—Templeton mío —ahogó Ralsei inmediato su voz en mi pecho—, no fui formal, no fui paciente ni fui conciente de tu pensar antes de que te confesase mi verdad. No eres como yo... Me hace sentir un atrevido haberte molestado en horas tan peligrosas...
—Calma, está bien, no lamentes por favor. —Menguando pesares, abogando en la circunspección de un caso que me cambió a su lado cada día más por el casi trimestral paso, fui yo quien confesó—: Desde el natalicio, la obtución me hizo cargar una pesada cruz, siempre callado, siempre sin oposición alguna. Nunca supe nada, pero escribir fue el único recurso de amparo a la pérdida de los sentidos restantes. Jamás creí tener nada, aun cuando mi difunto padre me dio todo lo que tenía. Ahora que la claridad brilla a mi favor puedo ver que la única pobreza la compuso mi corazón. Ya no obstante no es así para mí; tu luz de sol ha devuelto los colores a un insípido mundo donde levitó una luna sin pálida gloria, y me ha hecho una mejor persona.
El hielo se había roto un poco, y en el rostro de Ralsei reparaba mejor resultado encantador. En el cumplimento requerido, olvidado no por mucho a tan principiante suceso, nunca a nadie le había dado una sonrisa tan humana e íntegra a la voluntad del afecto, que con todo esto, en sujeción de mi brazo, reservado en el derecho de las cartas, ahí frente a su fuero interno le dije lo que él quería oír, porque también era el momento soñado que deseaba declarar: <<Aunque no sea igual a ti, me exime todo de esta conserva: Ralsei, también me gustas mucho, y aquí estoy contigo.>>
Como quien da las Oraciones destinadas al cielo, consideradas en la humildad a los auténticos propósitos de la prosperidad emocional, yo las sentía cumplir cuando me rodeó en sus brazos ante tanta dicha, segregando esplendores, dando floridos perfumes, motivación, cariño, y muchas razones auténticamente suficientes para tener propósitos a un latente como yo que miró nuevos espectros traspasados bajo ese bello, aunque poco duradero prisma emocional.
Caminé a su lado como quien sueña despierto en la corpórea realidad ambulante de toda la enriquecida vitalidad de los jardines públicos de Ebott, con cordura en la melosidad de nuestros corazones, siempre con la verdad, dándonos cumplidos, adjudicándonos aún más a lo que queríamos saber. Le dije que le admiraba demasiado, porque su bondad devolvía la fe propia por algo que creí extinto en el mundo; su facultad por educar sin querer recibir nada a cambio era una más de las causantes de un suspiro imperceptible; era ante toda consideración voluntaria e involuntaria de analizar una eminencia de humilde espíritu, siempre dispuesto a hacer lo mejor por todos, dando sus manos descubiertas para la remoción de toda mácula que ponen las vacilantes voces del miedo en nuestra mente; el suntuoso en su rubor, el absoluto mediador, el hermoso y el perfecto ser en quien mis más deseosos sentimientos han germinado altivos como aquellos girasoles empleados en las cartas que alguna vez fueron inertes y pronto alcanzaron la grandeza viviente ante mis lágrimas, era él. No le escondí nada, ni Ralsei tampoco lo ocultó en el paseo: que los brillos oculares que le concedí en ciertas ocasiones de anteriores citas, más que serles de castaño, tornaban iridiscentes como el diamante ante la duradera felicidad de crecer a su lado; cómo no, a consonancia de nuestros correlativos temas en común, lo que en comienzo alimentó una bonita amistad, hizo que nuestros entornos fueran más coloridos, más deglutibles ante la falta de un entendimiento hermanable que desde el primer instante logró funcionar, y ante nuevas percepciones que nacieron de su malvavisco corazón, logró captarlo como un mimoso efecto de atracción; textualmente, palabra a palabra de este análisis puntual como significado de la reproducción exacta de su voz en mi recuerdo, sentía por mí un flechazo mágico como serle un hombre dispuesto, servicial y atento, basado ya no en fantasías de la idealización y el pensamiento, y allí donde el objeto del amor es la perfección clara de nuestros grandiosos encuentros, poseyó en la dicha de ese momento todas las buenas cualidades y sin defectos.
En esta aserción, en el que nunca dejamos de ir sujetos del brazo, el parque nunca se nos hubo minimizado tanto ante la amplitud de dos corazones latiendo acorde a las enseñanzas que se transmitieron a través de las palabras de esperanzas, regalándonos entre tímidas miradas, en cariños y respetos los versos de hermosas poesías que le hicieron falta a nuestras almas, atardecíendo como resultado más pronto de lo pensado.
