertores, sino algo más lejos, en la llegada del mediodía del siguiente día que tan presumible carta llegó de sorpresa, a travéz del doblez de la correspondencia. Me encontraba entonces más intrigado a lo acontecido, con inopia idea del peso tras el tinte azul y la leonina flor que, compuestas, las manos de Ralsei habían creado en cúspide de las oportunidades.
Entre el saludo leíble, tan aceptable, congénito a la educación inculcada y sin menguar que se hacía ver en el ornamentado encabezado y el cuerpo de la carta interior, de ahí desprendió, semejante a un compactado acordeón, una segunda hoja de papel adjunto de fino tono bronce y con un nombre entregado a su título el cual marcaba "Salvadores Simples". Un total de pequeños microcuentos que no llegaban a alejarse de una treintena, eran la carta de un menú proporciado al cual por compromiso estipulado debía de hacerme servir e intencionar con solemne parcialidad en su arbitraje. Concentré a la lectura, desde su narración compuesta de soltura, intriga atrapante y más que decente cohesión aplicada en el género de la historia corta, que no distrajeron en ningún instante aquellos gorriones silvestres con sus cantos a mi lección; el bullicio del variopinto Ebott menos logró ser tan exitoso en interrumpirme, y ni el reclamo de los astros tan caleidoscópicos como al final lo terminó siendo mi pequeño lagrimón, cortaron lo designado por un lector. Y al final, cuando ya no quedaba más por ser leído, esperando en tela una palabra sincera, aquella fue sólo un entrecortado suspiro admirado que exalé desde mis incomprensibles hebras mortales. Al final, bajo el ascenso de los incalculables diamantes cósmicos, bajo los finísimos trazos verdes de incontables constelaciones que son dibujadas por la tierna mano del Omnipotente Padre como unión de los seguidores del sueño, vi descender la lluvia sobre mí, hasta nutrir lo seco de la siembra espiritual. Cada gota me tocó con cariño, y como quien acaricia a su preciada criatura y le da afecto, esas gemas me acariciaron el rostro sin maltratar. Habían deseos de llorar, y lo permití; he ahí el dictamen más puro que se exprese en la trasparencia fuera del pecho, que dejándo caer gotas en manuscrito tan bendito, supe que había leído algo hilado con lo limpido de un bello e inocente corazón.
Me habían superado, sobrepasado con creces sin que eso tuviera como pretensión el rivalizar e inundar mi labor. Y me gustaba. ¡Me marcaba significativamente todo lo que había entendido en el llanto! Saber que, de todas mis aptitudes ofrecidas al policromo terreno de un autor, apareciese alguien, un principiante lleno de optimismo y mayores bondades que regresara aquellos nulos, casi inexistentes trazos de fe en el afectado, era lo que al final de ese día me arrebataba una sonrisa conclusiva en la humedad de mis hoyuelos.
Otra vez, cubierto por contagiosa vibra de la noche tras los caminos de héroes de un silencio que la capa no han de portar en absoluto, de relaciones meliflúas que recitan con amor sus cantos al oído del pobre sordo, que de sazón llenan el cuerpo y la mente insondable, tan triste ahí no me pareció ser yo. Hay una gran cantidad de historias positivas, inspiradoras y alentadoras sobre el bien que las criaturas hacen todos los días, cuya representación no resulta ser visible a los ciegos de corazón. No obstante, muchas de estas historias positivas, dadas a nuestra luz por una buena alma singular, bajo la cobertura sensacionalista y negativa de lo que ha resultado ser parte de mis trabajos, retractaron intelectualmente a lo negativo de mis creaciones sin querer hacerlo de primera fuente.
