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—Es lindo tener a quien esté cercano cuando los demás se van, Templeton amigo. Es lo que te da la fuerza para continuar cuando el alma parece no dar más de sí.

—¡Ciertamente, muy cierto lo es! —acerté, y extendí la taza de vainilla latte frente suyo en la mesa—. Qué llenas de razón están tus caprinas palabras en esta tarde. De ahí bien sabes que tienes mi mano y el apoyo que le han de acompañar; por tanto, menos apartada no se puede quedar la de tu valiente camarada que te estima y no apaga.

—¡Oh, indudablemente, sin una pizca de asomo! Frisk se esfuerza a diario, desde muy temprano, y no rinde hasta que de noche se hace por dar lo mejor a los dos. ¡Por eso debo ser feliz! —y con un guiño, copió caballeroso el choque de su café con leche junto al mío.

El rigor del tiempo fue exactamente preciso al llegar a su límite que se volvería habitual entre nosotros, y que cuando llegaban en el reloj la infortunada hora que acabara la vida social con su fiesta, las diecisiete de la tarde no asomaban tan mal. Era una debilidad horaria de menor cuantía, y suele considerarse con mejor asiduidad ante la luz de otras virtudes aprovechables, además, no era un develamiento perspicaz el columbrar las honestas intenciones del pedagogo, que cuando el antebrazo se le era ofrecido para la siguiente y última parada de nuestra cita, ya era propuesto en el trayecto que se acomodaba junto a mí sobre el vernos, cuan sorpresa mía, en martes 1 de febrero. Mi mirada no delataba a mal ni negaba, que bien yo no gustaba de anteponer con el tiempo ajeno, a lo que Ralsei apostilló solemne, cuando los frescos vientos daban caricias que arremolinaban los cabellos y las telas mansas por los alrededores.

—El mundo entero disfruta de sus vacaciones. Otros no están en Ebott, y se deben complacer desde lejos con los paisajes a tocar. Pero que yo me encuentro aquí, extrañando las aulas, a mis pequeños estudiantes y el trabajo en este estatismo, disfruto mucho mientras puedo el pasar tiempo contigo, buen amigo mío.

—Igualmente es un buen hechizo el que recibo —le contesté—, pues que hablemos y nos llevemos tan bien me entrega alivio, e inhalar del aire que respira la élite de nuestros seres me restablece poco más.

Y que como último, la conversación versó sobre la ausencia de su compañero de hogar Frisk Dreemurr, que durante la jornada semanal, motivos dados al extricto contrato de trabajo, me fueron incluso más exactos para entender los designios de Ralsei sobre el vernos en más de una ocasión, a su postura frente a la soledad hogareña: mi sentido amargo ya no era tan congestionado como antes, así que para procurarle claridad a esa idea, del que en algún momento acabarían e igual comprometerían a mi amigo en su insigne vocación, evidente en que el reposo no sería eterno, lo consentí sin conflicto alguno toda junta por lo auspisioso.
Recibimos el cordial saludo del señor gato en su carruaje, que muy bien empezó a hacernos un amable recoveco en su memoria cuando nos reconoció de cerca, y habiendo tratado personalmente lo suficiente en esa grata ocasión, tan inocente del todo, le abrí la puerta del vehículo a Ralsei, hasta dejarme impregnar por la dulcificante esencia de su espíritu animal en el estrecho tacto que apresa tibio al cuerpo del que escribe, y lo conciente con la entrega de su calor bondadoso. Así se despidió, hasta el martes.

Cada vez que entro en estas meditaciones, cada vez que la pena desliza sus intenciones sobre mí, cuando el sueño no llama a mi lecho interior, no remenda ni da vida y parece saber que no puedo continuar, desde el desaferro de las absolutas cualidades del bien, no deja de brillar muy a dentro de mí esa luz de memoria a los mejores tiempos, me llenan del más profundo y regocijante enternecer, que libre hace volar al corazón, hasta deshacerme en las pláñidas lágrimas más puras que el escrito puede evocar como valor en la reconstrucción...
La semana era todavía más corta de pasar en su transición, las cartas en intereses de ese profesor peludo y yo eran una dulce panacea de valimientos cuando podían ser emitidas, con un total numérico de setenta y seis envíos compuestas en fidelidad y compromiso, debatientes en la heterodoxia más impura de los desleales, para nosotros no era más que la cándida necesidad de seguir y crecer en uniones de apoyo.
En ese martes, Ralsei destinaba simpatía cerca de mí como siempre, me recibía con incontables halagos y un detenido estrechez de sus brazos a mi alrededor, y su pequeña cola, muda, oscilante y no quieta, no necesitó nunca de una boca para gritar al cielo cuan contento estaba de tenerme ahí. Como niños pequeños reímos con incontables chistes en nuestros paseos, y ruborizabamos ante tantos valentonados actos demostrados en un sin fin de citas en alusión al diario de nuestras existencias. Cuando cansados quedamos, un árbol, adicionado con el más cómodo cesped desmalezado, nos entregó todo el alivio que pudimos precisar. Adosados del fuerte tronco bajo su sombra, apartados de todo el resto, Ralsei me enseñó nuevos dibujos provenientes de su limpida inherencia espiritual. La libreta amarilla obsequiada sí cumplía su función, y en su primera hoja, señalaba al nombre "Don't Forget" ilustrado con el girasol más hermoso que jamás antes vi. Tenía colores dorados, casi escarchados de un marcador especial, y profundidades visuales en tinta gel oscura no antes captadas por mí en los otros creados que antes me obsequió. En reticencia al interés que me causó, él sonrió, y en su contigua hoja saltó un cuento que tocó por mucho mis hebras emocionales cuando la narró para los dos: <<Serás mi último amigo>>. Con una peculiar moldura creativa, éstas cubrían las orillas del papel con resaltantes Dalías y Jacintos. La historia en cuestión relacionaba los sucesos de un triste sentir en el ceno del nivel educacional primario, de su infante protagonista buen siervo de Dios, una noble doctrina partidaria por la religión al servicio de un asilo de adultos mayores y una amistad que suplió la falta de un ángel de la guarda, con una anciana amiga de verdad; una mujer recia, hermosa, inteligente, conciente de su limitante realidad, varada por la soledad esquiva de sus propios hijos, emigrante de un conflicto bélico, de la necesidad y la tristeza, le dejó a merced de los cuidados paliativos del asilo, y del pequeño niño sin amigos en quien confió. Dados los sucesos de una tan extendida vida, en el término cabalgó conclusa en la longevidad de su existir, asiendo la pequeña mano de su ahora último amigo, hasta el horizonte donde reposan quienes buscan el desvaído sol del adiós. Así despidió a su amiga ese buen niño que el cielo se ganó...
Y su voz, la del rumiante amigo, que acarició mi hombro rígido, me trajo de regreso al esquema real cuando en la pena y el lagrimeo me encontraba expectante e involuntario.

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