La dirección tomó nuevo rumbo a la selecta cafetería local. El viento fue amable con nosotros, despeinando bellamente de esos cortos hilos capilares que lucían regios en Ralsei, los rayos de sol lo cubreron todo cuanto más, incluso a esos bonitos ojos rosados que, aunque de frente no se terciaron con lo míos en los piropos, de reojo sacaba en mí auténticos sonrojos, y que las ambiciones no contuvieron más en lo que compuso nuestra primera experiencia, enlacé tímido los dedos de mi mano con los suyos, algo que nunca antes creí hacer, pero con eso no apartó, acariciando de ella con su diestro pulgar en la condescencencia para hacernos sentir mejor.
Que bien me encontré ahí en frente suyo ocupando lugar en la mesa después, donde el corazón puede captar la sencilla e inocente delicia del ser que le busca. Y a todo, mi dicha misma, mi yo más feliz, mi segundo yo eterno frente a sus ojos, se hicieron uno sólo frente a ese esponjoso.—En tu clara bondad —defendí a mis oraciones, honesto frente a su razón. Estiré mis manos encima de la mesa esperando conectar con las suyas—, ruego que me sea comprendido, aunque no hayamos cumplido en estricto rigor las prudencias solícitas. A no como esa idea que respeté durante muchas noches y albas en las que mis párpados abrieron con la promesa de un amigo cercano en la distancia, sino como un sentimiento nuevo, enfocado por un ser especial, que una circunstancia de la vida, rara y feliz me ha llevado a conocer mejor. Pues ya no se habla de un vínculo de unión más estrecho que el nuestro entre hermano y hermano, sino el que lo completa en su ecuación radical, al calor que en mi corazón sé que tengo gracias a tu carta y lo que siento por ti.
Tan pronto llegaron nuestros aperitivos, quedamos en breve interrumpidos por la loable aparición de un mesero local, dando visita corta que no tomó más allá de los segundos establecidos para dejar los pedidos e irse por servidumbre al llamado de otros clientes remotos.
He aclarado antes que el alma hasta ahí enderezada por un impulso de búsqueda e interés hacia el receptor no se emocionará profundamente, ni elevará hasta la incansable cúspide su nuevo norte de rosa animal sin cierta continuidad de esfuerzo el cual le es depositada; pues bien, ésto, esa cita ya no posible de llamar como a las anteriores a una tan parecida reunión de mejores amigos, era algo nuevo, el hito que nos quitaba las anteriores riendas que se conservaban de la prudencia. A pesar de los vistos buenos tan empíricos que corroborarán la unión que fantásticamente Ralsei y yo habíamos creado, se entenderá que, ante concepto transitando los canales del pecho, la mente humana, como humano imperfecto, incompleto en la mitad de su vasija, dañado de mente y manchado de corazón, radica literalmente en el sondeo que se sostiene frente a quien en el mutismo seleccionaba su rezo y compensaba mientras tanto sus delicados dedos con los míos evitando de no mancharse las mangas con los trozos de tarta de queso con arándanos y el café que permanecieron en los extremos; y así, percibí no ser suficiente para él sin dejar de sentir lo que me tiene aquí aún escribiendo, querer dar un paso atrás como si temiera quemarme ante una llama de radiantes calores; pero, una fuerza que late desde el interior, con cariño, que aferrado, sostenía de mis dedos y se entregaba a la profundidad de mis inevitables y enérgicos pesares, me hacían acercar más a esa luz de chico suave, a adentrarme por completo a la llama del sentimiento que no puede ser extinguido. Cada tacto de afección en mis manos era su muestra de interés.—Mi tierno, mi entrañable Templeton —se dirigió Ralsei con acento amoroso y pasivo, dando cariño a mis dedos—, nunca había sentido algo similar por otro hombre, hasta que apareció aquél que con sus hermosos renglones me llevó a mejores mundos de amor y de temor. Por entonces, en las cimas de mi corazón dormitó una soledad que no pudo ser entendida por ningún otro como tú; y al conocerte, pasar tiempo contigo, reir y sonreir a tu lado hasta ver ocultarse juntos a nuestro sol, me ha doblegado a las causales de lo que no puedo conservar aquí ni ahora de nuevo. Templeton, mi iluminado, estoy enamorado de ti, en verdad me gustas con todo el corazón.
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Sueños de Papel
RomanceLa tragedia de un humano sumergido en los confines más idílicos de la pasión y el encanto desenfrenado del amor por una dulce criatura caprina, llevado de la mano por la literatura confesional de sus días más oscuros hasta el suicidio, han compuesto...