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Cuando llegué, volvía Ralsei Darkner a estar en el mismo lugar, y no dibujaba ahí en papel para darle vida parecida a la materia inerte de las vírgenes hojas; no ahí conformes de su pureza en el arte, sus labios sí graficaron un semicírculo resplandesciente, y al verme a la cara, me dijo, sin necesidad de alzar el timbre vocal hacia mí, el valor del acercamiento con el más abrigador de todos los abrazos que cortan con un toque el grueso velo del mutismo.

Cuando llegué, volvía Ralsei Darkner a estar en el mismo lugar, y no dibujaba ahí en papel para darle vida parecida a la materia inerte de las vírgenes hojas; no ahí conformes de su pureza en el arte, sus labios sí graficaron un semicírculo respla...

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—Es bello —articulé con un suspirar cargado de palmadas en su espalda y algunas risitas cortadas—, saber que de ti nace este gesto, docente querido.

—Los abrazos son una panacea para nuestro valor, y para darnos la bienvenida —concluyó—. Es lo menos para entregar a un amigo real.

—No discuto ni lo refuto —argumenté—, puesto que en la teoría entiendo el uso que se le da a ese contacto, aunque refería más al caso de vernos una segunda vez.

—¿Tú no esperabas lo mismo? ¿No querías que nos viéramos una segunda vez, Templeton?

—Mi expresión no debe ser malentendida. De buena gana me tienes aquí, Ralsei, y volver a verte y, en lo que tu tiempo lo ha de permitir, el que sea el dispuesto, aunar serenos diálogos me es no poco a un segundo encuentro, más lo comparo a un buen sueño de venturosa lucidez total para repetirse.

Y me separé, para sonreir. Aquella descriptible sensación de vainilla, aura Santa y perceptible de tiernos encantos que le describían perfecto, me fueron vibrátiles cuando siguieron en mí segundos luego de contar, cuan corona de flores sobre la mollera del peregrino que no se cansa de marchar y le da brío con su aroma; rodeaba su cuerpo ese mismo dulzor, y tambien ahí rodeo a la finura de cada pedacito de mi nariz, con una parte de su toque. Gustos impensados, completamente pasivos de su corazón curioso hicieron una representación modesta, minimalista, alegre y no menos contagiosa para la pupila mía, en la vestimenta de mi compañero: no contó con su sombrero cuan vistoso me fue como su parasol que le protegió antes a los baños del benigno orbe, ni de su túnica de verde manzana que le hacía un punto resaltante, ni menos la protectora bufanda de finas lanas hilvanadas que aseguraban la delgadez de su fino cuello y lo introvertido de su boca; hizo gala y autoestima elevada no obstante de un cómodo suéter de rosas acuarelas pastel que entregaron indescriptibles e irreales recuerdos nostálgicos, al mezclar con lo risueño de los amarillos hilos; era vivaz el color de su reflejo mortal que emparejaba acorde con esas vivas hebras capilares níveas que sacudían dóciles por el céfiro a orillas del olmo; y sus jeans, que de beige hacían juego con su abrigo, adornaban, y redefinían por mucho la energía positiva e ilusionada por su pizca de buena vida suficiente.

Cómodo estuvo, no solo de prenda, sino de vernos, de hablarnos, y de reír juntos porque sus colores lo mostraron para la calma aún más: no fueron sobrios como los del servidor; no fueron como una camisa de azules marinos, ni los de la apariencia d...

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Cómodo estuvo, no solo de prenda, sino de vernos, de hablarnos, y de reír juntos porque sus colores lo mostraron para la calma aún más: no fueron sobrios como los del servidor; no fueron como una camisa de azules marinos, ni los de la apariencia de un pañuelo gastado que es como el resto de una indirecta niñez, tan azul oscuro, tan deteriorado, tan diminuto, tan herido. Él estaba feliz, y yo, por segunda vez, también senti estarlo.

Grado por grado nuestra gracia de hacer migas funcionaba, pasando y repasando en la oportunidad de los monólogos autodescriptivos que entregan lo mejor a la mundología par, siendo entendible que cada vida, cada personaje ha de componer la inmensidad integral de un mundo como una suma de incontables experiencias relativas sacadas a luz, nada pausó ni quiso posponer cuando se propuso en memoria dirigir esa conversación y profundizarla bajo el rigor de la confidencia, en una cafetería cercana. Consideraba a mi amigo con cariño cuando, sentados en la mesa, nos encontrábamos de vis à vis. Su rostro era un lienzo marmoreo, un tanto colorado de ciruelos tonos, con mueca jubilosa, dispuesta a dar muchas anécdotas educativas y momentos felices que contar si se le prestaba atención, que bajo el eclipse artificial de una sombrilla desplegada sobre nuestro cielo espléndido en medio de nuestra mesa, le oí hablar con ímpetu, le vi comer de una rebanada de pastel de chocolate del cual le invité con clase y hasta sorbetear de su café helado con leche entre sonrojos. ¡Gratificación, cualidad de querida existencia! Más allá de tal momento, su inocencia llevó a recordar de aquel instante donde la posibilidad nos juntó en el parque, por su cumpleaños; sujeto a eso, no difuminó los detalles poco importantes de lo bailado ni lo comido gracias a su buen hermano cuando él le esperó en casa ese mismo sábado vivido y me lo contó todo. Inclusive, hasta las buenas alabanzas no tardaron y olvidaron la mesura cuando enfatizó sobre las minúsculas plántulas que abrieron la tierra fértil de su jardín al haber depositado las semillas, aspirando a recios zebulones que igualen a la recia preciosura de la estrella luminosa; y aunque feliz yo estaba por ellos al ser su oyente y por la agrónoma labor y mano verde de Ralsei, no le oculté mi gran pregunta, porque un nudo me hacía en la garganta, y me imposibilitada comer ni beber nada frente a su mirar de rubí.

—Sé muy bien que sabrás excusarme si me expreso como tal, que ante esto es de preguntar si, ¿es acaso bien armada, buen compuesta y bien estimada mi imagen en tu mejor amigo Frisk? ¿Conciente y aboga que nuestra buena unión haya nacido de una regla muy poco común como lo fueron las cartas? Un extraño no dejaré de ser ante los ojos de otros, a fin de cuentas.

—¿Qué acuna en tu mente —atajó con otra pregunta mi rumiante comensal, sin dejar que su sonrisa fuese en vano a su bondad, y quitándose los anteojos, signo total de llaneza, limpió meramente los cristales con la manga de su suéter—, dulce Templeton querido, para turbar ese sentido tuyo? Frisk es no menos que mi mejor amigo, y le debo mucho, bien sabes. Sin él, no me ubicaría aquí en la central de Ebott por amor a la profesión donde los sueños me guiaron del pensar hasta el mismo estar. Que no es mi novio ni yo su concubino, disyuntivas no existen, lo nuestro lo conciente muy afable, y lo hace porque ese buen hermano es un ejemplo para mí, tanto como lo has sido tú en el tiempo que nuestros caminos conexionaron.

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