Preso por las exóticas energías de ese Mágnum opus, no quise perder de mi hilo: le escribí de inmediato y significativamente, lleno de cortesía, sin mesurar en alabanza gracias al poder que las palabras habían hecho en mí. En agradecimiento, en vítores legibles y sinceros ¡estaba admirando al admirador! y no desdecí, ¡no lo permití por dar reinado a la enseñanza y al saber! El viaje, posteriormente me dio de cara al buzón de la noche, al oblongo amigo que concede gustosamente aquel inquieto temblor de cuidar la nota que exponga sentidos etéreos, gratos e imposibles de olvidar. Y con el semidiós como mi testigo, deposité el sobre confiado, me marché a casa, y en las sombras, me dejé llevar en los recuerdos leídos por las encantadoras fantasías de perfume a girasol, las dalías y los jacintos posibles de imaginar.

De todo ello, la primigenia carta, la respuesta secundaria y su manuscrito tan creativo como personal del siguente data, alumbraron hasta traspasar a un rincón inaccesible e interior del profundo viviente, oculto dentro del baúl de los sueños que, como me dijo alguna vez el Sr Algol, se guardan en el corazón. Nunca antes en lo social de aquel círculo educacional pasado comprendí, sin que plasmado ya fuese explicado en la materia elemental de un predilecto libro, sobre pensar en el prójimo, que con precarias ideas nunca se me enseñó hasta ser entendido. Entonces, gracias a la coyuntura que los dedicados prospectos creados por Ralsei, encaminaron ahí lo terrible de mis conductas, al igual que los girasoles que su talento graficó en las misivas, concebieron una humilde amistad que nos expusiera de nuestra distancia, tan sólo para el interés de una sola e insuficiente respuesta al día. Desde el comienzo hubo conexión que venció cualquier tipo de barrera acorazada por los recelos. Se permitió en cartas posteriores entender y apoyar con autodeterminación los temores y los proyectos que separan al indeciso de la realidad. Así, Ralsei Darkner se volvió no sólo en un lector, sino también en mi único y cercano partidario, del cual sólo la brecha de las cartas nos distanciaba, hasta una siguiente mañana.
De estímulos que los dibujos me hicieron llegar en lo inacabable del gusto, cualquiera que fuese tema a tocar, cambiaron por mucho mi manera de ser, y de grados etílicos ya no todo era compuesto el saber. La llaneza de parecernos interesantes en trato mutuo, de no considerar acabar el contacto, de levantarnos cuando las fuerzas se esmeran por hacer que el pobre flaquee hasta la rendición, nos hacía por partes iguales brillar tanto como un alegre sol de vida y luz. Me alejó en praxis de los pecados mundanos, me otorgó una conciencia empática de la cual di a saber todo dentro de unos treinta días al que la confianza se había escrito. Y tanto de lo que supo en notas, de mi edad, dolores del alma y del cuerpo, penas y metas, en apoyo empático igual ventiló sobre su senda en la curva que toma la calígrafía libre. Supe en eso, a días sucesores sobre sus primaveras, que rondando tan cerca de las mías por ahí cuando aún me faltaba ese dígito para llegar a la edad que ya tengo al tiempo que redacto esto, él contaba entonces con orgullosas veinticuatro cumplidas y la siguiente venía a no mucho por ya cumplir; en siguiente oportunidad me explayó, tratados por temas que relacionaron en contextos arbitrarios tan lejos como cerca a la lectura, sobre su humilde familia, la paciente, dedicada y mayestática profesión pedagógica que con vocación no sólo alfabetizaba a pequeños e instruía a los medianos, sino que también convertía de ello en una fuente fiable de confianza en apoyar a todo retoño verde que con una sonrisa, necesitase de la ayuda y la infinita paciencia de los conocimientos de Ralsei. Que me contentaba mucho su responsabilidad, no fue la primera que le congratulaba admirado desde el poder de mi honesta pluma, y hasta remarqué su nivel educacional, didáctico y educativo que bien logrado había sido materia base para los cuentos que con parsimonia, me habían bajado suave de mis dolorosos celajes crepusculares.

Sueños de Papel Donde viven las historias. Descúbrelo ahora