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Su rostro y cuerpo así relajó, soltando la dura expresión de la tensión a un sereno estado motor con un ciruelo tono facial en respuesta. Con el alma se paladeó el mejor momento de mi corta vida, hasta sentir que era glorioso, casi a una propiedad narcótica y aliviadora a todo lo antes recibido.
Un millón de bellas mariposas aurolearon entonces como las ígneas velas de un romántico acto que nace de un reflejo puro, con la luz del entorno triunfal; y el silencio, en la extralimitación de mi sincera acción, levantóse finalmente Ralsei de sus pestañas, regresando a la lucidez más cruel, apática e injusta de todas para asir desde mis muñecas esas manos mías que le tocaron tan trémulas sin un ápice de depravación.

Apartó nuestra cercanía, de nuestros los labios y de todo sueño que creí de verdad con tan solo un empujón brusco que le costó la valía de sus anteojos, pues desprendidos de su sujeción nasal quebraron por completo ambos aumentos de vidrio en el i...

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Apartó nuestra cercanía, de nuestros los labios y de todo sueño que creí de verdad con tan solo un empujón brusco que le costó la valía de sus anteojos, pues desprendidos de su sujeción nasal quebraron por completo ambos aumentos de vidrio en el impacto con los adoquines. Sólo así, esa mirada concebida, ahí nueva después de casi tres meses, de unas ochenta y cinco cartas expedidas, eran entonces mirada de rojo desdoro y escozor mezcladas con absoluto sufrimiento a lo que le había hecho cometer, cubriendo de su máscara en una huída con las manos, sacando del interior de sus pulmones un aullido que marchitaba como un zebulón sin rayos del cual crecer, y me lloraron a mi nombre por la eternidad manchado.
Merecí ser abofeteado por esas manos suyas a esa felonía de muchos quilates, pero no pudo haber enmienda suficiente que reparara ese gran daño aun cuando extendí con ímpetu mi extremidad a su ser. Presa del humanismo, de rodillas caí por el peso de la culpa, bajo la perniciosa mirada de todo público bestial, reducido, abandonado por la única fuente de oportunidad, de cansancio nacido por sí mismo a mi empalagosa persona, una duda, o de un rencor expreso, al ver en cada gota desperdigada, el cómo el amor, la única razon de mi ser corría lejos, borrándome de su gentil corazón por el resto de largo existir que le ha de quedar...

Hay de sobra en el cercano fin de mi carrera material para trastornar al saber que existen quienes tienen todo eso que otros sueñan encontrar: el calor corporal de alguien especial, la dulce compañía en una gran mesa cuando se comparte el desayuno, un cruzar de miradas que citen a que unos cuantos besos se compongan... todo aquel acto que entregue fe, pasión y dé cosas buenas u bonitas a este cruel mundo bastan para integrar la partícula de amor y dar vida renovada. No hay ya sin embargo motivo, ni edificante pensamiento que restaure lo que ya está destruido en mi interior.
Todo paso desde entonces, para mí, no ha querido serme transitorio, mas nunca, en consecuencia, podría ser suceso olvidado sin dar en cuenta el degradante estado en el que di a parar: he comenzado a beber otra vez desde que afloró la pena, abriendo cuantas viejas heridas físicas, gástricas y otras tanto morales que creí haber cicatrizado por el optimismo que hecho en falta.
Si bien en torpeza cae todo corazón arrastrado como papel al viento, después del San Valentin la cuenta pasaba lento, sin hambre, sin descanso ni paz mental cuando las cartas de Ralsei Darkner dejaron de llegar a mi morada, cumpliendo fielmente con su condición final. Con la existencia de alguien alterando muy certeramente a mi corazón, perdía la razón de ser en conclusión, y mil lágrimas vertidas no se repusieron con veladas ni con ninguna botella de whisky de malta, expediendo en torpe pluma no de pocas emisiones que concluyeran a una respuesta suya, con tal que una cualquiera fuese regresada si en condición esperada era de su mano a la que tanto le fui fiel; penoso, deprimente arlequín de risas y maltratos en el que la alegoría de mi demacrado aspecto me convirtió cuando en cada despunte de alba no asomaron misiva alguna a cuantas yo le mandé, sinó la falta de cariño propio que rayó cada que pudo en la linde.
No podía probar bocado en tal caso, ni descansar liviano cuando caia la noche, y, con el cerebro colapsado, recordaba en todo momento, en cada segundo de oportunidad sin dominio ni facultad de impedimento, ese instante en el que las palabras de Ralsei dejaron de ser lo que fueron y transmutaron a las esquirlas afiladas que cortaban no sólo mi vivir, sino también las palmas de mis manos cuando sostenía en recuerdo los aumentos ópticos que dejó tirado en la huída.
La bebida me entregaba algo de consuelo, como bien he escrito, y en la soledad de los días posteriores no supe ni quise más del mundo ni su sensacionalismo.
Un viso distinto, muy por fuera diferente de lo habitual cayó en un mediodía poco menos que normal, en 20 de febrero, cuando "alguien" con apuro aparente y una rudeza enérgica que con ahínco se esmeraba en redoblar su impacto, repetía y replicaba su impaciencia en la puerta del sanctum hasta dar sí o sí con el propiertario que era yo. De principio me conmocionó en mis vapores ebrios el recibir todos esos estridentes golpeteos que contrastaron violentos sobre la turbia pena que me sepultaba, pero no niego que mi primera credulidad poco sostenida fue figurar sobre la llamada de un rumiante al que, como tal enamorado no he dejado de ser, inaguantable sería no acoger su razón de venir, dispuesto a perdonarle todo si quedaba conmigo. Y siendo sensato, presentía que sería cualquier cosa menos eso...
Fue suficiente retirar los pestillos, y nada más haberlos quitado, en la previa que asoma el rostro angustiado para echar un vistazo a la calle, la puerta terminó empujada goznes adentro, para a continuación recibir de bruces un derechazo sólido de mi extravagante y nunca antes visto visitante, terminando por dar directo su saludo en la frágil nariz. Con mi guardia por el suelo igual que la moral, no le tomó más trabajo que un macizo golpe de presentación para tumbarme de espaldas y que así no me levantase por otra tunda al defender mi hogar. La cabeza se me sacudió el doble por el daño de trauma y la etílica condición, y en esa dificultad deshonrosa de mi posición no fue la sangre que salió de mi nariz la que me aterró finalmente: fue un humano joven el que estuvo en la entrada efectuando el ataque, de aparente edad cercana a la mía, con cualidades de seguro más rescatables; y empleando al descubierto la tétrica exposición del ojo derecho, mirada iracunda que consume la carne y quema el alma en rubí al rojo vivo velado en el flequillo de su cabellera, fue el amenazante de camisa manga larga de verde limón y cabellera castaña a juego con sus pantalones el que me enfrentó, acercándose con una expresión plástica, sostenida, y sin demostrar asomo de arrepentimiento.

 La cabeza se me sacudió el doble por el daño de trauma y la etílica condición, y en esa dificultad deshonrosa de mi posición no fue la sangre que salió de mi nariz la que me aterró finalmente: fue un humano joven el que estuvo en la entrada efect...

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Me indignaba no poder estar rabioso para levantarme y defender la honra que ya no tengo, pero no contaba con talante, ni con migaja de aplomo por pequeña que fuese, y ofendido, amén de limitado me quedé cuando los ojos se me pusieron vidriosos por efecto secundario de la puñada recibida en el nervio trigémino. En la perplejidad no tuve de otra que terminar interpelando desde el entarimado, como un cobarde.

—¡Miserable —grité con cierta complicación—, y más encima por parte de un sucio congenere! ¿¡Pero qué descriteriado osa esta imperdonable agresión!? ¿¡Qué trae usted contra mí!?

—Corrija esa mala lengua suya, que iguales nunca serémos, que por fortuna nos separa una gran brecha. ¡Mírese, ahí en el suelo como un penoso beodo! —habló el desconocido en voz baja adquiriendo una pose de cuclillas una vez estando frente de mí, amenazante, casi susurrante en la posición sin quitarme el ojo rojo de encima, apuntándome al rostro machacado con su bilioso y controlado índice. Del anular izquierdo, en la sombra de su cuerpo, resaltaba un brillo de gema de matrimonio—. Ya no conoce ni la vergüenza. Ahora bien, le aseguro que sí traigo mucho contra usted; pero no haga nada, permanezca quietecito tal cual está, se callará, y pondrá fija su atención en cada palabra que le tenga que advertir si sabe lo que le conviene: si valora el asco de vida que lleva, aléjese cuanto pueda de Ralsei, no le escriba más, no le busque más, y no insista más; así no cobraré de algo más que una nariz rota, sinó que me verá de otra para liquidar de lo que le queda de su mugrienta integridad.

—¡Usted, es Frisk Dreemurr, su amigo! ¡Cuál amigo! La palabra le ha de quedar grande. Es su persona la representación fidedigna de un infeliz de mal dar en el buen vivir obtenido, un posesivo, y canalla despreciable a quien Ralsei Darkner jamás amará tan pura, tan sagrada y tiernamente como sé que me amó a mí!

—¡Ja, no habla en serio! Con que amigo, posesivo y canalla, ¿eh? Me falta el respeto ese insípido apelativo. —gruñó, abofetéandome de lado a lado del semblante dos pares de veces, y en acto después limpió esa sangre nasal impregnada en la mano con la prenda de mi camisa en su pulcra y dominante actitud—. Me come el deseo más salvaje de eliminarle por el crimen que ha cometido contra nosotros, pero aunque me diga eso, o me cambie de nombre, verá que debo ser buen cristiano y muy piadoso. ¿Puede ver esta sortija, asqueroso caballero? ¡Mírela bien! Esto es una promesa de amor que se porta bajo la voluntad de Dios, un compromiso marital entre Ralsei y yo, en el que mi corazón es su refugio, y mis brazos son su hogar. Hemos tenido una vida rodeada de dificultad, dolor y discrepancia ajena, por eso llevamos un hermoso matrimonio desde hace cinco años con esfuerzo y dedicación; Y oh, por su adulterio, porque tal agravante de ilegitimidad merece todo menos aplausos, ¡téngalo por seguro, porque mi nombre es Kris Dreemurr, de que si no esconde su mala sombra de nuestras vidas y me entero de que su degenerada respiración invade nuevamente de nuestra felicidad conyugal, yo hare de la suya la pesadilla que merecen las criaturas de su calaña!

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